Biografia de Cayo Mario Tribuno y Consul Romano
Biografía de Cayo Mario-Tribuno y Consul Romano
CAYO MARIO (15687 a. de J. C.): Cayo Mario inaugura una nueva etapa en la vida de Roma. Hasta entonces los partidos políticos — oligarquía y democracia — habían luchado por el poder mediante las armas constitucionales creadas en el curso de cuatro siglos de Historia.
Mario inicia un sistema de conquista del Estado apoyándose en el ejército, que él transformó en permanente y asoldado. Éste cambio reñía impuesto por la nueva misión imperial de Roma v la prolongación de las campañas de conquista en Asia, España y África Menor.
Pero fue Mario, el homus novo (nuevo hombre) , quien con su popularidad fue capaz de imponer la transformación que conducía de modo inevitable el cesarismo.
Por su aversión a los optimates, utilizo el ejército en favor del credo y partido radical de los demócratas.
Los optimates (los hombres excelentes') constituyeron la facción aristocrática de la República romana tardía.
De esta manera, dando un ejemplo a la aristocracia, que ésta recogió en la persona de Sula, abrió el camino a la crisis constitucional romana del siglo i antes de nuestra Era.
De origen volsco, nacido en 156 en la aldea de Cércete, Arpiño, de una familia de campesinos — lo que parece bastante problemático—, Mario creció con la mayor sencillez.
Careció de la esmerada educación de la nobleza romana, pero asimismo se vio libre de su corrupción y de sus vicios.
Dotado de inteligencia natural y de admirables condiciones de bravura y sagacidad militar, se distinguió sobremanera por su brillante conducta ante los muros de Numancia a las órdenes de Escipión Emiliano (133).
Este comportamiento le valió la protección de la poderosa familia Métela, bajo cuyos auspicios se inició en la carrera política. Después de ser tribuno militar y cuestor, fue elegido tribuno de la plebe en 119 y pretor en 116.
Como propretor en 115 le correspondió una jefatura provincial en España, que desempeñó acertadamente. Poco más tarde daba un paso más en su carrera gracias al matrimonio contraído con Julia, tía de César.
Enlazado con la mejor sociedad romana y apoyado por los Mételos, Mario conservaba intacta su alma de viejo veterano y de pequeño campesino.
En su fondo despreciaba a la aristocracia, y cuando ésta le negó sus votos para el cargo de cónsul — al que le hacía acreedor el éxito obtenido en Muthul (109) en la guerra yugurtina—, rompió con ella de modo definitivo.
A pesar de la oposición de la oligarquía fue elevado al consulado dos años después (107), y este cargo le valió inmediatamente la dirección de la campaña de Numidia en substitución de Cecilio Mételo.
En esta ocasión reformó la constitución del ejército romano, admitiendo en las filas de las legiones a libertos y proletarios, hombres sin hacienda, que no tenían prisa para terminar una campaña y regresar a sus hogares. Así se constituyeron los veteranos de las legiones. Habían de apoyar a su general en lo militar como en lo político.
Mario condujo la guerra contra Yugurta con mayor energía y rapidez que Mételo; pero también se vio obligado a una guerra de guerrillas en el desierto, de la que resultó, por último, vencedor cuando el rey Boceo le entregó a traición a Yugurta (gracias a la hábil diplomacia de Sula, 105).
Como premio a su victoria fue nombrado cónsul por segunda vez (104) y encargado de hacer frente a la temible invasión de los cimbrios y teutones, bárbaros que desde 113 merodeaban por los confines septentrionales del Imperio.
En esta nueva campaña llegaron a su punto culminante las virtudes militares de Mario; afianzó la disciplina del ejército, adiestró a las legiones, y cuando llegó el momento del gran choque, deshizo a los teutones en Aquae Sextiae (102) y a los cimbrios en Vercellae (101).
En el colmo de su popularidad y de su poder — ya que había sido elegido cónsul cada año transcurrido desde 104 a 100— Mario quiso aportar el peso de su persona a la causa que sostenía la democracia para renovar las virtudes de la vieja Roma.
Desgraciadamente, esta causa se hallaba en manos de dos demagogos, Saturnino y Glaucio. Entre la revolución inminente y el orden republicano, Mario no se atrevió a dar el golpe de estado y retrocedió.
Este acto equivalió al derrumbamiento de todas sus ambiciones. El mejor general de Roma quedó desacreditado como político.
Viajó entonces por Asia Menor, tanto para ponerse al corriente de la ideología del mundo helenístico como para orientarse respecto a las amenazas que Mitrídates de Ponto hacía pesar sobre las provincias orientales de Roma.
A su regreso, hizo vida retirada, aunque contribuyó a sofocar la sublevación de los federados en la llamada guerra mársica o social (90-88).
En este instante quiso aspirar al mando de la expedición que Roma aprestaba contra Mitrídates de Ponto, pero en las elecciones para el consulado del año 88 fue derrotado por el jefe de los patricios, Sula.
Este desengaño lo arrojó en brazos de P. Sulpicio Rufo, tribuno
de la plebe, quien se proponía abrir todas las tribus romanas a los federados itálicos y apoyar la candidatura de Mario para el mando extraordinario en Asia. Pero los aliados fueron derrotados por Sula, el cual se adueñó de la capital por un acto de fuerza. Rufo perdió la vida, y Mario pudo huir a África (88).
Cuando Sula marchó a Asia, Cinna, un miembro del partido democrático, obtuvo el consulado para el año 87.
La oligarquía le destituyó de sus funciones, sin contar con que Mario, que había desembarcado en Etruria, reunía en un momento un poderoso ejército de libertos, federados y veteranos.
De esta manera logró conquistar la capital. Entonces inauguró un verdadero régimen de terror contra la aristocracia.
Emborrachado con su venganza, Mario obtuvo el consulado para el año 86. Pero murió en 13 de enero de este mismo año, ahogado por la sangre que había hecho verter.