El Neoliberalismo y Las Desigualdades Sociales
El Neoliberalismo y Las Desigualdades Sociales
EL NEOLIBERALISMO:
El año 1973, representa para el capitalismo un año de profunda crisis para el sistema.
La disminución de las tasas de ganancias de las grandes empresas y de las corporaciones, hicieron que se ponga en duda las ideas “keynesianas” de intervencionismo por parte del Estado.
Este último había sido, según los críticos “liberales”, el culpable del mal gasto y de las recurrentes crisis, por lo que proponían reducirlo a su mínima expresión en cuanto a participación económica.
Las ideas seguidas por los “keynesianos” aseguraban que ante una crisis había que seguir aumentando el poder adquisitivo de las personas para aumentar de esta forma el consumo y la producción.
Así, se aseguraría el pleno empleo a pesar de la inflación que pudiera provocar.
Para los “liberales”, el único motor de la economía era el aumento de las ganancias para los particulares, por lo tanto se debía reducir al máximo los costos de la producción, los salarios y los impuestos y en definitiva se debía achicar la participación del Estado.
EL MONETARISMO:
El enfoque “Monetarista” teoriza que lo que motiva la inflación es la emisión monetaria por parte del gobierno.
Los “monetaristas” sostienen que existe una masa de bienes y una cantidad de dinero que se “distribuye” entre los distintos bienes dando lugar a una estructura de precios.
Si el Estado, entonces, emite más billetes por la misma cantidad de bienes, lo que sucede es que se produce un aumento general de precios.
Esta fue la concepción neoliberal y una de las expresiones más utilizada para afrontar la crisis de los setenta.
El monetarismo y el neoliberalismo a pesar de supuestamente defender la “libertad” en sus postulados teóricos, fue aplicado en regímenes políticos dictatoriales y sangrientos.
Por ejemplo, en la dictadura militar de Augusto Pinochet, en Chile, se comenzó a aplicar el “modelo” que había tenido origen en el “Escuela de Chicago”.
Los recortes, que limitaban el papel del Estado en la emisión de moneda y en el control de la oferta de dinero, y además, el Estado renunciaba de toda intervención económica.
De esta manera, la actividad privada, sería la encargada de hacer crecer la economía del país y el papel del Estado pasaría a un segundo plano, encargándose solo del control del sistema.
Esta política económica, puso en evidencia la incapacidad de estos regímenes en cuanto a la protección social y la mejora de las condiciones de vida en los seres humanos.
Estas medidas, tomadas en los gobiernos dictatoriales de América del Sur en general, produjeron en el nivel social un deterioro en la calidad de vida de sus pueblos, un retroceso en la distribución de los ingresos hacia los más pobres, un acelerada desocupación y una dependencia económica que se mantiene hasta nuestros días.
LAS EXPERIENCIAS DE MARGARET THATCHER Y RONALD REAGAN:
Luego de las crisis de los años ´70 (Crisis del Petróleo y del Estado de bienestar), las críticas neoliberales o neoconservadoras se dirigieron justamente a la participación del Estado en la economía, culpando a éste de crear las condiciones para el estancamiento económico, al limitar los beneficios empresariales y reducir en consecuencia las posibilidades de inversión.
Siguiendo estos postulados, en Inglaterra comenzó, con el gobierno de Margeret Thatcher como primer ministro (1979-1990), una serie de reformas que hicieron que el Estado deje de lado algunas de sus intervenciones en determinadas prestaciones sociales y económicas.
Se hicieron algunas privatizaciones, se disminuyó las prestaciones sociales y se redujeron los empleados públicos.
El sector privado, mientras tanto, redujo los salarios y se empeoraron las condiciones de trabajo.
Frente a toda esta situación y a la pasividad del Estado, los sindicatos disminuyeron su fuerza.
Este modelo se conoció como “thatcherismo”, aunque en realidad fue una vuelta al capitalismo clásico.
Inglaterra logró salir de la crisis y mejorar su Economía, pero las condiciones de vida de sus habitantes empeoraron notablemente y se vivió el mayor índice de desempleo de su historia.
También en E.E.U.U, con Ronald Reagan (1980-1988) en el poder, se comenzó a aplicar un modelo similar.
Aunque el poderío económico de este país hizo que no se sintieran tanto las repercusiones del modelo, hubo un aumento de la desocupación y una gran cantidad de pequeñas y medianas empresas cerraron.
Pero las peores consecuencias de estas reformas neoliberales recayeron indirectamente sobre América Latina y sus áreas de ingerencia.
Todas estas medidas, propugnadas por E.E.U.U. y Gran Bretaña cayeron un su lógica contradicción.
Mientras estos países anunciaban que defendían la libertad de mercados, sus mismas aduanas aplicaban un severo control para proteger sus producciones ante el posible ingreso de productos de otros países.
La Globalización y El Neoliberalismo, desigualdades
EL AUMENTO DE LAS DESIGUALDADES:
RELACIÓN NORTE-SUR:
Debemos aclarar que los conceptos sobre la relación Norte-Sur necesitan un abordaje diferente al de “países desarrollados” (norte) y “subdesarrollados o en vías de desarrollo” (sur).
Hacerlo de la manera tradicional y “desarrollista” nos lleva a la concepción de una historia lineal.
Por lo tanto debemos utilizar categorías diferentes como países centrales y países periféricos.
Lo cual se comprendería de la siguiente manera: La pobreza condena a los países periféricos porque no hay una única “vía” al desarrollo en la que los países más “desarrollados” sólo van adelante y los otros, los que están “en vías de desarrollo”, ya los alcanzarán pues se encuentran en la misma “vía”, la única.
Esta es una falacia.
Si hay una “única vía de desarrollo” la historia es lineal y lleva a un futuro de plenitud para todos.
Pero no, no existe esa “vía”. Los países “en vía de desarrollo” van por otra “vía”.
De aquí que la separación de las dos “vías” se continúe ampliando de un modo ya apocalíptico, sobre todo si pensamos en África, India o los invadidos, misileados países islámicos.
La periferia no tiene “tren de la historia”. Ni tiene “vía” a la cual pueda incorporarse. Ninguna de sus posibles “vías” es la “vía” por la que transitan las potencias centrales.
Ahora, podemos seguir adelante analizando los diversos hechos que condicionaron la relación norte-sur en los últimos años.
Durante los años de crecimiento económico sostenido (1950-1973), la diferencia entre los países centrales (norte) y los periféricos (sur), aumentó.
Pero durante los 60, la instalación de industrias multinacionales en América latina y Asia, buscando mano de obra barata y transfiriendo tecnología en desuso, permitieron a algunos países un relativo crecimiento y una cierta industrialización.
A pesar de las crisis y los cambios de modelos económicos, durante los años 80 y 90, el norte, aunque a un ritmo más lento, siguió creciendo.
El sur, en cambio, no sólo dejó de crecer sino que con el desmantelamiento de industrias y con la caída de los precios de las materias primas, aumentó su pobreza.
Paralelamente, el norte logró equilibrar el crecimiento de la población controlando la natalidad, mientras que en el sur continuó el aumento desmedido de la población.
Esto empeoró notablemente la situación ya que mientras la población aumentaba la economía se achicaba y se tomaba cada vez más excluyente. La mortalidad infantil creció en el sur hasta cifras alarmantes en los últimos años del milenio.
Pero la pobreza no sólo creció en el sur.
La desocupación provocó en los países desarrollados un aumento de la indigencia, de la delincuencia y de la violencia.
Esta situación de desigualdad interna, obligó a los estados que habían reducido sus gastos públicos a mantener o aumentar sus aparatos represivos y de seguridad.
A su vez, la desigualdad entre los países obligó a los más ricos a mantener sus presupuestos militares y a intervenir en distintas regiones.
En definitiva, la brecha entre los países más ricos (centrales) y los más pobres (periféricos) se siguió agrandando en una relación asimétrica que parece no terminar.
Las desigualdades sociales en escala mundial
Todos los bienes y servicios que llegan a nuestras manos fueron producidos y luego distribuidos hacia distintos lugares. Cuando nos llegan, se cumple la última etapa del proceso de producción, que es la del consumo.
Todos consumimos bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades básicas (alimento, vivienda, vestimenta), pero además consumimos bienes y senados destinados a satisfacer otras necesidades que no son básicas, como aquellas que tienen que ver con la recreación y el uso del tiempo libre.
En nuestra sociedad, la satisfacción de todas estas necesidades depende del nivel de ingreso.
Quienes poseen mayores recursos económicos pueden tener una adecuada alimentación, acceder a los senados de salud, a todos los niveles educativos, al transporte, mientras que los habitantes con bajos ingresos, a veces, no pueden completar la educación básica, quedan al margen de la asistencia sanitaria, o viven en zonas muy alejadas, con graves problemas de transporte.
Las diferencias en el nivel de ingreso generan, entonces, desigualdades sociales.
Las desigualdades sociales se reflejan en el espacio.
El mapa y el gráfico mas abajo muestran la distribución mundial del consumo y de la riqueza, teniendo en cuenta los diferentes niveles de ingreso de la población.
Por un lado, el 20 % de la población más pobre apenas participa en el total de consumo, consumiendo sobre todo bienes destinados a satisfacer una de las necesidades básicas: la alimentación, necesidad no siempre bien cubierta entre la población extremadamente pobre, cuya participación en el consumo de energía y de servicios es casi nula.
El polo opuesto está representado por la participación en el consumo del 20 % de la población con altos ingresos.
La estrecha relación que existe entre el ingreso por habitante y el consumo posiciona a este sector en los índices más altos de consumo de energía, servicios y bienes con alto valor agregado.
Los países más pobres del mundo se encuentran en Asia, África y América Latina. Se debe notar que tanto los países ricos como los países pobres presentan grandes diferencias sociales en su interior; sin embargo, es en los países más pobres donde estas diferencias son más acentuadas.
Aunque en escala mundial el promedio de consumo de alimentos por habitante aumentó rápidamente en los últimos 25 años, las desigualdades sociales se han acentuado: los países ricos poseen solamente el 15 % de la población mundial, pero concentran el 76 % del consumo mundial.
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