Historia de SAN PETERSBURGO y el Museo Hermitage en Rusia

Historia de SAN PETERSBURGO y el Museo Hermitage en Rusia

ORIGEN DE SAN PETERSBURGO:

El 16 de mayo de 1703 Pedro el Grande, zar de todas las Rusias, llegó al frío y pantanoso delta del río Neva y, delante de sus soldados, dijo «En este lugar el destino nos manda que construyamos una ventana sobre Europa».

Lo cierto es que la frase le fue atribuida por Alexander Pushkin, el escritor que ha sido uno de los más célebres hijos de San Petersburgo, que vivió cien años después de la fundación de la ciudad.

Pushkin, como sucede con frecuencia en la literatura, quiso dar al acontecimiento un tono mítico que diese más valor al excepcional nacimiento y al destino de San Petersburgo.

Probablemente, el entonces jovencísimo soberano —que no se había ganado todavía el sobrenombre de el Grande— utilizó el plural mayestático, como convenía a su rango.

Pero la historia nos explica que lo de crear una capital que estuviese a la altura de las grandes ciudades europeas —en menoscabo de la «asiática» Moscú— fue sólo fruto de su testarudez, por lo demás hostilizada por la poderosa y corrupta corte moscovita.

Pedro era un hombre con mucha determinación.

Amaba el mar, había viajado y no se avergonzaba de haberse manchado las manos, casi como un trabajador, en una atarazana naval holandesa.

De costumbres espartanas, vivió durante dos años, a fin de supervisar la construcción de la ciudad que llevaría su nombre, en una mísera casa de madera de apenas dos habitaciones que, protegida por una estructura de piedra, todavía hoy puede ser visitada en la isla de Petrogrado, núcleo originario de San Petersburgo.

Con una superficie de 1400 km2 y una población de cinco millones de habitantes, San Petersburgo está formada por 44 islas entre las que discurren 50 canales y ríos, de los que los más importantes son el Neva y sus cinco afluentes, y es la gran ciudad más septentrional del planeta, a escasamente 800 kilómetros del círculo polar ártico.

Para celebrar los 300 años de su fundación, el gobierno ruso ha gastado —presidido por el petroburgués Vladimir Putin— en 2003, la fabulosa cifre de 1300 millones de euros en la restauración de sus edificios más emblemáticos, dedicando grandes honores a Pedro el Grande ya todos cuantos después de él, contribuyeron a hacer de ella una de las ciudades más bellas del mundo.

No es casualidad que a San Petersburgo estén asociados personajes y acontecimientos fundamentales de la historia y de la cultura rusas. Chajkovskij, Stravinskij y Shostakovic crearon sinfonías inmortales; Pushkin, Dostoevskij y Gogol escribieron las obras maestras; Mendeleev y Pavlov hicieron grandes contribuciones a la ciencia.

Aquí las figuras de Pedro el Grande y los herederos de la dinastía Romanov, entre los cuales está la por otra parte extraordinaria Catalina, vivieron en los fastuosos edificios que encargaron a geniales arquitectos.

En ella vivió y fue asesinado Rasputín, el más visionario y controvertido personaje de la historia rusa. Y allí estaba el crucero Aurora (todavía homenajeado e la orilla del río Neva) del que partieron los primeros movimientos para el asalto al Palacio de Invierno (foto abajo), que marcó el final de lo Romanov y dio vida a la creación de la Unión Soviética.

Durante la segunda guerra mundial la ciudad sufrió el más dramático ase dio que recuerda la historia.


En 1917, San Petersburgo se llamaba todavía Petrogrado, y era la capital de Rusia, además de la más europea de sus ciudades, como lo sigue siendo todavía hoy. Fundada sobre una antigua fortaleza sueca por Pedro el Grande, la ciudad a orillas del Neva fue escenario y protagonista de la Revolución de Octubre.

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Durante la existencia de la Unión Soviética, la ciudad fue conocida como Leningrado, pero el poder soviético mantuvo su elegantes edificios: Stalin prefirió construir palacios de estilo real socialista en la periferia y algunas espléndidas estaciones en el metro.

Sin embargo, tras la crisis del sistema, la ciudad volvió a recuperar su viejo nombre gracias a un referéndum con el que los ciudadanos reconocieron su capacidad para superar los enormes acontecimientos de su historia, permaneciendo siempre fiel a sí misma y a sus sueños.

Al último zar de Rusia, Nicolás II, le gustaba advertir a los invitados recibidos en su corte que »San Petersburgo estaba en Rusia, pero no era Rusia». Y es cierto que el único edificio en línea con la tradición rusa es la Iglesia de la Resurrección (foto abajo), comenzada en 1882 según el modelo de la «oriental» Catedral de San Basilio en Moscú.

SAN PETERSBURGO-iglesia ortodoxa

Por lo demás, la arquitectura de la ciudad —un triunfo del barroco, del rococó y del neoclasicismo— lleva la firma de ilustres  europeos.

Pedro el Grande confió incondicionalmente en Domenico Trezzini, autor de la fortaleza y de la Catedral de Pedro y Pablo (donde están los restos de muchos Romanov), del Palacio de Verano del Palacio de los Doce Colegios (sede de otros tantos ministerios) y de numerosas estancias nobiliarias.

Tras la muerte de Pedro, las zarinas Ana e Isabel confiaron en el genio de Bartolomeo Francesco Rastrelli, para realizar grandiosas obras como el insuperado Palacio de Invierno y el Palacio de Tsarskoe Selo.

Los datos de los dos edificios son impresionantes: el primero tiene unas 1800 ventanas y el segundo una fachada de 340 metros recubierta de estuco y dorados.

Además, kastrelli concibió el armonioso monasterio de Smolnyj y el austero Almirantazgo, cuya vertiginosa aguja es hoy día el núcleo en torno al que gira la ciudad.

Más que ninguna otra zarina, Catalina miró hacia Europa y siguió el Iluminismo para dar a la ciudad el que sería conocido como Museo del Hermitage (foto abajo) que con 2.700.000 obras reunidas en 1400 salas distribuidas en seis edificios (entre ellos el Palacio de Invierno) es el segundo del mundo sólo superado por el Louvre.

SAN PETERSBURGO

Con aquél y después de él llegaron a San Petersburgo otros arquitectos italianos, como Giacomo Quarenghi, que habría trabajado entre 1779 y 1810 proyectando espléndidas obras en estilo neoclásico (como el teatro del Hermitage), o como el francés Auguste de Montferrand, autor de la Catedral de San Isaac.

A la vez fue encargada a arquitectos rusos —pero con la obligación de inspirarse en la Basílica de San Pedro— la construcción de la Catedral de Kazan.

Finalmente, para dar una incomparable armonía al conjunto arquitectónico —ya de por sí excepcional llego también de Italia, en 1819, Carlo Rossi.

Este diseño la extraordinaria sucesión de tres plazas en el corazón de San Petersburgo la Plaza del Palacio de Invierno, centro del imperio, la Plaza de los o Decabristas, centro administrativo y la Plaza de San Isaac centro religioso.

Bien se mereció que le fuera dedicada una avenida  --la  ulitsa Rossi— a la cual da la fachada de su elegante teatroAleksandrinski.

Si se exceptúan algunos edificios de estilo modernista de principios del siglo XIX —como el edificio donde están los suntuosos almacenes Eliseev, en la Nevskij Prospekt, principal arteria urbana—, San Petersburgo ha hecho pocas concesiones ala modernidad, al menos desde el punto de vista arquitectónico.

Cuando en esta ciudad se encargan nuevas obras, los proyectos deben acomodarse con religioso respeto a lo que los habitantes de la ciudad sienten por aquel conjunto perfecto que es su ciudad.

Lo sabe bien el americano Eric Qwen Moss, que en 2001 ganó el concurso para la construcción del nuevo teatro Mariinskij adyacente al conocido escenario del siglo XIX, pero que le fue rechazado porque, según la administración su estructura de cristal ondulado y granito azul habría recordado «sacos de una plástica arrebujada».

Se buscó, por ello, un nuevo proyecto, el del francés Dominique Perrault, que preveía un teatro en forma de burbuja, de color dorado.

Y Moss, se tuvo que contentar con realizar un centro de exposiciones y eventos en la isla urbana de Novaja Gollandija, sede de los almacenes portuarios de Pedro el Grande. Desde aquí se puede asistir al eterno espectáculo de las conocidas Noches Blancas de San Petersburgo.

HISTORIA: UNA CIUDAD ERIGIDA SOBRE HUESOS HUMANOS

Para construir San Petersburgo, la nueva capital de Pedro el Grande en la ribera del río Neva, se exigió un sacrificio a una escala colosal.

Se sometió a campesinos, soldados y prisioneros como parte del millón de personas, de todos los rincones de Rusia, que trabajaron forzadamente en la construcción.

En ella murieron entre 100,000 y 200,000 personas; por ello se dijo que la nueva ciudad fue erigida sobre un gran osario.

Miles de albañiles, ingenieros, herreros y carpinteros, y otros millares de obreros no especializados, trabajaron de sol a sol, alimentados con una magra dieta, durante seis meses.

En teoría, se les permitía ir a casa, aunque miles de ellos permanecieron en el lugar durante meses, e incluso años.

La deserción era castigada con la amputación de la nariz.

Los trabajadores habitaban húmedas y sucias barracas, o dormían al sereno, cubiertos con frazadas o abrigos. Bebían agua sucia y padecían de mala alimentación: abundó el escorbuto, la disentería y la malaria.

Estaban equipados con pocas herramientas y ninguna carretilla, y debían acarrear el lodo, que excavaban con las manos, en los faldones de su ropa o en sacos hechos de trapos viejos.

EDIFICIO ruso

Ciudad de piedra En el siglo XIX, la Catedral de San Isaac, en San Pefersburgo, reemplazó al edificio original de Pedro el Grande: al construirla, se usaron similares andamias de madera.

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EL MUSEO HERMITAGE (PALACIO DE INVIERNO) Sólo la colección de arte europeo occidental ocupa 120 salas, con obras maestras de Italia, España, Holanda, Francia, Alemania y otros países.

Sin embargo, para preservar las pinturas y dibujos de posibles deterioros, muchas de ellas se exhiben sólo en forma temporaria.

De Leonardo a Rafael y Tiziano, del Greco a Velázquez, de Kandinski a Picasso y Matisse, el Hermitage es un auténtico catálogo de los más grandes artistas de la humanidad. Además, el museo tiene ramificaciones internacionales en Amsterdam, Londres, Las Vegas y Ferrara (Italia).

Pero en la propia San Petersburgo se encuentran, entre otros objetos de incalculable valor, parte de los tesoros de Troya recuperados por Heinrich Schliemann, decenas de obras cubistas de Picasso, gran parte de la obra tardía de Gauguin, grandes obras maestras del Renacimiento italiano y los célebres huevos de pascua que el joyero Fabergé realizó para los zares de Rusia, en particular para Nicolás II y Alejandra.

Claro que su historia está hecha de luces y sombras: así como pinturas centrales de la historia del arte fueron vendidas en los años de la Unión Soviética, otras se encuentran en el Hermitage porque fueron tomadas por la Armada Roja de los museos y coleccionistas de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, a modo de compensación por los daños sufridos por Rusia.

Muchas de estas obras, que se creían perdidas, reaparecieron en una exhibición realizada en 1995, y no hay perspectiva de que dejen San Petersburgo alguna vez.

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