La Literatura y Escritores del Regimen Oligarquico Argentino
La Literatura y Escritores del Regimen Oligarquico Argentino
La literatura: los grandes cambios en el pensamiento:
Los escritores de la “generación del 80” tuvieron menos preeminencia pública que aquéllos que les precedieron: no obstante, también ocuparon importantes cargos políticos o descollaron en el periodismo.
Algunos de ellos incursionaron en la novela; muchos lo hicieron en el ensayo; otros, relataron sus viajes y exaltaron las novedades deslumbrantes de las grandes ciudades europeas; la mayoría, en fin experimentó una profunda nostalgia por la Argentina que quedaba atrás.
La hora de la épica había pasado.
Del núcleo de prosistas sobresalió la figura de Lucio Victoriano Mansilla (1831-1913),(imagen) militar y político, hijo del general Lucio N. Mansilla.
Su relación Una excursión a los indios ranqueles —descripción fiel de su viaje al desierto hasta los aduares de los caciques Mariano Rosas y Baigorrita, con intención de negociar la paz—, constituyó una de las obras más importantes de la narrativa nacional, no sólo por sus observaciones acerca de las costumbres indígenas, sino también por el atractivo interés con que al autor revivió personajes y escenas.
La novelística consagró a dos autores que adquirieron gran importancia en el ámbito literario: Eugenio Cambaceres (1843-1890) (imagen) y Julián Martel (1868-1896), seudónimo este último del periodista José María Miró.
El primero, decididamente adscrito al realismo y naturalismo franceses, fue autor de Sin Rumbo y En la sangre, novelas de testimonio y denuncia.
El segundo, con La Bolsa (1891), tradujo la locura bursátil que se apoderó del país antes de la revolución del 90.
Otro novelista, Miguel Cané (1851-1905), dejó una evocación auténtica de la vida estudiantil de la época, Juvenilla, cuya frescura y tono ligero le aseguró vigencia a través de los años.
Lucio V López (1848-1894) —hijo de Vicente E. López— escribió La Gran Aldea, una crónica novelesca y descriptiva de las “costumbres bonaerenses
Los historiadores nacionales de este período, se distinguieron por su espíritu múltiple; escribieron páginas legítimas sobre el pasado argentino.
Entre ellos, José Manuel Estrada (1842- 1894) (imagen) —jefe espiritual de la corriente católica—, escribió un Ensayo histórico sobre la revolución de los comuneros en el Paraguay en el siglo XVII, las Lecciones sobre la Historia de la República Argentina, y La política liberal balo la tiranía de Rosas.
Adolfo Saldías (1850-1914) se desempeñó como periodista y político. Historiador distinguido, entre sus principales obras se cuentan: Ensayos sobre la Historia de la Constitución argentina y la Historia de la Confederación Argentina.
Pero la obra de investigación histórica profunda se debió, sin embargo, a un francés: Paul Groussac (1848-1892).
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Radicado en el país desde los dieciocho años fue, en 1885, director de la Biblioteca Nacional; desde ese cargo se dedicó a la investigación y a la difusión de sus conocimientos.
Fue autor de los once volumenes de Los Anales de la Biblioteca, en cuyas páginas publicó una documentada y patriótica defensa de las Islas Malvinas.
Su seriedad intelectual se patentizó en sus Estudios de historia argentina, en Mendoza y Garay; las dos fundaciones de Buenos Aires, 1536-1580, y en su drama histórico La divisa punzó.
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Pedro Goyena (1843-1892) (imagen) y Eduardo Wilde (1844-1913) ocuparon diversos cargos políticos y militaron en opuestos campos de pensamiento.
El primero, distinguido profesor secundario y universitario —miembro activo del catolicismo— se destacó por su oposición al laicismo.
Wilde, librepensador y médico sobresaliente, fue a la vez, su contrincante en los debates parlamentarios acerca de la sanción de la Ley de Educación Común.
Ambos fueron escritores; entre sus publicaciones sobresale una biografía, Félix Frías, y Crítica Literaria; y Prometeo y Cía.,Aguas abajo, Por mares y por tierras, respectivamente.
La obra de Eduardo Wilde se destaca por la fina ironía y la actitud humorística que caracterizó a la “generación del 80”.
El ciclo literario se cierra con José S. Alvarez (1858-1903), cuyo seudónimo de Fray Mocho (popularizó a este autor de relatos vernáculos y costumbristas, tales como En el mar Austral o Viaje al país de los matreros.
Los escasos poetas de esta generación carecieron de la fuerza expresiva o de la melancolía serena que caracterizaron a los del período anterior.
No obstante, Rafael Obligado (1851-1920), a quien podría considerarse como un continuador de la línea de los “gauchescos”, no usó, como ellos, los modismos peculiares de los hombres de campo; por el contrario, en su famoso poema Santos Vega utilizó un lenguaje lírico y preciso.
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La época —de grandes cambios— definió en cierta medida la anécdota incluida en sus versos: valiéndose de material literario y folclórico, Obligado recreó la historia de un payador real cuya destreza para la improvisación y el manejo de la guitarra, vivía en las supersticiones de la campaña.
Santos Vega fue, así, el símbolo de la tradición criolla que moría —vencido en una payada por el diablo: Juan sin Ropa— frente al forastero, expresión del progreso y la inmigración "gringa".
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El cantor de la decadencia del romanticismo, Pedro B. Palacios —Almafuerte—(1854-1917), fue un escritor agresivo e individualista, cuya poesía tuvo grandes altibajos; con estilo chabacano intentó, sin éxito, renovar el lenguaje poético.
Quizás, Evangélicas, obra de prosa epigramática, sea lo mejor de su producción.
Frente a él, se alzó la voz de Calixto Oyuela (1857-1935), para contraponer una forma clásica e hispanizante, de estricta expresión lírica.
Fue el primer presidente de la Academia Argentina de Letras, y entre sus trabajos se destacan: Cantos, Nuevos Cantos, y la Antología poética hispanoamericana.
PARA SABER MAS...
CRÓNICA DE LA ÉPOCA:
El diario La Tribuna está publicando "Una excursión a los indios ranqueles", obra de Lucio V. Mansilla.
En ella, el autor cuenta su encuentro, como coronel del ejército, con los indios ranqueles y su gran cacique Panghitruz Guor, que significa "zorro cazador de pumas", también conocido como Mariano Rosas, apellido que llevaba por quien había sido su captor, Juan Manuel de Rosas.
El motivo del viaje era hacer que el cacique se trasladara a la subcomi-saría de Río Cuarto para refrendar un tratado de paz con el gobierno argentino.
El autor de esta obra nació en Buenos Aires el 23 de diciembre de 1831, hijo del general Lucio Mansilla y de doña Agustina Rosas, hermana del Restaurador.
Caído Rosas, Mansilla, en compañía de su padre y de su hermano Lucio Norberto, viajó a Europa y se instaló en Francia. El viaje fue bastante corto, y el 19 de agosto de 1852 ya estaban de regreso en Buenos Aires.
En 1857, Lucio se trasladó a Paraná, capital de la Confederación, y comenzó su carrera periodística en el diario El Nacional Argentino del que llegaría a ser director y propietario.
El 17 de septiembre de 1861 intervino en la Batalla de Pavón, lo que le valió la designación como capitán de línea.
En 1865 estalló la Guerra del Paraguay de la que Mansilla participó como militar y periodista.
Con diversos seudónimos (Falstaff, Tourlourou, Orion) firmó sus crónicas desde el frente para el diario La Tribuna, criticando la conducción de la guerra.
En 1868, al finalizar la presidencia de Bartolomé Mitre, apoyó la candidatura de Domingo F. Sarmiento.
Este lo designó luego comandante de Fronteras en Río IV, Córdoba. Allí realizó su campaña contra los aborígenes, que es el tema de la obra que se publica en el diario La Tribuna. (Fuente: El Bicentenario Fasc. N° 4 Período 1870-1889)
Fuente Consultada: HISTORIA Argentina y El Mundo Contemporáneo
e Historia La Argentina Contemporánea de Felipe Pigna y otros