Enfermedades del Pulmon Sintomas

Sintomas de las Enfermedades del Pulmón

EL PULMÓN ENFERMO. El pulmón es un órgano elástico que, después de ser ensanchado en la inspiración, es capaz, al igual que una tira de goma distendida, de volver a su posición inicial o de reposo.

La pérdida de elasticidad conduce a muchas alteraciones de su funcionamiento, una de las cuales es el enfisema.

Los pacientes respiran con dificultad.

A veces, con sólo caminar unos pasos, ya sienten fatiga y una sensación como si les faltase aire.

Su tórax está muy ensanchado, pues al distenderse los alvéolos, todo el pulmón se hace más grande y apenas cabe dentro de las paredes que lo encierran.

La fuerza de la espiración, es decir, del aliento, es tan escasa que soplando no pueden apagar ni siquiera una cerilla.

En este trastorno pulmonar también sufre el corazón que, a la larga, suele salir perjudicado.

El tratamiento del enfisema consiste en combatir sus causas, entre las cuales figuran con mayor frecuencia la bronquitis crónica, el asma y otras.

En ocasiones proporciona gran beneficio la gimnasia respiratoria.

La pulmonía es ocasionada, la mayoría de las veces, por un microbio, denominado neumococo y por esta causa puede resultar contagiosa.

La enfermedad casi siempre empieza de repente con escalofríos, fiebre elevada, dolor en la región torácica correspondiente al lugar del pulmón alterado y tos.

Al cabo de tres días de haber aparecido estas manifestaciones, sobreviene, con mucha frecuencia, una erupción en los labios llamada herpe.

La pulmonía constituía una enfermedad grave y era bien conocido el hecho de que al sexto o séptimo día se decidía en bien o en mal.

En la actualidad los antibióticos cambian notablemente el curso de esta dolencia, la cual, por regla general, a los dos o tres días entra en un proceso de recuperación.

Si se localiza en ambos pulmones a la vez se llama pulmonía doble.

Ocurre a veces que la enfermedad no se soluciona tan rápidamente como era de esperar, a pesar de haberse aplicado los antibióticos.

Ello se debe a que han surgido complicaciones.

La inflamación es capaz de pasar a la pleura y originar una supuración en su espacio o de invadir la sangre, y desde allí asentarse en otros lugares del cuerpo, como, por ejemplo, el endocardio, el peritoneo, las meninges, etc.

La bronconeumonía es un proceso muy parecido al anterior, pues también consiste en una inflamación pulmonar, pero en vez de afectar a un lóbulo entero, se asienta en múltiples lobulillos y se originan así, en vez de uno y grande, varios focos inflamatorios pequeños.

Su comienzo no suele ser tan brusco como el de aquélla, pues en vez de presentarse en plena salud, lo hace consecutivamente a una gripe, un sarampión, etc., es decir, como proceso secundario de otra enfermedad.

Como quiera que es más frecuente en los niños y ancianos, su gravedad es mayor que la de la pulmonía. Para curarla, también se utilizan antibióticos.

La llamada congestión pulmonar es una pulmonía muy leve, que apenas comenzada, ya ha iniciado el proceso de curación y por tanto, no ha tenido tiempo de hacerse ostensible en todas sus manifestaciones.

Algunos microbios especiales producen pulmonías que no se curan por completo y cuya consecuencia es la inflamación crónica de una porción del órgano, caracterizada por el endurecimiento de su estructura.

Estos pacientes, afectos de fibrosis o esclerosis pulmonar, sufren durante años tos, fatiga fácil, coloración más o menos azulada de los labios y uñas, etcétera.

LA TUBERCULOSIS.

Esta plaga, cuyos efectados fueron devastadores en tiempos todavía no remotos, ha podido ser combatida con eficacia gracias al perfeccionamiento de diversos métodos de curación, así como al descubrimiento de drogas de probada eficacia.

Pero esto no significa que la tuberculosis pulmonar haya desaparecido por completo, ni muchísimo menos.

Su causa principal se debe a un microbio, llamado bacilo de Koch.

Con la tos se expulsan siempre algunas gotitas minúsculas de secreciones, que si proceden de un enfermo de tuberculosis pulmonar, están cargadas de bacilos.

Como sea que flotan en el aire, un individuo sano puede contagiarse respirándolos.

Por dicha razón es importante procurar que los pacientes protejan siempre, al toser, su boca con un pañuelo y arrojen sus esputos en recipientes adecuados para ello, y no al suelo de las calles y recintos.

Asimismo, dichos enfermos eliminadores de bacilos, deben ser aislados convenientemente, ya que de este modo se evita la extensión de la dolencia.

Para prevenir la tuberculosis pulmonar es importante que las viviendas están soleadas y aireadas, la alimentación sea suficiente y, sobre todo, efectuar una serie de revisiones periódicas que pueda llevar al descubrimiento de la enfermedad en sus comienzos.

Casi todas las personas han padecido esta dolencia, al menos en su forma denominada foco inicial o primoinfección.

En ambientes muy poblados, el sufrirla ya desde la niñez constituye un hecho común desprovisto, por regla general, de toda gravedad y, además, con la ventaja de proporcionar cierta resistencia a nuevas infecciones.

No hay, pues, por qué alarmarse si nuestros pulmones presentan un foco tuberculoso antiguo calcificado, sin importancia actual.

Con frecuencia se habla de infiltrados o infiltración del pulmón.

No es más que una reinfección inflamatoria de un territorio pulmonar, originada por el bacilo de Koch.

Cuando se descubre en sus comienzos, suele curar perfectamente sin originar consecuencias desagradables.

En cambio, si el paciente afectado sigue haciendo su vida normal y se permite incluso algunos excesos, es posible que dicha inflamación se intensifique hasta producir la muerte de las células inflamadas, las cuales se desconectan del tejido sano.

Los tejidos muertos y los productos de la inflamación, se expulsan mediante el esputo y queda entonces, en el lugar lesionado una cavidad más o menos redondeada y bien delimitada del resto del pulmón, que se denomina caverna.

A partir de estas cavidades, las secreciones pueden progresar y extenderse mediante los tubos bronquiales por el resto del pulmón, originando así nuevos territorios de inflamación, cuyo curso y destino puede ser el mismo que el de los anteriores.

Cuando el proceso tuberculoso adquiere un carácter destructivo extenso, suele calificarse de tisis.

Desde los tejidos inflamados, el bacilo tuberculoso puede pasar también hacia la sangre y, por medio de ella, trasladarse a otros tejidos y órganos, para fijarse allí y producir una nueva enfermedad.

Las principales manifestaciones de la tuberculosis son la debilidad general, cansancio rápido y fácil, disminución o falta absoluta de apetito, adelgazamiento, palidez y, sobre todo, pequeñas elevaciones de la temperatura, las temidas décimas de fiebre que se presentan a última hora de la tarde.

También la tos pone sobre aviso.

Ante catarros muy frecuentes o cualquier infección respiratoria "leve" que se prolongue en demasía, sobre todo en los casos en que no se alivie del todo la tos, es necesario practicar un examen de los pulmones por rayos X, para descartar la posibilidad de que se trate de una tuberculosis.

La expulsión de sangre con el esputo, es decir, la hemoptisis, exigirá un examen inmediato.

Para averiguar si un enfermo padece tuberculosis pulmonar, disponemos de diversos medios muy eficaces.

Uno es el examen del esputo por el microscopio para descubrir, en ocasiones, la presencia de los bacilos de Koch.

Otro se practica inyectando en la piel una cantidad pequeñísima de un producto que se obtiene de los bacilos (llamado tuberculina).

Al cabo de una hora se observa un enrojecimiento en el lugar de dicha inyección, es decir, una especie de inflamación que nos indica si el individuo estudiado dispone de defensas movilizadas durante infecciones previas y tiene el organismo preparado para el ataque por dicho bacilo.

A veces, por el contrario, dicho enrojecimiento no se presenta, de los cual deducimos que la persona en cuestión todavía no ha sido puesta en contacto con el bacilo, o bien que está desprovista de defensas contra él.

Finalmente, la reacción cutánea puede ser muy exagerada, lo cual denota que el individuo posee una sensibilidad excesiva frente al microbio.

El diagnóstico más seguro se realiza hoy mediante el examen por rayos X.

Los territorios inflamados originan una serie de sombras en los lugares donde normalmente tendría que observarse una claridad muy intensa, debida al contenido de gran cantidad de aire en el interior de los alvéolos que apenas resaltan en la imagen radiográfica.

La presencia de estas sombras anormales orienta hacia la existencia de una alteración pulmonar localizada en dicho lugar.

Como quiera que los pulmones tienen un grosor determinado y se superponen, por tanto, en la placa obtenida por rayos X, diversas estructuras, tanto superficiales como profundas del órgano, además de las costillas, el corazón y las paredes torácicas, a veces no se consigue distinguir bien entre tantas imágenes, los detalles que interesan.

Para salvar dicho inconveniente se recurre a una técnica llamada tomografía, consistente en practicar las radiografías por planos. Antiguamente, la mayoría de los enfermos debía ser internados en sanatorios adecuados para realizar prolongadas curas de reposo y sobrealimentación.

Hoy, gracias a diversos medicamentos modernos, dicho tratamiento puede llevarse a cabo en el mismo domicilio del paciente y es más corto, pero en algunos casos, sin embargo, los enfermos exigen el internamiento debido a representar una fuente de contagio para las personas que conviven con ellos.

Este hecho ocurre en familias humildes que viven en habitaciones mal acondicionadas.

Entre los medicamentos utilizados actualmente en el tratamiento de esta enfermedad, destacan un antibiótico denominado estreptomicina y dos sustancias químicas: la hidracida del ácido isonicotínico o isoniacida, y el PAS o ácido paraminosalicílico.

También se utiliza el neumotórax, que consiste en insuflar aire en la pleura para inmovilizar el pulmón enfermo y ponerlo en situación de reposo absoluto.

Gracias a los enormes progresos que ha experimentado la cirugía torácica, es posible extirpar grandes porciones del pulmón enfermo (un segmento, un lóbulo o un pulmón entero).

OTRAS ENFERMEDADES DEL PULMÓN.

Algunos microbios distintos del bacilo de Koch, son capaces de originar una inflamación con producción de pus.

Si la supuración se asienta en el pulmón en forma de un foco más o menos redondo y bien delimitado, se trata del llamado absceso pulmonar.

Los microbios pueden haber llegado al pulmón por medio de la sangre que los transporta a partir de un foco de pus, tal como un flemón dentario, pueden haber penetrado por una herida pulmonar, por haber aspirado algunas sustancias nocivas, etc.

Los abscesos suelen manifestarse por fiebre, tos y expulsión de grandes cantidades de pus, a veces mezclado con sangre.

El aliento huele muy mal.

Los rayos X permiten localizar los abscesos fácilmente, y con diversos antibióticos suelen curarse muy bien, aunque es necesario, en ocasiones, apelar a la operación quirúrgica encaminada a abrir paso a la salida del pus, tras lo cual llega paulatinamente la curación.

Otras veces se extirpa la porción pulmonar enferma.

El pulmón posee una circulación sanguínea propia, destinada a desempeñar una función muy importante: conducir hasta él sangre venosa que debe ser cargada de oxígeno y remitida de nuevo al corazón.

Este circuito pulmonar puede presentar diversos trastornos.

Unos de ellos es la embolia, casi siempre debida a que algún coágulo que se desprende de una vena enferma y es llevado hasta el corazón derecho y desde allí hacia el pulmón, donde obstruye una de las arterias pulmonares. Se produce un intenso dolor torácico y gran dificultad para la respiración.

Al mismo tiempo se expectora sangre pura.

Si dicha obstrucción persiste durante cierto tiempo, las células cuya nutrición depende de la sangre aportada por la arteria obstruida, no pueden realizar sus funciones vitales y mueren, se origina un infarto pulmonar.

Los escombros de células muertas son un alimento excelente para los diversos microbios que pueden sentirse atraídos hacia dicha zona y dar lugar en la misma a una supuración, es decir, a un absceso de pulmón.

Es fácil percatarse, pues, del modo cómo algunas enfermedades pueden encadenarse si no se atienden a tiempo.

En condiciones normales se respira cierta cantidad de partículas de polvo y humo, especialmente en las grandes urbes, pero esta inhalación no comporta grandes alteraciones pulmonares.

En cambio, los individuos cuyo trabajo implica respirar mucho polvo, puede sufrir una enfermedad llamada neumoconiosis.

La más extendida es la producida por el polvo de caliza o sílice y se denomina silicosis.

Dicho mineral se deposita en el pulmón y provoca un intenso endurecimiento, con lo que aquél pierde su capacidad respiratoria y, lo que es peor, esta dolencia suele combinarse con la tuberculosis.

El polvo de carbón produce la antracosis, y se dan distintas neumoconiosis de hierro, asbesto, cáñamo, tabaco, caña de azúcar, harina, etc.

Las pleuras enferman con relativa frecuencia. Una de las afecciones más corrientes es su inflamación, es decir, la pleuritis.

En ocasiones, dicha alteración no cursa con presencia de líquido en el interior del espacio pleural; entonces se trata de pleuritis seca, mas, por regla general, el saco pleural aparece lleno de líquido y este tipo de pleuritis húmeda recibe el nombre de pleuresía.

No es raro que una pleuresía seca se convierta en húmeda. Las manifestaciones producidas por la pleuritis son: intenso dolor en uno de los costados, sensación de opresión en el mismo, cierta dificultad de respirar y fiebre.

La percusión es muy eficaz para descubrir la presencia de la masa líquida, pues el ruido que se aprecia es muy distinto del normal. Los rayos X son asimismo muy útiles para poner de manifiesto la presencia de líquido.

En la mayoría de los casos, las pleuritis son causadas por el bacilo de Koch; su curación no es hoy muy difícil, ya que los medicamentos antituberculosos aceleran el restablecimiento más completo, por cuya razón huelga efectuar aquellas prolongadas curas de reposo que se practicaban antaño.

En cualquier tipo de pleuritis, es posible averiguar la clase de líquido o materia que alberga el espacio pleural.

Mediante una aguja adecuada, se penetra a través de la pared torácica y una vez en el interior del saco pleural, se aspira con una jeringa la sustancia que lo rellena.

Cuando hay pus (empiema pleural), es necesario extraerlo, en la mayor parte de los casos, mediante una operación quirúrgica.

El espacio que separa las dos pleuras es inexistente, ya que ambas hojas (la que envuelve los pulmones y la que tapiza las paredes torácicas por su superficie interna) están adaptadas perfectamente entre sí; si embargo, puede rellenarse de cualquier sustancia.

Si lo hace de líquido inflamatorio, es una pleuresía; en presencia de gas, en cambio, es el neumotórax.

La penetración aérea en el saco pleural, en la mayoría de las ocasiones se hace con fines curativos para ejercer presión sobre el pulmón aplastándolo.

Los alvéolos de la región afectada se ven obligados por dicho aplastamiento a expulsar gran parte del aire contenido en su interior y coaptan sus paredes.

Entonces esta región será incapaz de respirar, inactividad que conviene al pulmón enfermo, ya que, sólo de esta manera, se consigue su descanso absoluto.

Si en el interior de este tejido aplastado se encuentra una cavidad o caverna, las paredes de la misma se unirán mucho más fácilmente y, por tanto, podrá curar más pronto que si no se tomara esta medida.

Como quiera que el neumotórax desaparece pronto porque el aire se reabsorbe a través de las pleuras, es necesario repetirlo a intervalos determinados, si se quiere mantener, mediante el mismo, el reposo prolongado de la porción enferma del pulmón.


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