El Oro del Rey Midas:Leyenda Sobre la Codicia por el Oro

La Codicia por el Oro del Rey Midas
Leyenda de la Ambición de un Rey

historia sobre el oro
LEYENDA DEL ORO Y EL REY MIDAS

Fridas, hijo de la gran diosa, era un poderoso rey de  Macedonia.

Pero por muy poderoso y rico que fuera, él deseaba gozar también de todos los placeres que brindaba este mundo.

Se había hecho construir un precioso jardín de rosas, unas aromáticas tosas que crecían solas, sin la menor ayuda, y cada una de ellas posen sesenta pétalos.

Había sido aún un niño muy pequeño cuando una adivina le había dicho que llegaría a poseer una riqueza inmensa; un cortejo de hormigas transportaban granos de trigo hasta su cuna para depositarlos luego entre los labios del niño dormido.

Los compañeros de Dionisos, el dios del vino, desfilaron un día por el país. No dejaban de beber.

Uno de ellos, el viejo Sileno, tutor y amigo del propio dios, se quedó muy rezagado, atrás de sus compañeros. embriagado por el vino, se acostó en el jardín de rosas de Midas, deseaba dormir un poco.

Pero fue descubierto por los jardineros del rey y conducido a presencia de éste; previamente lo hablan atado con guirnaldas de flores.

LEYENDA DEL ORO Y EL REY MIDAS

El anciano Sileno, sin embargo, le relató al rey unas curiosas historias de lejanos países, de terribles remolinos en el mar que se tragaban a todo el mundo, de árboles cuyos frutos rejuvenecían a las personas hasta devolverle la infancia y hacerlas desaparecer, finalmente, por completo.

El rey no se cansaba jamás de escuchar unos relatos tan maravillosos.

Agasajó a su huésped durante una semana, ordenando luego que fuese conducido hasta que pudiese reunirse de nuevo con Dionisos.

El dios ya se había intranquilizado y preocupado por la ausencia de su amigo.

Felicísimo de tenerlo de nuevo a su lado, lo abrazó con fuerza y le prometió al rey Midas la recompensa que éste solicitase.

En el rey renació de nuevo su antigua y desbordante alegría, pero también su tremenda codicia. Desearía que todo lo que toque se convierta en oro», hizo llegar a Dionisos.

Apenas hubo pronunciado estas palabras cuando su deseo ya se había convertido en realidad; quebró la ramita de un árbol y la ramita se solidificó convertida en oro puro; levantó una piedra del suelo y ya tenía un pedazo compacto de oro en la mano; si cogía una manzana del árbol, el fruto se convertía inmediatamente en oro, precioso y brillante.

El rey rebosaba de felicidad, se sentó satisfecho a la mesa lujosamente puesta y adornada. Deseaba comer algo.

La mesa casi se doblaba del peso que soportaba, tan cargada estaba de suculentos manjares y de los mejores vinos.

Pero he aquí que cuando quiso probar uno de los manjares, éste se convirtió inmediatamente en oro macizo.

El pan y la carne quedaron como petrificados en su boca, no eran ahora más que un metal incomestible.

Y cuando deseó beber un poco de aquel vino generoso, el oro fluyó garganta abato.

Sólo ahora reconoció cuán insensato había sido su deseo.

Completamente desesperado, rezó una oración dirigida al dios Dionisos, rogando lo liberase de aquella maldición.

Y el dios se compadeció de él, diciéndole: »Dirígete a la montaña y busca la fuente del río llamado Pactolo.

Sumerge tu desgraciada cabeza y lávala en las aguas de esa fuente».

El rey obedeció al instante esta orden divina; y apenas se hubo lavado su cabeza en las aguas de la fuente cuando la maldición lo abandonó.

El agua del río adquirió entonces una coloración dorada, el rey era libre, parecía felicísimo y su locura lo había abandonado.

Pero la arena del río sigue siendo, todavía hoy, muy rica en pepitas de oro.

Después de haberse librado de la terrible maldición del oro, el rey Midas se alejó de su palacio y se mantuvo apartado, vivía en los bosques y tierras de Pan, el dios de los bosques y pastos, huyendo de todo lo que fuese pompa y lujo.

Pero el insensato corazón del rey no había sanado aún del todo.

Al alabar las ninfas la forma rústica con que Pan tocaba la flauta e interpretaba las canciones, el dios de los bosques osó competir con el dios Apolo, a quien nadie había logrado vencer con su música.

Pan retó al dios estaba orgulloso de los bárbaros sonidos que producía con su flauta y eso le hizo ser temerario.

Los tonos que Apolo arrancaba de su flauta eran dulces y delicados, mientras los de Pan sonaban desganados y desfigurados.

El dios de los ríos, Etmolo, que actuaba como árbitro, concedió la victoria a Apolo, mientras el imprudente Midas alababa exageradamente los rústicos sonidos de Pan.

El joven Apolo se encolerizó, enfurecido por los oídos sordos de Midas, y los maldijo.

Las orejas de Midas empezaron a crecer y crecer y a perder su forma humana cada vez eran más y más largas, creciendo hacia arriba, y se cubrieron finalmente de pelos blancos; al rey Midas le habían crecido orejas de asno, el resto de su cuerpo conservó la figura humana.

Avergonzado y consternado, Midas intentó ocultar sus orejas a la gente; cubrió su cabeza con una gran capucha.

Sólo su barbero, quien de vez en cuando tenia que cortarle el pelo, notó que las orejas de su señor eran como las de un asno.

Pero por temor a perder la vida, nunca se atrevió a decirlo a nadie.

Este secreto, sin embargo, era una pesada carga para su alma, él solo no podía soportarla.

Por este motivo, un día se deslizó cautelosamente hasta la orilla del río, excavó allí un profundo hoyo y susurró su secreto al fondo de aquel hoyo, luego volvió a llenarlo de tierra.

Pero al poco tiempo empezaron a crecer juncos encima mismo del hoyo que había sido cegado con tierra, y cada vez que el viento se deslizaba suavemente por el juncar, los juncos se doblaban y susurraban quedamente:

«El rey Midas posee orejas de asno, el rey Midas posee orejas de asno».

Todo aquel que pasase por aquel lugar podía escuchar con toda claridad aquel secreto real, tan bien ocultado hasta entonces, de forma que al poco tiempo dejó de ser un secreto».

Al enterarse el rey de lo que sucedía, le impuso al barbero la pena de muerte.

Pero él bebió la sangre de un toro, falleciendo poco tiempo después.

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