Biografía de Federico Barbarroja: Emperador de Alemania
Biografía de Federico Barbarroja I-Emperador de Alemania - Las Cruzadas
"Tenía alta estatura y bella presencia.
Su rostro era blanco y animado por saludables colores; sus cabellosrubios y crespos; el rostro jovial, hasta, el punto de que siempre parecía estar riendo; blancos los dientes; bellísimas las manos; graciosa la boca.
Belicoso y violento; tardo para la ira; audaz e intrépido; esbelto, locuaz; liberal sin ser pródigo; cauto y precavido en el consejo; de ingenio pronto; sagaz; benigno con los amigos; dulce con los buenos; terrible y casi inexorable con los inicuos; justo; amante de las leyes; temeroso de Dios; amplio en su caridad; muy afortunado; amado casi de todos.
En él ningún don natural faltaba, si hemos de hacer la excepción de aquel de haber sido hecho mortal".
No es ésta la descripción de un semidiós, sino el retrato, trazado por un contemporáneo, del emperador Federico I, llamado Barbarroja.
Todos los europeos del Medievo, incluso aquellos que hubieron de combatir contra las terribles tendencias absolutistas que lo llevaban a ejercer el dominio unipersonal en buena parte de Europa, han debido reconocerle estas asombrosas cualidades personales.
En efecto, no obstante el carácter antipático que representa su acción por la centralización del poder que él mismo ejercía, y que lo llevó a largas luchas contra las florecientes y progresistas ciudades libres, es menester reconocer en este rey de la Edad Media excepcionales condiciones de conductor y gobernante.
Federico I, llamado Barbarroja, emperador de Alemania y uno de los
más extraordinarios personajes de la Edad Media.
LA VIDA:
Federico I, emperador de Alemania, llamado Barbarroja, nació en 1121.
Era el hijo primogénito de Federico de Suabia y de Judit, hermana de Enrique "el Soberbio", duque de Baviera.
Federico, apodado "Barbarroja", fue nombrado rey de Alemania a la muerte de su tío Conrado III, quien, en sus últimos años, consideró a su sobrino como al único capaz de sucederle.
Federico, durante su juventud, se había dedicado con entusiasmo a conocer historia, las leyendas heroicas, los relatos y crónicas del período carolingio, y el derecho romano.
Su mente llegó a hallarse colmada de imágenes de esta antigua civilización.
Cuando ascendió al trono, nació en él el grandioso anhelo de instaurar una monarquía universal, un nuevo Sacro Imperio Romano, semejante al edificado tres siglos antes por Carlomagno, capaz de regir y ordenar los sucesos europeos.
Se imaginaba a sí mismo cumpliendo el papel del gran emperador de Occidente, cuya obra había caído en manos de individuos indeseables: se consideraba un digno continuador de aquellos Césares romanos, cuyo quehacer histórico, idealizado por la distancia y por las leyendas creadas por historiadores limitados y serviles, se le aparecía como magnífica.
Federico Barbarroja, en verdad, aun cuando él mismo era un personaje extraordinario, no podía menos que pensar de acuerdo con las ideas predominantes en todo el Medievo, que atribuían a los Césares de la antigüedad y a su actuación pública la condición de ejemplos prodigiosos de desempeño gubernamental.
Así, anhelaba ser un jefe militar sobre el modelo de Julio César; un gobernante magnífico como imaginaba que lo había sido Augusto, y un legislador eminente, según se reputaba a Justiniano.
Su deseo de imitarlos, precisamente, lo indujo a procurar, en distintas condiciones sociales e históricas, la implantación de un régimen basado en una autoridad unipersonal, tal como creía que fue la ejercida por esos modelos históricos.
Para lograrla, se enfrentó contra las comunas germánicas que habían comenzado la creación de florecientes ciudades con sólo librarse de la tutela asfixiante de la atmósfera feudal.
Contra las comunas italianas, desarrolladas en condiciones similares, movió también una lucha violenta y enconada por verlas sólo como simples opositoras a sus propósitos de consolidar el Estado poderoso que su mente se había forjado como un ideal.
Sus largos conflictos se debieron a que las consideraba caprichosos adversarios de la autoridad imperial, destinada, según él, a consolidar la paz, la justicia, la legalidad y el orden en toda Europa.
Entre las comunas y el imperio se produjo, a consecuencia de la actitud de Barbarroja, una lucha despiadada.
Las campañas militares de Federico Barbarroja en Italia concluyeron, por ello, con un desastre militar (batalla de Legnano, en 1176).
En las larguísimas negociaciones diplomáticas que le sucedieron, Federico logró, con todo, salvaguardar su prestigio. En Alemania, en cambio, logró imponer su autoridad sometiendo a ella a todos sus vasallos germánicos.
El Emperador consagró los últimos años de su vida a la Tercera Cruzada.
Dejó Europa y, a la cabeza de su ejército, llegó a Tierra Santa, donde murió el 10 de junio de 1190.
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"Ninguno puede participar en la expedición si no posee caballos y dinero suficiente como para proveer por dos años a su propio sostenimiento".
En tales términos se dirigió el emperador Federico I "Barbarroja" a quienes deseaban acompañarlo en la empresa de la Tercera Cruzada.
Federico Barbarroja, veterano de tantas y tantas guerras, y por ello expertísimo comandante, no deseaba entre sus huestes ni aventureros ni hombres inhábiles; al partir, se disponía a hacerlo teniendo todos los elementos posibles como para considerarse bien preparado y seguro de la victoria.
En cambio, apenas el ejército Cruzado hubo atravesado el estrecho del Bósforo, comenzó una larga y penosa marcha que en muy poco tiempo diezmó sus fuerzas.
La fatiga, el calor, la sed, el peso insoportable de las armaduras bajo el intenso sol asiático, agotaron las energías de aquellos guerreros más que cuanto hubieran logrado las más ásperas batallas.
Por eso constituyó para ellos un suceso extraordinario el encontrar, cierto día, junto al camino, un riachuelo con hermosas aguas: el río Salef.
El propio emperador, no obstante ser un septuagenario, se arrojó al agua con atrevimiento juvenil. Y el agua, insidiosa, se cerró encima de él, ahogándolo.
Así murió, muy lejos de su regia morada, Federico I, de la casa de Suabia y emperador de Alemania.
Así se cumplió el ciclo de su vida: en aquellas tierras, él mismo, en su lejana juventud, había luchado en sus primeras batallas, cuando participara en la Segunda Cruzada, junto al emperador Conrado III; a esa misma tierra había retornado, ahora en su vejez, para cerrar su aventurera existencia.
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¿Cuál era la situación política en la península italiana?
En el norte de Italia existían importantes ciudades que no aceptaban de buen grado la autoridad imperial en su bien regulada vida y deseaban expandirse.
Pero las ciudades pequeñas pidieron ayuda al emperador contra estas mismas cuidades.
La primera intervención de Barbarroja en Italia no cambió mucho la situación, pero éste aprovechó para hacerse coronar por el papa emperador y rey de Italia y Pavía.
¿Por qué arrasó Milán?
El emperador había anulado la autonomía de las ciudades y muchas de éstas, con Milán a la cabeza, se rebelaron: Milán sufrió un asedio de dos años hasta que, forzados por el hambre, los milaneses se rindieron. Barbarroja hizo destruir la ciudad, echando abajo las murallas.
Era el año 1162.
¿Consiguieron vencer las ciudades al ejército imperial?
Cuando en 1174 Federico volvió a Italia, se encontró frente a él a unas veinte ciudades reunidas en la Liga Lombarda.
La batalla decisiva tuvo lugar en Legnano en mayo de 1176, y el ejército imperial fue derrotado.
¿Fue únicamente un guerrero despidado?
Federico I Barbarroja no era sólo un guerrero; fue asimismo una de las personalidades políticas más grandes de su tiempo. Comprendió la necesidad de crear un imperio fuerte capaz de hacer frente a sus adversarios.
Hábil diplomático, soñó con la unificación política de los reinos germánicos e italianos; pero su sueño no se vio cumplido... como tampoco se realizó su proyecto de liberar los Santos Lugares: el emperador partió en la tercera cruzada, pero se ahogó en 1190 atravesando un río, sin haber conseguido llegar a Tierra Santa.
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AMPLIACIÓN DE SU BIOGRAFÍA:
Federico I Barbarroja (Weiblingen 1122-Cilicia 1190). Emperador romano germánico.
Era jefe de la casa Hohens taufen, estaba emparentado con la familia de los Welf y era sobrino del emperador Conrado III; al morir éste, la Dicta de Francfort le eligió como emperador Pronto restableció la autoridad imperial en Italia y Alemania, afirmó la supremacía del poder imperial sobre la de los demás príncipes de Occidente y limitó el poder de los papas al campo puramenle espiritual.
Mientras Conrado III reinaba en Alemania, los grandes señores feudales, Enrique el León, Alberto el Oso y Enrique Jasomirgott habían acrecentado en mucho su poder.
Federico otorgó la investidura de Sajonia a Enrique el León y le dio libertad total en el norte del imperio para que llevase a cabo la lucha contra los sajones.
La marca de Austria fue constituida en ducado hereditario y entregada a Enrique Jasomirgott, y en la Dieta de Wurzburgo intervino como mediador entre Alberto el Oso y Enrique el León.
La muerte de Alberto el Oso favoreció extraordinariamente a Enrique el León, quien tomó una actitud independiente y altiva frente al Emperador.
Ambos Enriques se negaron a prestar su concurso a la expedición a Italia que proyectaba el Emperador, con lo cual Federico decidió la inmediata desaparición de Enrique el León, contra quien se incoaron dos procesos, desterrándole del imperio y despojándole de casi todas sus posesiones.
Este no se resignó y se alzó en armas, peí o fue derrotado; la Dieta de Erfurt confirmó la sentencia y, desposeído de la mayor parte de sus feudos, se vio en la obligación de exilarse a Inglaterra.
Al mismo tiempo que afirmaba su autoridad en Alemania extendía también sus dominios territoriales, restringidos a Suabia.
Pero también Italia le tentaba y su política oscilaba por lo tanto entre sus dos deseos. Cuando Arnaldo de Brescia conquistó Roma, el Papa llamó en su auxilio a Federico.
Arnaldo fue expulsado de la ciudad y Federico coronado (18 de junio de 1155).
Su viaje a Italia, la Calata, se confunde con su lucha contra el poder del Papado.
Federico aspiraba al dominium mundi y pretendía, ayudado por su canciller Arnaldo de Dassel, continuar la tradición del Imperio Romano y para ello invocaba a la memoria de Carlomagno, a quien hizo canonizar por el antipapa Pascual III, a fin de revalorizar la función imperial.
En contra del legado pontificio, Rolando Bandinelli y del mismo Papa, aseguraba haber recibido el poder imperial directamente del mismo Dios mediante la elección de los príncipes y quiso asegurar su total independencia temporal.
El conflicto con el Papado se había iniciado en la ceremonia de la coronación imperial, cuando el Emperador se negó a llevar las riendas del caballo del Papa y no recibió el tradicional beso de paz; ahora el conflicto llegaba a su rápido desenlace.
En 1158 el Emperador atravesó los Alpes, sometió Milán por vez primera y en la Dieta de Roncaglia hizo proclamar «la recuperación de Lombardía», donde restauró la autoridad imperial imponiendo funcionarios imperiales, llamados Podestá, en todas las ciudades.
Pero las ciudades del norte de Italia se sometieron de mala gana a esta pérdida de libertad y, con la única excepción de las ciudades enemigas de Milán, como Cremona, se opusieron a la instauración de los Podestá y llamaron al Pontífice en su apoyo.
La alianza del Papa y de las ciudades italianas del Norte se vio facilitada por el ultimátum lanzado por Adriano IV pidiendo al Emperador que respetara sus derechos y que devolviese importantes territorios italianos, en especial las posesiones de la Condesa Matilde.
La facilitó también posteriormente la doble elección papal de 1159, en la que Federico opuso un antipapa, Víctor IV, al pontífice legítimo Alejandro III —cardenal Rolando Bandinelli—.
Cuando el Emperador destruyó Milán se creó la Liga de Verona y después la Liga Lombarda, aliada del papa Alejandro III en cuyo honor se fundó una nueva plaza fuerte en el norte de Italia, Alejandría, símbolo de la nueva independencia italiana frente a Federico, quien se vio obligado a abandonar el territorio rápidamente.
En 1174 Federico reapareció en Italia, pero fracasó frente a Alejandría. También fue derrotado en Legnano por la Liga y no le quedó más remedio que firmar la paz de Venecia, que ponía fin al cisma.
El Emperador se postró a los pies del Papa y recibió el beso de paz.
Tuvo la gran habilidad de salvaguardar la dignidad imperial, otorgando un Edicto imperial por el que devolvía a las ciudades coaligadas sus libertades anteriores (Paz de Constanza, 1183). Con ello fracasó la tentativa de sometimiento del Norte de Italia.
Pese a todo, la autoridad imperial se mantuvo firme en Toscana, el ducado de Spoleto y la marca de Ancona, amenazando a los estados pontificios; este hecho, unido al matrimonio de Enrique IV, hijo de Federico, con Constanza, heredera del reino de Sicilia, parecía anunciar un desquite de la derrota de Legnano.
A poco, la noticia de la conquista de Jerusalén por Saladino desvió la atención de todos hacia la cruzada, dirigida por Federico, durante cuyo transcurso murió ahogado en el río Cydnos.
Fuente Consultada:
Enciclopedia Estudiantil Tomo VI Editorial CODEX
Civilizaciones de Occidente Tomo A y B Jackson Spielvogel
La Aventura del Hombre en la Historia Tomo 1