Distintos Conceptos Religiosos de la Creación del Mundo y Universo
Distintos Conceptos Religiosos de la Creación del Mundo y Universo
Diversos conceptos religiosos de la creación. Es cosa fácilmente concebible que tan pronto los primeros hombres pudieron dedicar su pensamiento a actividades más elevadas que las de su azarosa lucha con los agentes todo orden que los acosaban, se plantearan la cuestión del cómo y por qué de su existencia en el mundo y de la interpretación de los fenómenos que presenciaban, sobre todo de los celestes, de cuya regularidad en su producción debieron percatarse tan pronto como pusieran en uso su razón.
Los sentidos les hacían apreciar la sucesión de los días y de las noches, el movimiento de los astros, los vientos, las lluvias, la sucesión de las estaciones, etc.
Su observación continua y su memoria les permitía percatarse, de la regularidad de algunos de dichos fenómenos y de las presumibles relaciones que ligaban a unos con otros.
Comprobarían cómo las alteraciones estacionales de la climatología coincidían con determinadas posiciones del Sol (cuyos movimientos y los de la Luna debieron ser los primeramente estudiados) en el cielo.
Así combinadas las acciones de los sentidos, la memoria y la inteligencia, se engendraron las primeras cosmogonías o sistemas explicativos del mundo.
Y es obvio que en los primeros tanteos del pensamiento humano y ante una cuestión, muchas de cuyas apariencias rozaban con lo maravilloso, entraría en juego la imaginación de los observadores, que dieron suelta a su fantasía y miraron muchas cosas a través de sus supersticiones.
Y como las primeras normas reguladoras del gobierno de los hombres fueron las de índole religiosa, también las creencias impregnaron de su sentido dogmático los primitivos conceptos del mundo. Así, hubo tantas interpretaciones como pueblos y religiones y en aquellas aparecen reflejadas, junto con la mentalidad de cada pueblo, el grado de adelanto de sus conocimientos.
Reseñaremos brevemente y por orden cronológico las cosmogonías de los principales pueblos de la antigüedad, sin más alteración que dejar para el último lugar la correspondiente al pueblo hebreo, porque figurando ella en el Génesis e incluido este libro como todos los que forman el Viejo Testamento entre los textos sagrados del cristianismo, viene a ser esta cosmogonía la profesada por todas las confesiones religiosas del mundo occidental.
Los asirios creían que no había en un principio cielo ni tierra; el abismo ilimitado los engendró y el océano los acabó totalmente. Mezclaban juntos sus aguas.
No había suelo productor ni nada germinaba.
Cuando Dios no tenía ser ni se designaba cosa alguna por ningún nombre, ni existía ningún orden fija y estable, fueron hechos los dioses.
Las cosmogonías babilónica y caldea se basan en una serie de leyendas largas de transcribir y cuya detallada exposición no cuadraría en una obra de la índole de la presente; baste consignar que los primeros admitían que en el principio de la creación todo eran tinieblas y agua, y los segundos consideran a todos los seres del mundo como emanaciones transformadas de la luz del Ser Supremo.
Las incontrolables fuerzas de la naturaleza y el misterio de su muerte y su renacer fueron divinizadas en las primeras culturas humanas a falta de explicaciones lógicas de sus causas.
Las cosmogonías indias y brahmánicas están consignadas respectivamente en el Rig-Veda y en el Código de Manú; nos bastará mencionar, prescindiendo de sus largas y enrevesadas narraciones que, tanto una como otra, admiten la existencia primigenia de un caos oscuro, inerte y estéril, en forma de mar para la india o como abismo vacuo para la brahmánica.
La budista establece que en principio no había en el universo sino agua y espíritus. Uno de ellos tomó cinco piedras y sumergiéndolas en dicha agua, logró con su magia y oraciones que crecieran y se desarrollaran los cinco continentes.
La cosmogonía helénica admite la existencia, en principio, del caos, sin existir a la sazón tierra, cielos ni aire; en lo demás admite leyendas por el estilo de las anteriores.
Los egipcios admitían la existencia en un principio de un océano informe en donde yacían, improductivos y en confusión, los gérmenes de las cosas. Dios se engendró a sí mismo.
Llamó luego al Sol y éste empezó a resplandecer; después, por su orden llamó a la Tierra y separó las aguas en dos zonas distintas; las de la parte inferior formaron los ríos y los mares; la otra, suspendida en el espacio, formó la bóveda celeste en la que se movieron los astros y los dioses.
Los fenicios también tuvieron su cosmogonía con las extravagantes leyendas que acompañan a esas creaciones; al igual que en las anteriores imaginan que todo tiene origen en un caos oscuro, sin orillas ni riberas, que permanecía inerte y estático por largos siglos.
Los persas tienen su cosmogonía en el Avesta.
Según ellos el dios Ormuz (el dios bueno) una vez creado el mundo fue formando a las criaturas de más calidad, a las que Arimán (el dios del mal) opuso otras tantas, tocadas de todas las maldades, para que destruyeran a las creadas por el primero.
Hay un mundo radiante de luz eternal y otro mundo hundido en las tinieblas y entre ambos un mundo visible en el que Ormuz y Arimán riñen su eterna lucha por el bien y por el mal que, respectivamente, patrocinan.
En la cosmogonía mosaica se fija la duración del proceso creador en siete días.
En el primero mandó Dios surgir la luz y aparecida a su voz y viendo que era buena, hizo separación entre la luz y las tinieblas.
En el segundo día creó el firmamento a su mandato y separó las aguas superiores de las inferiores, llamando al primero, firmamento o cielo.
En el día tercero reunió las aguas inferiores separándolas de la parte árida, a ésta la llamó tierra y a la reunión de aguas, mar. Hizo después producir todas las plantas y árboles, según su género. Y vio Dios que era bueno.
En el cuarto día produjo todas las luminarias celestes para separar el día de la noche, para señalar tiempos, días y años y para alumbrar la tierra, haciendo aparecer el Sol, la Luna y las estrellas. Y vio Dios que era bueno.
En el quinto día creó todos los animales acuáticos y las aves en el aire, según sus géneros, y viendo que era bueno los bendijo.
En el sexto día creó todos los animales terrestres. Y vio Dios que era bueno.
Formó después al hombre a su imagen y semejanza, haciéndole dueño y señor de todos los animales y también de las plantas.
En el séptimo día y después de haber creado todas las cosas, descansó santificando el día séptimo.
Como puede verse, en la narración mosaica se marca la duración de la obra creadora y se detalla lo creado en cada jornada. Y confrontando todas las cosmogonías expuestas se observarán sus coincidencias en sus parajes cardinales; esas coincidencias se explican por ser única la historia de la creación ya que no puede tener otro origen que la Revelación y esa verdad manifestada por Dios, bien a Moisés o a los primeros hombres y conservada por tradición hubo de sufrir alteraciones que no afectaron a sus puntos esenciales.
Así, todas las versiones examinadas están contestes en admitir el caos primitivo; en que el Espíritu velaba sobre las aguas; en la separación de los elementos y en el orden de producción de plantas y animales.
En la que acabamos de considerar se puntualiza que fue la palabra divina la que iba produciendo cada electo y que Dios, después de crearlo, lo aprobaba.
No cita Moisés la aprobación divina en lo que respecta al particular de la formación del hombre, pero esta omisión es interpretada en el sentido de que siendo el hombre la criatura más excelsa de la creación, al poner en uso su poder de libre opción entre el bien y el mal, es dueño de conservar la semejanza con su Creador o separarse de ella. Por esta razón, Dios, antes que aprobarle, tiene que probarle.
Fuente Consultada:
Historia Universal de la Civilización – Editorial Ramón Sopena – Tomo I - Edades Antigua y Media
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