Historia de los Antibioticos Sinteticos:Lucha Contra las Bacterias
Historia de los Antibióticos Sintéticos: Lucha Contra las Bacterias
Los antibiótico son sustancias que fabrican los microbios y producen la muerte de otros organismos (su nombre deriva del griego y significa "contra la vida").
En 1875 , el naturalista irlandés John Tyndall (imagen) descubrió el primer antibiótico, producido por el hongo Penicillium.
El descubrimiento pasó inadvertido, porque en esa época se ignoraba que las enfermedades infecciosas eran producidas por bacterias.
Medio siglo después, el médico escocés Alexander Fleming redescubrió el mismo antibiótico y lo llamó penicilina.
Ahora se sabía cuál era el papel de las bacterias en las enfermedades infecciosas, pero una creencia muy difundida entre los médicos sostenía que no era posible matar a los microbios que se encontraban dentro del cuerpo humano.
Así fue como Fleming se dedicó a investigar otras cosas y el uso masivo de la penicilina se demoró otros quince años.
Mientras tanto, los soldados aliados que participaron en la Segunda Guerra trataban sus heridas con sulfanilamida, un antibiótico artificial descubierto en 1932 por el médico alemán Gehrard Domagk, un discípulo de Paul Ehrlich que, como su maestro, buscaba una “bala mágica” para matar a las bacterias sin intoxicar a las personas.
Domagk trabajaba para la compañía alemana I.G.Farben, cuando descubrió que el protonsil, una tintura roja descartada por la industria textil, curaba a los ratones infectados con ciertas bacterias.
Domagk reconoció la importancia del descubrimiento y enseguida se le presentó la oportunidad de probarlo en una persona.
Una oportunidad con la que Domagk seguramente habría preferido no contar, porque la persona en quien probó el protonsil fue su propia hija.
La jovencita tenía una infección que ningún tratamiento había podido controlar y los médicos ya estaban dispuestos a cortarle un brazo para salvarle la vida.
Hoy resulta impensable aplicar una droga a una persona sin investigar sus posibles efectos adversos, primero en animales de laboratorio y luego en seres humanos.
Pero en los tiempos de Domagk no existían leyes ni reglamentaciones que exigieran tales estudios.
Lo que hizo Domagk fue un acto desesperado e irresponsable.
También fue increíble su suerte, porque la droga detuvo la infección y su hija se recuperó en poco tiempo.
Domagk, descubrió la sulfamida
Posteriormente se descubrió que el verdadero antibiótico no era el protonsil, porque el metabolismo animal lo transforma en sulfanilamida y es esta molécula la que mata a los microbios.
A difundirse esta información, otros investigadores se dedicaron a modificar la estructura química de la sulfanilamida.
Querían encontrar sustancias con mayor espectro de acción antibiótico y nuevas propiedades medicinales (la sulfanilamida sólo era efectiva contra algunas bacterias).
Así nacieron las sulfamidas, la primera familia de antibióticos sintéticos usados para detener las infecciones bacterianas en los humanos.
En 1939, por el descubrimiento de la propiedad antímicrobiana del protonsil, Domagk fue honrado con el premio Nobel de Medicina.
Un reconocimiento que no pudo disfrutar, ya que Hitler le prohibió aceptarlo (todavía estaba furioso, porque cuatro años antes le habían otorgado el Nobel de la Paz al periodista alemán Karl von Ossietzky, un apasionado Opositor del nazismo).
Después de la Segunda Guerra, Domagk reclamó el premio y recibió el reconocimiento.
Del dinero que le correspondía no vio ni un billete. Habían pasado casi diez años y le dijeron que ya no tenía derecho a reclamar la compensación económica.
Treinta litros perdidos: A mediados de la década de 1930, la sulfanilamida era fabricada en los Estados Unidos por la empresa Massengill.
Se vendía en forma de tabletas y como polvo inyectable, pero la empresa quería fabricar un jarabe, porque la mayor parte de los consumidores eran niños y darles de beber el medicamento sería más fácil que hacerles tragar las tabletas o darles un pinchazo.
Para desarrollar una presentación líquida había que buscar un buen solvente, porque la sulfanilamida no se disuelve en el agua.
En 1937, el químico Harold Watkins, empleado de Massengill, descubrió que la sulfanilamida se disolvía muy bien en dietilenglicol, una sustancia de sabor dulce, usada como humectante industrial y anticongelante.
Watkins preparó un jarabe que contenía 100% de sulfanilamida y 720% de dietilenglicol, le añadió sabor a frambuesa y un colorante rojo para que nadie lo confundiera con otra bebida.
La nueva presentación líquida fue bautizada Elixir de Sulfanilamida.
En septiembre, Massengill distribuyó más de 600 botellas del producto en farmacias de todo el país y repartió otras tantas entre sus representantes comerciales y otros profesionales de la salud.
En menos de un mes, varios médicos descubrieron que el Elixir de Sulfanílamida estaba matando a la gente.
Al recibir informes que advertían del peligro, la Asociación Médica Americana se comunicó con las autoridades de Massengill y les preguntó cuál era la composición del elixir.
La Universidad de Chicago recibió una muestra del producto para evaluar su toxicidad en animales de laboratorio.
Francis Kelsey, la farmacóloga que realizó los experimentos, comprobó que el elixir era muy tóxico para los mamíferos.
Massengill mandó un telegrama a mil farmacéuticos, vendedores y médicos.
Sin dar mayores aclaraciones, se limitó a solicitar la devolución del producto.
La FDA9 le aconsejó a la empresa enviar un segundo telegrama, para aclarar que el elixir era un veneno peligroso. Más de doscientos empleados de la FDA salieron a recorrer las farmacias.
Los diarios y la televisión difundieron mensajes de advertencia por todo el país.
Había que recuperar tantos frascos del elixir como fuera posible.
Un informe de la FDA cuenta algunas anécdotas que reflejan lo complicado que fue, en algunos casos, seguir el rastro del elixir.
Las pistas de algunos viajantes de comercio fueron rastreadas por varios estados.
Cada vez que alguno era localizado, se le pedía una reconstrucción de su itinerario y una lista de los comercios donde había dejado frascos del elixir.
Algunos viajantes llevaban un prolijo registro de sus recorridos, otros no.
Algunos colaboraban ampliamente, otros se mostraban reticentes.
Hubo comerciantes que vendieron el producto sin pedir a cambio una receta médica. Hubo médicos que recetaron el elixir y sólo conservaron vagas anotaciones que no permitían identificar al paciente.
Un médico pospuso su boda para ayudar a encontrar a un niño de tres años al que le había recetado el producto.
Los esfuerzos salvaron numerosas vidas.
Se habían distribuido 1.080 litros de elixir y se recuperaron unos 1.050.
El resto no se localizó y produjo la muerte de unas cien personas, casi todos niños a los que se les había recetado el elixir para tratar el dolor de garganta.
Cartas dolorosas:
El médico estadounidense Archie B. Calhoun escribió:
“Comprender que seis seres humanos, todos pacientes míos y uno de ellos mi mejor amigo, están muertos porque tomaron un medicamento que les prescribí en forma inocente, comprender que el medicamento que he estado usando durante años se convirtió en un veneno mortal en su nueva presentación, recomendada por una empresa farmacéutica de Tennessee que goza de gran reputación: bueno, comprender estas cosas ha convertido mis días y mis noches en una agonía mental y espiritual a las que nunca creí que podría sobrevivir un ser humano. He conocido horas en las que la muerte hubiera sido para mí una bienvenida liberación”.
Nadie sabía cuáles eran los síntomas de la intoxicación con dietilenglicol.
Los informes provenientes de distintos puntos del país lo fueron revelando: fuerte dolor abdominal, interrupción del acto de orinar, náuseas, vómitos, ceguera, convulsiones y coma.
La muerte, producida por falla renal, no era inmediata; podía ocurrir hasta tres semanas después de beber el elixir. Para las víctimas, sus familiares y amigos, esos días eran terribles.
Una mujer le envió al presidente Roosevelt una carta que decía:
“La primera vez que tuve oportunidad de llamar a un doctor para atenderla [a su hija Joan], le recetó el Elixir de Sulfanilamida.
Todo lo que podemos hacer ahora es cuidar su pequeña tumba.
La recordamos con pesar, porque seguimos viendo su cuerpito sacudiéndose hacia adelante y hacia atrás, y oímos su vocecita gritando de dolor y entonces pienso que me voy a volver loca...
Por eso le ruego que tome precauciones para impedir la venta de drogas como ésta, que pueden tomar pequeñas vidas y dejar semejante sufrimiento y un panorama del futuro tan desolador como el que yo tengo esta noche”.
En el marco de la ley: Ahora se sabe que no es el dietilenglicol el que produce los síntomas observados en las víctimas del Elixir de Sulfanilamida, sino una sustancia derivada.
El metabolismo humano transforma el dietilenglicol en ácido oxálico.
Este ácido forma cristales en los riñones y les impide funcionar correctamente.
En aquel otoño de 1937 no se conocían antídotos ni tratamientos para este tipo de intoxicación.
Samuel Evans, dueño de Massengill, declaró que su empresa no había hecho nada ilegal.
Era verdad.
Ninguna ley obligaba a realizar pruebas toxicológicas antes de vender un medicamento en el territorio estadounidense.
Evans dijo que no sentía ninguna responsabilidad por lo sucedido.
Harold Watkins, el químico que había recomendado el uso del dietilenglicol, pensaba diferente.
Reconoció que había cometido un grave error y se suicidó.
La FDA admitió que las leyes vigentes eran inadecuadas para proteger a los consumidores de medicamentos.
Al año siguiente, el gobierno aprobó el Acta Federal de Alimentos, Drogas y Cosméticos.
Mediante este documento se creó un sistema de control de drogas.
Desde entonces, quien desea vender un medicamento en los Estados Unidos debe presentar una solicitud acompañada de numerosos estudios toxicológicos.
Los estudios son analizados por expertos.
Si el producto representa un riesgo inaceptable para la salud humana, no se autoriza su venta.
La tragedia de la sulfanilamida ocurrió porque no existía una legislación adecuada.
Vender un medicamento sin una evaluación previa de sus posibles efectos tóxicos fue un gran error.
Pero de este error se extrajo una enseñanza que sirvió para evitar nuevas desgracias.
Como se verá en “Maldita droga, santo remedio”, veintitrés años más tarde una droga llamada talidomida produjo una tragedia toxicológica que afectó a miles de familias en docenas de países.
Los Estados Unidos fueron uno de los pocos lugares donde no se autorizó su venta, porque la solicitud de la empresa que la fabricaba no pasó las rigurosas exigencias de la FDA.
Diez a veinticinco años de prisión:
El dietilenglicol reapareció varias veces en analgésicos o jarabes para la tos en distintas partes del mundo y sus víctimas fueron principalmente niños. En la India produjo la muerte de catorce personas en 1986 y de unos treinta niños en 1998.
Entre 1990 y 1992 mató a más de cincuenta personas en Bangladesh. Desgracias similares ocurrieron en Nigeria (medio centenar de niños en 1992), Haití (unos ochenta niños en 1995) y Panamá (varias docenas de víctimas en 2006).
En 1992 nos tocó a los argentinos probar el sabor dulce y letal del dictilenglicol.
A comienzos de agosto, dos hombres y una mujer fueron internados en el Hospital Italiano de La Plata. Tenían fuertes dolores abdominales y no podían orinar.
El 12 de agosto, cuando ya habían ocurrido seis muertes y otras doce personas estaban intoxicadas, el ministro de Salud se dará que las muertes se debían a la ingestión de propóleo marca Huilén.
Se prohibió la venta del producto en todo el país y el laboratorio Huilén fue clausurado.
El propóleo es una resma vegetal, usada por las abejas para rellenar las grietas externas de las colmenas y para inmovilizar a los intrusos que se meten en ellas (dentro de las colmenas se han encontrado roedores y serpientes muertos y perfectamente conservados dentro del propóleo).
El nombre de la resma es de origen griego y significa “delante de la ciudad”, posiblemente en referencia a la costumbre de las abejas de cubrir con ella la cara externa del panal.
El propóleo tiene propiedades antibacterianas y antiinflamatorias.
La “medicina alternativa” le atribuye una infinidad de propiedades medicinales, que no han sido confirmadas en forma experimental.
El 13 de agosto, el laboratorio de toxicología de la Asesoría Pericial del Poder Judicial argentino informó que las intoxicaciones se debían a la presencia de dietilenghcol en los envases de propóleo.
La causa fue caratulada como “envenenamiento”.
Se allanó el laboratorio Huilén, ubicado en el barrio porteño de Flores, y se procesó a Mabel Aparicio y Emilio Castro, gerente y director técnico de la empresa, respectivamente.
El propóleo con dietilenglicol mató a once personas en La Plata y a catorce en la ciudad de Buenos Aires.
Se registraron 3.000 casos de problemas renales, pero muchos fueron falsas alarmas.
A causa de esta desgracia, en 1993 se creó el Sistema Nacional de Farmacovigilancia.
Sus objetivos son detectar productos farmacológicos con efectos adversos y sacarlos de circulación; transferir, documentar y publicar la información referida a los riesgos y beneficios asociados al uso de medicamentos y hacerla extensiva a la comunidad científica vinculada con la salud.
En 1999, el juez de instrucción Nelson Jarazo sobreseyó a Castro y Aparicio Jarazo declaró que ninguno de los tambores encontrados en el laboratorio Huilén contenía dietilenglicol y que el nombre de la sustancia no aparecía en ningún archivo electrónico de la empresa.
El hecho de que distintos frascos de propóleo recuperados de los comercios contenían distintas concentraciones de dietilenglicol hizo pensar que la sustancia fue incorporada a los recipientes fuera del circuito normal de elaboración del producto.
Juan Manuel Sansone, fiscal de la causa, afirmo que se trataba de un típico sabotaje.
El Código Penal establece una pena de diez a veinticinco años de prisión para este tipo de delito.
Esa podría haber sido la condena solicitada por un hipotético fiscal, si se hubiera identificado y juzgado al culpable, o a los culpables.
Pero nunca los identificaron.
• ALGO MAS SOBRE LA HISTORIA
Después de varias experiencias con humanos y no obstante a la impureza del producto, las pequeñas dosis empleadas y la falta de práctica en la aplicación de la nueva droga, los resultados eran asombrosos.
Eso despertó el interés mundial y pronto el "penicillium" llegó a los centros de investigación de Estados Unidos.
Los estudios posteriores pusieron en claro todas las propiedades de la penicilina.
Se estableció en forma definitiva en qué casos resultaba activa y se comprobó que era mortífera para todos los cocos gram-positivos y los gérmenes como el bacilo del carbunclo, del tétano y aun de la gangrena gaseosa.
Purificada, diluida hasta la proporción de 1 a 50 millones, impide el desarrollo de todos esos gérmenes.
Se estableció que el campo de acción de la penicilina es más o menos igual al de las sulfamidas con la ventaja de que la primera preparación impura era 4 veces más activa que el sulfatiazol e infinitamente menos tóxica.
Luego se determinó su eficacia contra algunos protozoos, como las espiroquetas y el germen de la sífilis, y se comprobó que es activa en cualquier medie y ambiente.
La penicilina no mata los gérmenes patógenos; les impide reproducirse.
La imposibilidad de la reproducción les produce trastornos que los pone a merced de los fagocitos.
De manera que quien mata a los gérmenes es el propio organismo.
La penicilina se limita pues, a dejarlos incapaces para la lucha.
La investigación entra desde aquí en una nueva etapa. Hay que llevar la droga a la clínica y producirla en cantidad para que esté al alcance de todos.
En 1943, el triunfo es definitivo.
Florey trata 187 enfermos y, en Estados Unidos, se hace lo mismo con 300, en todos los casos con óptimos resultados.
La penicilina llega y vence allí donde no puede hacerlo la sulfamida.
Waksman, en 1944, logró aislar la estreptomicina, un nuevo y poderoso antibiótico, aislado, a través de un hongo, actinomiceto, el Streomyces Griseus.
Los esfuerzos por conseguir nuevas drogas de este tipo se redoblaron y en pocos años se pudo obtener el cloranfenicol. del S. venezuelae; las distintas tetracielinas del S. aureofaciens y S. rimosus, y la eritromicina del S. erythreus.
También fueron analizadas las bacterias para hallar nuevos antibióticos y así los científicos aislaron la bacitricina del Baeillus Subtilis.
Al estudiar la composición química de estas poderosas drogas pudieron comprobar que estos antibióticos están constituidos por aminoácidos que varían en sus componentes y que les confieren ya sea propiedades inhibitorias del crecimiento de los gérmenes patógenos, ya sea propiedades bactericidas, es decir, destructivas de estos agentes de serias y graves enfermedades infecciosas.
Algunos de estos antibióticos revelaron esta doble acción abarcando en la detención del crecimiento o en la destrucción de bacterias a un número muy elevado de éstas.
Los científicos se pusieron de acuerdo en denominar espectro a toda la gama de bacterias que por su acción requieren una terapéutica adecuada.
De esta manera pusieron de manifiesto que la aureomicina resulta ser una de las drogas de mayor espectro y que tiene una acción marcada contra las enfermedades producidas por bacterias Gram positivas y negativas; las rockettsias, que son microorganismos de un tamaño intermedio entre el virus y las bacterias.
Continuamente se están ensayando nuevos antibióticos, pues estos microorganismos cambian continuamente su composición genética y se hacen resistentes como una defensa contra la acción de los antibióticos.
Es por ello que, para cada caso, se buscan los antibióticos más adecuados, para lo cual es imprescindible prescribir un antibiograma antes de recetar la droga para que ésta tenga efectos positivos ante el microorganismo patógeno.
Si bien todos los antibióticos pueden obtenerse por cultivo de las especies vegetales que contienen su principio activo, todos ellos, una vez conocida su fórmula molecular, son elaborados sintéticamente, lo que permite producción masiva y la reducción de precio.
El poder terapéutico de los antibióticos se mide por una unidad patrón establecida internacionalmente.
Si bien se utilizan en gran escala contra las enfermedades infecciosas, poseen además aplicaciones diversas en el ganado, en la avicultura y contra algunas plagas de los vegetales.
Fuente Consultada:
El Elixir de la Muerte Raúl A. Alzogaray (Ciencia que Ladra...)
LA RAZÓN 75 AÑOS - 1905-1980 Historia Viva - Los Antibióticos
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