Nacimiento de la Sociedad Capitalista y sus Consecuencias
Nacimiento de la Sociedad Capitalista y sus Consecuencias
El siglo XVIII significó el final del proceso de transición del feudalismo al capitalismo en Europa occidental.
Se produjeron cambios sociales, económicos, políticos e ideológicos que transformaron profundamente la organización social europea e iniciaron los tiempos del capitalismo.
Ya desde los siglos XV y XVI la expansión europea hacia otros continentes —África, América, Asia— había llevado a la formación de una economía-mundo.
Por primera vez se incorporaban estos continentes a las rutas comerciales de Europa.
En lo político, desde los siglos XV y XVI se consolidaron Estados centralizados modernos en Gran Bretaña, Francia y España.
Pero este proceso no ocurrió al mismo tiempo en todas las regiones de Europa.
En Alemania e Italia y otras regiones de Europa oriental, por ejemplo, los Estados centralizados se constituyeron más tardíamente, durante la segunda mitad del siglo XIX.
El desarrollo de nuevas actividades económicas y los cambios que se estaban produciendo en las formas de organizar el trabajo rural y urbano, pusieron en crisis el modo tradicional de dominación feudal en Europa occidental y sentaron las bases del poder económico, social y político de la burguesía.
El protagonismo de la burguesía creció incesantemente desde la segunda mitad del siglo XVIII, época en la que tuvo lugar una doble revolución: una revolución económica —la Revolución Industrial— que se Inició en Inglaterra y que fue tal vez el proceso transformador más Importante que vivió la humanidad hasta ese momento, y una revolución social y política —la Revolución Francesa— que marcó el principio del fin del antiguo régimen.
Ambas revoluciones permitieron, en el futuro, la consolidación de la nueva sociedad capitalista.
La Revolución Industrial dio origen a una nueva forma de organizar el trabajo: el trabajo fabril; a un nuevo tipo de trabajador: el obrero industrial; y a una nueva forma de organización económico-social: el capitalismo.
El capitalismo surgió luego de una sucesión de grandes y profundos cambios sociales y económicos que se produjeron en el campo y en las ciudades.
El trabajo asalariado se difundió en las ciudades en las que se desarrollaba la industria y también en las zonas rurales en las que la producción agropecuaria se destinaba al mercado.
Sin duda el capitalismo significó para el hombre un camino de progreso, pero al mismo tiempo llevó a la formación de una sociedad dividida en clases sociales con intereses contrapuestos.
El conflicto más profundo fue el que se planteó entre la burguesía, propietaria de los medios necesarios para la producción, como las Industrias, la tierra, las herramientas, y los obreros, que no disponían de bienes ni de tierras ni de herramientas, y que lo único que podían hacer para subsistir era vender su fuerza de trabajo.
Hacia la primera mitad del siglo XIX, el capitalismo se consolidó en Europa occidental y los cambios que había introducido la Revolución Industrial se extendieron por otros países del continente europeo y los Estados Unidos.
La burguesía se consolidó como clase y fue protagonista de importantes revoluciones —1830, 1848— e impuso al mundo sus ideas, valores e instituciones de corte liberal.
Pero este mundo burgués fue también un mundo de fuertes conflictos sociales.
Junto a la próspera burguesía, en las ciudades industriales el número de obreros organizados crecía cada vez más: reclamaban por mejores condiciones de vida y mejores salarlos.
El progreso y la miseria fueron las principales características de esta época.
SOCIEDAD: LAS GRANDES FAMILIAS:
El rapidísimo desarrollo de las fuerzas productivas en la segunda mitad del siglo XIX tuvo profundas repercusiones sociales.
Mientras la Europa oriental, esencialmente agrícola, era dominada por la aristocracia terrateniente, la clase capitalista se imponía como clase dominante en la Europa Occidental y en los Estados Unidos.
A pesar de las crisis económicas, empresarios, capitalistas, banqueros y grandes comerciantes se enriquecieron considerablemente, multiplicando sus inversiones, acometiendo nuevas industrias, fabricando material de guerra, prestando dinero a los Estados, especulando en la Bolsa...
A los Rothschild vinieron a sumarse nuevas dinastías de banqueros: los Rockefeller, los Morgan, los Cernuschi, los Lazard, los Pereire. Kuhlmann y Pechiney hicieron fortuna en la química.
Krupp en Alemania, Schneider y Wendel en Francia, Dupont de Nemours en los Estados Unidos y Nobel en Suecia se convirtieron en los omnipotentes magnates de la metalurgia, mientras Cunard era el rey de los barcos.
Estos nuevos ricos se mezclaban con la vieja aristocracia decadente, adquiriendo, por matrimonio, los títulos prestigiosos que el nacimiento les había negado, organizando fastuosas recepciones, abonándose a los palcos de los grandes teatros, en los que sus mujeres podían rivalizar en elegancia, lanzando la moda de las ciudades termales y de las estaciones balnearias, frecuentando los clubs mundanos. Influyentes en los partidos conservadores, dirigían la política, hacían y deshacían gobiernos.
Aprovechándose del enriquecimiento general, una nueva clase media, compuesta de pequeños burgueses, industriales o comerciantes, de propietarios, de funcionarios y de intelectuales, hizo su aparición y ocupó un puesto destacado en todas las sociedades capitalistas avanzadas.
Encontró su expresión política en los partidos progresistas y liberales, como el partido radical en Francia, dispuesto a luchar contra los conservadores por la obtención de las libertades esenciales, pero rechazando las subversiones económicas propuestas por los socialistas.
Demostrando que era posible alcanzar el bienestar sin cambiar las estructuras de la sociedad, el desarrollo de estas clases medias favoreció la ideología reformista en el propio seno de los partidos obreros.
LA RESPUESTA OBRERA
Pero si el desarrollo del capitalismo permitió a una minoría enriquecerse, mantuvo en condiciones miserables a un proletariado cada vez más numeroso, reforzado por la llegada incesante de campesinos pobres a quienes la mecanización del campo obligaba a emigrar hacia las ciudades.
No teniendo nada que ofrecer más que su fuerza de trabajo, sufrían el despotismo económico de los patronos que les imponían los salarios más bajos, horarios inhumanos (hasta 17 horas diarias), sin garantía alguna contra las enfermedades, la vejez y los accidentes, y el despotismo político de los gobiernos que les negaban el derecho de asociarse y de plantear luchas por el mejoramiento de su condición.
Los teóricos socialistas fueron los primeros en condenar aquella explotación, descubrieron sus causas y exhortaron a los obreros a reagruparse para defender sus intereses. Y es en la segunda mitad del siglo XIX cuando surgen, a través de toda Europa, sindicatos de masas y de partidos obreros que luchan por la obtención de reformas inmediatas y por la transformación, a largo plazo, de la sociedad.
Ante su presión y sus combates, los gobiernos burgueses concedieron al proletariado las primeras grandes leyes sociales, limitando el tiempo de trabajo, prohibiendo el empleo de los niños, autorizando cajas de retiro y de paro, estableciendo la responsabilidad de los patronos en caso de accidentes.
La Iglesia misma no permanece indiferente a la miseria obrera, y, para apartar a los trabajadores de la ideología socialista, dotó a los partidos católicos de un programa social.
Pero, excepto en Bélgica, donde se constituyó un poderoso sindicato católico, en ninguna parte pudo quitar a los partidos obreros el monopolio de las luchas contra los patronos.
Fuente Consultada:
Enciclopedia de Historia Universal HISTORAMA Tomo IX La Gran Aventura del Hombre
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