La Vida de los Papas Papa Pablo IV Inquisidor y Antisemita

La Vida de los Papas: Papa Pablo IV El Inquisidor

PABLO IV (1555- 1559): EL PAPA QUE INSPIRÓ A HITLER

Juan Pedro Carafa, más tarde Pablo IV; fue en sus años mozos inquisidor.

Pero, aun dentro de tan oscuro gremio, tuvo una particularidad al respecto por demás macabra, que ofrece un buen toque de color para comenzar a pintar su retrato: no contento con auspiciar y presenciar las torturas infligidas a las víctimas en la o las mazmorras oficiales, dependientes de la Iglesia, armó su sala de tormentos personal equipando una de las habitaciones de su casa con instrumentos de tortura.

Una vez devenido papa, el inquisidor hecho carne en él jamás lo abandonaría.

pablo iv papa vaticano

 Gran Inquisidor y maestro de la tortura por una generación, este Papa fue el terror de los incrédulos. Su logro mas grande fue hacer de la inquisición un arma fuerte en Italia, Los Países Bajos y el Oriente.

Creía tanto en la tortura que gustosamente pagaba de su propio cofre nuevos instrumentos. Reformo la Iglesia usando todos los métodos a su disposición sin importar quien cayera.

Famoso también por la corrupción, él colocó a su sobrino Carlo Caraffa como cabeza política de la Santa Sede.

Su fanatismo por buscar lo presuntamente impuro allí donde se encontrara, de modo tal de acabar con ello sería su característica hasta el fin de sus días.

Al igual que luego los nazis y los fascistas, ambos obsesionados por la idea de limpiar el mundo de la gente que con su sola existencia lo ensuciaba, Pablo IV tuvo como tarea principal eliminar de la faz de la Tierra (o, por lo menos, esconderlo y arrinconarlo) todo aquello y todos aquellos seres que, en su opinión avalada por buena parte del pensamiento eclesiástico de la época inquisitorial, tenían como innoble misión mancillar el planeta.

Persona por demás ascética, no reprimió su odio hacia lo que consideraba impuro.

Antes bien, lo dejó fluir hacia múltiples y desdichadas direcciones.

Odiaba a los homosexuales y cualquiera que fuera sospechoso de tal práctica o de solamente desear a alguien de su mismo sexo no tardó en perecer sobre las llamas.

Por supuesto, como buen inquisidor y, por lo tanto, alumno formado en las insignes letras del Malleus Malleficarum, detestaba con toda su alma a las mujeres, esas criaturas a quien el demonio había dotado de senos y mohines insinuantes, sólo a los perversos efectos de distraer y tentar a los hombres probos.

A ellas les prohibió ensuciar con su presencia las entradas del Vaticano.

Por los judíos sentía asco, horror y odio y los encerró en unos ghettos.

Pero, antes de adentramos en sus crímenes contra los seres humanos, comencemos por dar cuenta de aquello que hizo contra algo más abstracto que las personas en sí, pero fruto de ellas: el pensamiento y los libros que los plasmaban

ESCRITORES, IMPRESORES Y LIBREROS, BLANCO DE LA IRA PAPAL

Pablo I entre sus múltiples objetos de odio, abominaba todo libro que pudiera acercar una luz a la mente y, más aún, si esa luz oscurecía el poder omnímodo de la Iglesia Católica, a quien él representaba.

Ahogar la libertad de pensamiento era una actividad que lo llevaba a cimas de placer.

Por ello ya desde sus tiempos cardenalicios organizaba hogueras para libros, fabulosas piras donde el papel se retorcía de la misma manera que los cuerpos de los herejes.

Corría el año 1559 cuando el papa Pablo IV ordenó a la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición la elaboración de un índice de libros prohibidos para los católicos.

Se llamó Índex Libro rum Prohibitorum y estuvo en vigencia hasta que, en 1966, Pablo VI lo suprimió como consecuencia de las reformas establecidas durante el Concilio Vaticano II.

En Julio de 1555, dos meses después de su elección, el Papa Pablo IV hizo pública una bula (edicto) poco conocida (cum nimis absurdum), contra los judíos debido a que el sospechaba que los judíos estaban asistiendo a los protestantes.

La bula papal hacía recordar a los cristianos que desde que los judíos habían matado a Cristo, sólo estaban en condiciones de ser esclavos. Les fue ordenado quedar confinados a un área restringida, el gueto y usar un peculiar sombrero amarillo.Fueron obligados a venderles sus propiedades a cristianos a precio regalado (por ejemplo una casa a cambio de un burro o un viñedo por una prenda.

En ese momento, el listado de libros prohibidos llegaba a 4126 títulos.

Durante más de cuatro siglos quienes quisieran ser realmente buenos católicos no debían ni acercarse a esos títulos.

En sus listas figuraban, entre otras, todas las obras de Erasmo y de Rabelais y el Decameron de Giovanni Bocaccio.

De la misma manera en que, siglos después, la Exposición de arte degenerado del nazismo contendría lo mejor (y por ende, prohibido) de la vanguardia pictórica, el Index se caracterizó por incluir en él (y por lo tanto prohibir) a los mejores literatos y pensadores de cada época. Durante esos cuatro siglos, la lectura de libros como

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, Los miserables de Víctor Hugo o el hoy tan inocente Robinson Crusoe de Daniel Defoe constituía casi un pecado.

Pero la persecución a los libros había empezado mucho antes, si bien el Index marcó un punto de inflexión y, en cierta medida, el más alto. Había comenzado antes y por una razón bien concreta: un nuevo invento había visto la luz (la imprenta) y ello permitió una expansión de las publicaciones inimaginable siglos antes.

Hacia 1540 la Iglesia, profundamente asustada por la democratización de la lectura (y, por ende, de pensamiento) que presuponía la enorme cantidad de ejemplares que permitía la imprenta, intenta pactar y llegar a un acuerdo con los impresores.

Pero no lo logra. Y por ello comienza la quema de libros, actividad que prosigue en tiempos de Pablo IV, justamente, con la incineración de los libros contenidos en el Index. Y fue de tal envergadura que los editores temieron por su subsistencia.

Los autores, en cambio, temieron por su existencia y, en un gesto de autopreservación, la mayoría de ellos dejó de escribir en términos de producción cultural, la pérdida fue inestimable.

¿Cómo continuó la historia del Index, aun después de que Pablo IV abandonara la investidura papal?.

En 1521, se creó en Roma una Congregación del Índice que a lo largo de los siglos publico de manera regular ediciones de los libros prohibidos, lo cual puede advertirse todavía en libros católicos que llevan el Imprimatur.

Un libro de una orden religiosa puede llevar, por ejemplo, el nombre de cinco censores en su encabezamiento.

Pocos años más tarde, el Concilio de Trento se abocó a la elaboración de un Índice “mas comprensivo”, un tanto menos arbitrario y las obras fueron condenadas en función de diez conceptos principales.

Por supuesto, todo ese gran aparato represivo provocó, como lógica consecuencia, la autocensura y ello explica en buena medida por qué las contribuciones de los pensadores católicos quedaron rezagadas durante mucho tiempo con respecto a las del resto del mundo occidental.

Generaciones y generaciones de estudiantes, religiosos varios, humanistas y hasta obispos, tuvieron vedada la lectura de obras fundamentales por hallarse en el Índice.

UN ANTISEMITISMO VISCERAL

El odio a los judíos por parte de Pablo IV fue inmenso y quedó institucionalizado por un documento: la bula Cun nimis absurdum, que marca un verdadero hito en el antisemitismo cristiano.

Pero sería injusto decir que con Pablo IV comienza el odio antijudío de la Iglesia.

Pasemos una breve revista a cómo fueron tratados, desde el mismo inicio del cristianismo, aquellos que —nunca está de más recordarlo— profesaban la misma fe que Cristo.

Durante el imperio romano, los judíos superaron la hostilidad inicial y consiguieron la plena ciudadanía con el edicto de Caracalla, en 212.

Pero un siglo después, cuando Constantino se convirtió al cristianismo, dio comienzo la sistemática, constante y creciente persecución a los judíos.

Durante el Concilio de Nicea en el año 325, el mismo emperador pone fin a la controversia sobre la naturaleza de Cristo (se lo decreta divino y no un simple profeta) y continúa sus esfuerzos para separar al cristianismo del judaísmo declarando que la pascua cristiana no sería determinada por el pesaj o pascua judía.

Declara: “Porque es insoportablemente irrespetuoso que en la más sagrada fiesta estemos siguiendo las costumbres de los judíos.

De aquí en adelante no tengamos nadi en común con esta odiosa gente... También en plena Edad Antigua, numerosos santos (Sar Hilario, San Crisóstomo, San Efraín, etcétera) escriben en contra dE los judíos.

Algunos apelativos que reciben los semitas de parte de estos santos, nada compasivos por cierto, son: “Pérfidos asesinos de Cristo”, “Raza de víboras” y “compañeros del diablo” Ya en el siglo iv y y las sinagogas eran quemadas por los cristianos, al mejor estilo de las SS nazis.

También desde esa época varios países prohiben el contacto con los “malvados” hebreos y el matrimonio entre cristianos y judíos.

En el siglo y las acciones concretas sobre aquellos que tienen el mismo origen que Cristo recrudecen: en algunos lugares se les prohibe construir nuevos templos, algunos obispos logran expulsarlos de sus ciudades y continúan quemando sinagogas.

Otros, igual de exaltados, incitan a las multitudes contra los impíos y éstas atacan los templos.

Algunos obispos, más benévolos, simplemente los obligan a convertirse.

En los años posteriores, a través de decretos y disposiciones, a los judíos se les prohíbe: poseer tierras, tener sirvientes, aparecer en público durante las Pascuas, ocupar cualquier cargo público y tener autoridad sobre un cristiano.

Algunos obispos les ofrecen la opción: conversión o exilio; o se bautizan o son expulsados del lugar. Otros, un tanto más sádicos, les arrancan los ojos a los judíos que se niegan a ser bautizados.

Hacia finales del siglo VII se prohibe a los cristianos tener amistades judías y consultar médicos de ese mismo origen.

Durante el siglo VIII en muchos lugares el judaísmo es ilegalizado: esto deviene en bautismos forzosos o judíos quemados dentro de sus sinagogas.

Por esas épocas San Agobard, arzobispo de Lyon, escribe en sus Epístolas que los judíos nacieron esclavos y que tienen el hábito de robar niños cristianos para vendérselos a los árabes.

A lo largo de años y siglos posteriores la persecución no hace sino empeorar: los judíos son atacados en varios lugares de Francia a causa de la destrucción del Santo Sepulcro de Jerusalén por parte de los musulmanes; en 1012, en Roma, son considerados culpables de un huracán que asoló a la ciudad y en 1081 son obligados a pagar impuestos aún más altos para mantener a la Iglesia.

Durante las sucesivas cruzadas, muchos soldados de Cristo asesinan sin piedad a miles de judíos e incendian sus templos.

Algunas voces de la Iglesia se levantan contra eso y tratan de calmar los ánimos declarado que los judíos pueden ser tolerados y que la furia cristiana se debe dirigir hacia los musulmanes.

Sin embargo, en las marchas hacia la “Tierra Santa” caen musulmanes y judíos por igual, debido a que los piadosos cristianos perciben a ambos como enemigos de Cristo.

En el siglo XII se suma una nueva modalidad: en varios lugares de Inglaterra y Francia: los judíos son acusados de “asesinatos ritualísticos”, lo que deviene en tortura y muerte de los presuntos asesinos.

En 1215, el cuarto concilio de Letrán obligó a los judíos a usar algún distintivo en su indumentaria que los identificara como tales a simple vista: estrellas o algún sombrero de color estridente.

Esta es la primera vez en Europa que los judíos son ordenados a usar un elemento para ser diferenciados del resto de la población por medio de su vestimenta.

Con la invención de la imprenta alrededor del año 1450, los libros comenzaron a rodar por las prensas. La Inquisición buscó censurar el contenido y la cantidad de libros y en 1559, Pablo IV autorizó un Índice oficial de Libros Prohibidos, destinando a este una larga lista de libros.

Entre los títulos se encontraba el clásico de la literatura de Boccaccio el Decameron, y el Gargantua y Pantagruel de Rabelais. También se incluía un tratado, Consilium (consejo), al que él mismo había contribuido como Cardenal.

El sínodo de Viena (1267) obliga a los judíos a usar sombreros con dos puntas llamados pileteum comutum.

El pueblo en general cree firmemente que los judíos (ya varias veces acusados de hijos del demonio y como tales) tienen cuernos y que usan tal sombrero r para esconderlos.

En los siglos posteriores, concilios diversos y gobernantes varios cierran sinagogas, encierran en ellas a todos sus fieles las incendian, grupos de judíos son asesinados por muchedumbres callejeras acusados de asesinatos ritualísticos o profanación de hostias, se los conmina abandonar lugares o a atenerse a las consecuencias (generalmente, la pena de muerte), algunos nobles ostentan con orgullo motes alusivos al tema (como “mau judíos”), la Inquisición quema el Talmud y se les hace pagar con su vida por las frecuentes pestes que asolaban Europa, ya que lo culpaban de ser responsables por envenenar las aguas.

En e siglo XIV la peste negra mata a cientos de miles de habitantes de continente europeo y se habla de una  conspiración de dominio mundial por parte de los judíos.

Muchas veces, ellos mismos s suicidan al verse cercados, para evitar la tortura seguida de una muerte lenta y dolorosa.

Se promulgan diversas bulas que prohiben a los capitanes de navío el transporte de judíos a Tierra Santa y que les impide asistir a la universidad.

Y en esa seguidilla de macabros asuntos de los cuales, se lo podemos asegurar al lector, hemos realizado un resumen más que breve, aparece lo que muchos reconocidos historiadores consideran como un hito dentro del movimiento católico antijudío: la bula Cunnimis absurdum, promulgada apenas dos meses después de la elección.

En ella se subrayaba que los asesinos de Cristo, los judíos, eran esclavos por naturaleza y debían ser tratados como tales.

Por primera vez, en los Estados Pontificios se les confinaría a un sector determinado, el “ghetto”, que contaría con una sola entrada.

Antes de llevarlos al ghetto que les correspondía, fueron obligados a vender sus propiedades a los cristianos a precios verdaderamente irrisorios.

Se les permitió poseer una sola sinagoga en cada ciudad, se les obligo a usar indumentaria distintiva para distinguirlos (en este caso, se trató de un gorro amarillo), se les prohibió emprender cualquier actividad comercial, sólo se les permitía emplear el latín para hablar, en ningún caso podían contratar cristianos, no podían ser asistidos por médicos cristianos y no podían ser llamados “senor ni siquiera por los pordioseros, entre otras órdenes.

El ghetto fue instalado en la orilla derecha del Tíber, frecuentemente anegado y, por ello, extremadamente insalubre.

En un sector de unos 460 metros se hacinaban de cuatro a cinco mil personas, generalmente vestidos con harapos.

Debido al escaso lugar con que contaban se veían obligados a edificar hacia lo alto y el hecho de que el Tíber estuviera tan cerca, corroyendo las entrañas de las edificaciones, hacía que los derrumbes fueran frecuentes, llevándose muchas vidas humanas.

Además, en ese hacinamiento, cualquier principio de incendio se propagaba con asombrosa y peligrosa rapidez y la higiene se hacía sumamente dificultosa, lo que no hacía más que abonar el mito antisemita de que los judíos poseen un desagradable olor.

La bula del papa que nos ocupa tuvo efectos reflejos de manera inmediata: a los pocos días Venecia también tenía su ghetto y lo mismo sucedía en Bologna.

En 1559, Pablo IV moría. Sin embargo, su bula había instaurado y legitimado una pauta de conducta que duraría tres siglos.


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