Los Mandarines en China Antigua:Función Pública y Formación
FORMACIÓN Y FUNCIÓN DE LOS MANDARINES CHINOS
LA DECADENCIA MANCHU:
En 1796, moría Kien Lung, emperador de China. Su reinado estuvo marcado por grandes victorias, que permitieron extender, especialmente hasta el Sinkiang occidental, las fronteras chinas.
Pero, después de él, la dinastía manchú, la de los Tsing, conoció, con Kia K'ing y Tao Kuang, muchas desventuras, pues los europeos se hicieron más presentes cada vez en las puertas de China.
El Celeste Imperio era demasiado extenso para que las órdenes del emperador llegasen regularmente hasta las fronteras más lejanas.
Sin embargo, la dinastía manchú no toleraba las disidencias, las tentativas de descentralización, sino que, víctima de la extensión de su territorio, se veía constreñida, de vez en cuando, a descargar grandes golpes.
Caían las cabezas de algunos oposicionistas, o de los funcionarios a los que se consideraba responsables; el terror inspiraba a todos los demás una relativa calma; pero, poco a poco, la naturaleza humana volvía por sus fueros.
Para imponer su poder a los pueblos que habían conquistado, los emperadores disponían de tres instrumentos esenciales: el ejército, la nobleza y los letrados.
El ejército contaba de 300.000 hombres.
Poca cosa para tan vasto imperio; pero se bastaba para hacer respetar el orden en las fronteras, a condición de que el adversario no dispusiera, como los europeos, de armas demasiado diabólicas.
La nobleza se hallaba dividida en dos clanes:
la que habitaba las mansiones fortificadas del campo y dominaba a la gran masa campesina, y la que vivía junto al emperador.
Los nobles eran mantenidos lujosamente, pero no tenían ningún poder.
Como Luis XIV, aparentemente, el emperador estimaba que el tenerlos ociosos era el medio mejor de privar a los príncipes de todo espíritu de revuelta.
Paralelamente, los chinos podían recibir títulos nobiliarios en agradecimiento a los servicios prestados. Mas, frente a éstos, reinaba también la desconfianza.
La simple cólera del emperador podía precipitar al desventurado al fondo de la escala social.
Y otro servicio prestado podía volver a situar al mismo personaje en el vértice dela escala aristocrática.
Nadie tenía derechos; todo el mundo tenía sólo deberes. Nada les era dado para siempre a los príncipes: ni la gloria, ni la caída de ella. Manteniendo esta inseguridad de situaciones, el emperador tenía la ventaja de conservar las riendas de un poder descentralizado.
LOS MANDARINES:
En efecto, el país funcionaba, sobre todo, gracias a los miembros de la tercera clase importante: la de los letrados, que, responsable de la Administración, dirigía la nación.
Estos letrados, llamados «mandarines» por los portugueses, eran los ganadores de unos concursos extremadamente difíciles.
Recluidos durante tres días y dos noches, los candidatos debían pasar tres series de pruebas: la primera estaba constituida por diversas composiciones de carácter literario, relativas a los textos más antiguos, en la que el arte de manejar el pincel revestía capital importancia.
Esto equivaldría, en nuestros días, a reclutar funcionarios especialistas en finanzas y estadística, exigiéndoles por todo bagaje intelectual un profundo conocimiento de la poesía de Virgilio y un talento caligráfico.
Una vez pasadas las pruebas, el candidato entraba a formar parte de la casta de los letrados.
Tenía derecho a un cargo público y a lucir el famoso botón del color correspondiente a su grado, al concurso ganado.
Pero estos funcionarios estaban mal pagados. Por eso, imbuidos de su superioridad, no vacilaban en aceptar pequeños regalos.
He aquí el extraño imperio que los europeos tenían ante sí.
Los mandarines eran contratados después de haber realizado un examen basado en el programa de estudios establecido por el confucianismo.
En los primeros años de la historia china el examen consistía en la resolución de problemas administrativos prácticos; más adelante, en tiempos de las dinastías Ming y Qing, los exámenes se centraban en un conocimiento rutinario de los clásicos chinos.
Sin embargo, existían también otros medios para convertirse en mandarín: el apadrinamiento oficioso y el parentesco con la aristocracia o el soberano.
Los exámenes tenían tanto prestigio que algunos candidatos se pasaban toda la vida tratando de aprobarlos y otros llegaban incluso a castrarse para mejorar su concentración.
Los escasos conocimientos que éstos tenían sobre el «Imperio del Medio» estaban a menudo deformados por los rumores.
Así, la religión china les parecía algo incomprensible: aquella mezcla inextricable de religiones les parecía un subproducto de la más primaria de las supersticiones.
El europeo, hombre de orden, no había conocido más que religiones bien jerarquizadas, en las que todos sus fieles compartían una misma fe. Y la sensación de hallarse ante una superstición en materia religiosa era suficiente para suscitar nobilísimas vocaciones misioneras.
Los europeos, estupefactos ante las extravagancias chinas, visibles tanto en sus costumbres y en sus trajes como en su arte, les calificaban, por tanto, de «bárbaros».
En cuanto a los chinos, pensaban lo mismo de los europeos. Encontraban ridiculas sus largas narices, se burlaban de sus estrechos trajes, dentro de los cuales los hombres aparecían tiesos, y hallaban mal hechas las prendas (los chaquets), que no podían cerrarse y poseían un apéndice inútil que les colgaba por detrás. ¡Y qué decir de aquellos sombreros en forma de tubo de chimenea!
Los mandarines hablaban un dialecto especial que hoy en día es la lengua china más hablada.Más de mil millones de sus habitantes, el 95% de la población, habla chino frente a las otras minorías que hablan idiomas de diferentes familias lingüísticas, como el tibetano, el mongol, el lolo, el miao y el tai.
Fuente Consultadas:
Todo Sobre Nuestro Mundo Christopher LLoyd
HISTORAMA La Gran Aventura del Hombre Tomo X La Revolución Industrial
Historia Universal Ilustrada Tomo II John M. Roberts
Historia del Mundo Para Dummies Peter Haugen
La Revolución Industrial M.J. Mijailov