Biografia de Anibal,General Cartagines y Su Ejercito de Elefantes

Biografia de Anibal General Cartagines- Su Ejercito de Elefantes

Unas extrañas máquinas de guerra, imbatibles fortalezas para los romanos, atraviesan en el año 218 a.C. los Alpes y entran en territorio italiano.

Son simples elefantes, que un genial estratega cartaginés usa por primera vez en Europa como tanques de guerra.

El valeroso general que cruzó los Alpes con sus elefantes para combatir a los romanos fue Aníbal, originario de Cartago, una ciudad del norte de África que competía con Roma por el control del Mediterráneo.

Tenía nueve años cuando ya acompañaba a su padre Amílcar en la conquista de Hispania. Amílcar murió en una retirada, y afirma la leyenda que, agonizante, hizo jurar a su hijo odio eterno a los romanos.

Lo cierto es que Aníbal creció en medio de los rigores de la vida de soldado, asistió a la fundación de Cartago Nova (actual Cartagena), y a los 26 años fue nombrado comandante supremo del ejército, comenzando así su carrera de genial estratega y estadista.

HISTORIA DE ANIBAL Y SU EJERCITO

BIOGRAFIA DE ANÍBAL (247-183 a. de J. C.):

Entre los grandes capitanes de la antigüedad clásica, el nombre de Aníbal destaca con vivas luces. Alejandro Magno fue un caudillo afortunado, que tenía a su disposición un ejército superior en disciplina, táctica y espíritu combativo al del rey de los persas; Julio César, un guerrero inteligente, audaz y maniobrero; pero Aníbal fue el gran estratega, el creador de un arte militar que se ha ido perpetuando en el transcurso de la Historia, el genial improvisador de maniobras de ataque a las que han procurado adaptarse los generales de todas las épocas.

anibal cartagines general

El recuerdo de la batalla de  Cannas, indisolublemente vinculado al suyo, bastaría para acreditarlo de militar excepcional.

Por esta causa se ha podido escribir que el solo Aníbal, que no los más poderosos ejércitos, fue capaz de hacer temblar la poderosa Roma y de modificar, en una racha de inspiración bélica, la suerte y el destino de los pueblos mediterráneos.

Aníbal era hijo de otro distinguido general, Amílcar Barca, del que acabamos de trazar la semblanza histórica.

Heredero de las virtudes de los Bárquidas, así como de sus defectos, recogió desde su niñez el inflamado espíritu de su familia en pugna contra la sumisión de Cartago a Roma.

Es por esta causa que la tradición nos lo presenta jurando odio eterno a los romanos desde su más tierna infancia. Pudo no existir ese juramento, pero el hecho cierto es que interpreta cabalmente la posición histórica de Aníbal.

Toda su vida es una lucha a fondo contra la victoriosa ciudad romana, un esfuerzo titánico para levantar una barrera a su expansión y a su imperialismo, tanto en Occidente como en Oriente.

Desde este punto de vista, su figura se agiganta y adquiere matices épicos.

Porque es él, con la única potencia de su persona, quien acomete la intrépida — y trágica — aventura de frenar la marcha triunfante del coloso de la Historia.

Había pasado a España cuando contaba nueve años y había asistido a la paulatina creación del imperio cartaginés en la Península, con sus triunfos y sus reveses.

Dícese que asistió a la batalla de Hélice, en que pereció el progenitor de sus días (229?). Luego, durante el gobierno de su cuñado Asdrúbal, permaneció en España, colaborando en la política de sumisión de los iberos al poder púnico.

En el transcurso de aquellas luchas, y también en las relaciones amistosas que Tos cartagineses entablaron con los indígenas, el joven Aníbal pudo percatarse de la bondad del guerrero ibero.

En él cabía buscar el elemento guerrero capaz de dar una dura réplica a las legiones romanas, al soldado que coronaría los planes de desquite de los Bárquidas.

Quizá en la confianza que despertaron en Aníbal el valor y la combatividad del ibero, es posible hallar el origen de la brusca ofensiva que desató este caudillo contra Roma, forzando las etapas del plan bárquida: elaboración de un imperio continental cartaginés para disputar de nuevo a Roma el dominio mediterráneo.

Cuando Asdrúbal murió asesinado por un celta o un esclavo, Aníbal fue elegido por el ejército para substituirle en el mando de la España púnica.

La metrópoli confirmó la decisión de las tropas provinciales.

Tenía entonces unos 25 años, y su persona rebosaba energías y vigor tanto físico como intelectual.

Después de unas operaciones contra otros pueblos, que aseguraron el dominio cartaginés en la zona  Aníbal se preparó para lanzar el zarpazo contra Roma.

El primer paso en este camino fue el ataque a Sagunto, ciudad que había sido declarada protegida por Roma.

El caudillo cartaginés logró forzar sus murallas después de un sitió de ocho meses (219), en el que los saguntinos derrocharon heroísmo.

La expugnación de Sagunto era el guante arrojado a la faz del Senado romano. Empezaba de esta manera la segunda guerra púnica, la que debería llamarse, propiamente, «guerra de Aníbal».

Guerra o aventura de Aníbal.

Guerra, porque desde el paso de los Pirineos a Naraggara, Aníbal fue su principal impulsor; aventura, porque el caudillo cartaginés se lanzó al ataque de Roma confiando en su genial improvisación militar, sin darse cuenta — o prescindiendo — del enorme potencial bélico de la gran Roma y de los muy limitados recursos de Cártago, que no era señora del mar y había de alimentar a sus tropas a lo largo de una línea de comunicaciones de más de 2.000 kilómetros.

Aníbal fue, pues, muy audaz, casi temerario, al iniciar la marcha hacia Roma en la primavera de 218 a.C..

Pero cabe decir en su honor que aquella era la única oportunidad que se presentaba a Cartago para forzar las defensas continentales de Roma, cada vez más próximas a los Alpes.

Amílcar cruzó los Pirineos, vadeó el Ródano aguas arriba de Marsella, al objeto de burlar el ataque de las legiones romanas de Publio Cornelio Escipión, concentradas en aquella ciudad griega, y franqueó los Alpes por el paso de Monte Genévre mediante una marcha que ha pasado a la Historia como un movimiento de una bravura poco común. (ver: Expedición de Anibal)

Habiendo alcanzado el llano del Po a fines del verano de 218, su ejército, fuerte de 25.000 hombres, desbarató la caballería romana entre el Tessino y el Sesia y expugnó las fuertes posiciones de las tropas del cónsul Tiberio Sempronio en la batalla de Trebia (diciembre de 218).

Esta fue la primera gran victoria de Aníbal en Italia. La segunda la obtuvo en junio de 217 al derrotar a las legiones del cónsul Cayo Flaminio en las cercanías del lago Trasimeno y asegurarse el paso libre a Roma por los collados de los Apeninos.

Se acerca el momento supremo.

Pero a treinta kilómetros tan sólo de Roma, Aníbal desvía sus tropas y las lleva primero a la Umbría y luego a la Apulia.

Para evitar agotar sus tropas en las dificultades de un largo asedio, prefiere la batalla campal.

Y ésta llega un año más tarde.

En agosto de 216, Aníbal es atacado en Cannas por las legiones de Emilio Paulo y Terencio Varro.

En la batalla excedió como nunca el genio militar del púnico, que legó a la posteridad el ejemplo clásico de envolvimiento del enemigo por las alas.

Los romanos fueron estrepitosamente derrotados, en la mayor humillación militar de su historia.

Pero la jornada de Cannas no fue decisiva.

Con un cuartel general en Capua, Aníbal se ve impotente para forzar una decisión militar que los romanos, en plena táctica de guerra de desgaste, rehuyen constantemente.

Durante cuatro años, de 216 a 212, se mantiene en la Italia meridional.

Luego quiere intentar una acción desesperada: se presenta ante Roma (211) para ofrecer combate; pero los romanos lo rehuyen.

Desde aquel momento se acumulan las adversidades.

En 211 los romanos conquistan Capua y Siracusa, la ciudad siciliana aliada de Aníbal; en 209 Tarento sigue la misma suerte; en 208 un ejército cartaginés de socorro, al mando de su hermano Asdrúbal, es derrotado en la batalla de Metauro; en España, el gran Escipión dirige la ofensiva'romana; en 209 se apodera de Cartago Nova; en 206 de Cádiz.

Falto de su base de acción, Aníbal está perdido.

Durante otros cuatro años lucha sin cesar en la Calabria, haciendo pagar muy caro a los romanos toda tentativa de avance.

Pero he aquí que Escipión dirige un gran ataque contra la propia Cártago.

Requerido por sus compatriotas, Aníbal abandona Italia en el otoño de 203, para nacerse derrotar por el caudillo romano en los campos de Naraggara, cerca de Zama Regia, en octubre de 202.

La segunda guerra púnica acaba con -el desastre del ilustre Bárquida, doblegado por la adversidad del destino contrario.

Pero el general cartaginés no ceja en sus propósitos.

Hallará en Oriente la victoria que le ha sido negada en Occidente.

Después de dedicarse algunos años a restablecer la hacienda de Cartago, mermada y en crisis por el fracaso de la guerra, huye de la ciudad — acusado por los romanos de conspirar contra la paz — y busca un refugio en la corte de Antíoco III el Grande de Siria (196).

Este monarca, restaurador del Imperio seleúcida, se halla en conflicto diplomático con Roma.

Aníbal le incita a la guerra, y cuando ésta se hace inevitable, pretende organizar la marina naval de Antíoco.

En 190, el púnico acude con una flota fenicia en auxilio de su aliado; pero los rodios, amigos de los romanos, lo derrotan en la batalla naval de Side. Vencido por mar y por tierra.

Aníbal halla un último refugio en la corte de Prusias, rey de Bitinia. Gracias a sus consejos este reino prospera.

Su experiencia y su genio, aun fulgurantes, dan a los bitinios la victoria en la 'guerra entablada contra Eumenes II de Pérgamo.

Este fué su último galardón militar.

Los romanos, inquietos por una posible recuperación de la estrella de Aníbal, exigen a Prusias que le entregue la persona del púnico.

Acobardado por el poder de Roma, el rey de Bitinia accede a la orden conminatoria del cónsul Flaminio.

Pero Aníbal no será víctima de Roma.

Antes de caer prisionero, se libra de la vida por el veneno (183). Así acabó sus días el genio que ha quedado como maravilla de los hechos bélicos.

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