Historia de la Exploracion del Rio de la Plata:Solis y Caboto

Historia de la Exploración del Río de la Plata

En la búsqueda de una nueva ruta a Asia, Colón cruzo el Atlántico y “tropezó” con América. Tras el descubrimiento de las Nuevas Tierras, Juan Díaz de Solís y Hernando de Magallanes se embarcaron en una aventura al oeste.

Se convirtieron en los primeros exploradores del Río de la Plata, estaban convencidos de que el ancho estuario los conduciría al Oriente.

La Conquista del “Mar Dulce” demoró más de siete décadas en concretarse. La primera parte de esa historia comienza en 1516 con el descubrimiento de un río en la región sur de América, el cual luego llamado Río de la Plata.

La exploración, que finalizó en este descubrimiento respondía a la necesidad de encontrar el paso entre el Océano Atlántico y el Pacífico (Mar del Sur).

La “vieja” España ignoraba las dimensiones de la masa terrestre que era preciso sortear para alcanzarlo, pero sin dudas, su Monarquía estaba dispuesta a realizar los esfuerzos necesarios para navegar hasta las legendarias islas del Oriente, las Molucas (de la Especiería) y al misterioso país de Ofir mencionado en los documentos de la época.

• ►El Río de Solís

Rumbo a ese impreciso destino partieron desde el puerto andaluz de Sanlúcar dos naves comandadas por un intrépido navegante: Juan Díaz de Solís.

Este portugués al servicio de España era “el más excelente en su arte de los hombres de su tiempo”. Sucedía a Américo Vespucio en el cargo de piloto mayor de la Casa de Contratación de Sevilla.

En un principio su misión había sido apoderarse de las Islas Molucas por la ruta del Cabo de Buena Esperanza, es decir, navegando hacia el Oriente; pero la orden se modificó.

Cambió la orientación: recorrer la costa atlántica de Sudamérica y encontrar el paso interoceánico.

En febrero de 1516 las naves avistaron el gran río al que los aborígenes llamaban “Paraná Guazú” (cuyo significado era: grande como el mar o río como mar).

Solís, obedeciendo a la mentalidad de la época lo bautizó como “Mar Dulce”, asombrado por la magnitud del estuario de aguas barrosas.

Sin embargo el interrogante recién se hacía eco:

¿Era éste el tan anhelado paso entre los dos océanos?

Sin embargo, la exploración aguas arriba concluyó en forma abrupta: Solís y parte de sus hombres murieron a manos de las bandas de indígenas que desde la costa oriental del río venían siguiendo el desplazamiento de las naves.

El descenso a tierra con falsas señales de amistad, el breve combate, la muerte del jefe y el banquete que con sus restos se dieron los nativos, a la vista de quiénes habían permanecido a bordo, cierra el primer capítulo –con un final escalofriante- de la historia de esta conquista. Su intenso dramatismo ha sido recreado por la literatura en poemas y ficciones.

• ►La Leyenda del Río de la Plata:

Otro marino portugués al servicio de España, Hernando de Magallanes, comandó la segunda expedición enviada con el propósito –insistente y urgente de la Corona- de descubrir el paso interoceánico.

Magallanes juzgó impracticable la exploración del Mar Dulce y navegó hacia el sur.

La expedición hizo escala en la costa patagónica, descubrió el Estrecho y se internó en el Océano Pacífico.

Una sola nave de las cinco que componían la armada regresó a España. Había dado la primera vuelta al mundo y comprobado que las codiciadas Molucas estaban en poder de Portugal y por explotaba comercialmente.

 Mientras la Corona diseñaba sus ambiciosas expediciones, los exploradores atendían a los relatos de los aborígenes.

Una de las más conocidas era la leyenda de que el “Río de Solís” o “Mar Dulce” que atravesaba toda una región de clima amable y templado, conducía hacia una Sierra de Plata, también llamada el “Imperio del Rey Blanco”, o “Ciudad de los Césares” donde los metales preciosos estaban al alcance de la mano.

En realidad se trataba de una “poética” referencia a la riqueza minera del Perú, de la que los españoles empezaban a tener vagas noticias

. Y como la ilusión –acompañada de la avaricia- desempeñó un papel clave en esta serie de mutuos descubrimientos.

La región del Plata despertó el interés de muchos por estas reseñas.

La tentación de acceder a ella torció el rumbo de una nueva expedición, esta vez al mando del marino veneciano Sebastián Caboto, quien por encargo de la Corona debía repetir el itinerario de Magallanes.

Caboto oyó hablar de las riquezas del río de Solís a través de relatos de los náufragos y desertores que abundaban en las factorías portuguesas de la costa del Brasil.

Alentado por estos indicios, este marino astuto y de carácter despótico decidió desobedecer al rey: - “Yo haré aquí lo que se me antojase”.

Sin razones, castigó a los que protestaban dejándolos en tierra. Contaba en su nueva aventura con la valiosa colaboración de Enrique Montes, un sobreviviente del viaje de Solís.

Con alimentos frescos, patos, miel, iguanas, raíces de mandioca y palmitos, mejoró la salud de los exploradores afectada a raíz de la larga navegación.

La expedición de Caboto retomó el viaje rumbo al Gran Río y en la confluencia del Paraná con el Carcarañá construyó el fuerte de “Sancti Spiritu” (1527).

Esta primera fortaleza española de la región era precaria, de barro y madera, rodeada por una veintena de ranchos destinados a los tripulantes.

De inmediato se sembró trigo, cebada y abatí (maíz) para alimento de estos hombres osados.

Al principio la convivencia con los nativos fue pacífica y las mujeres indígenas fueron dadas como concubinas y trabajadoras a los hombres de piel clara.

Pero muy pronto se desencadenaron los conflictos debido al régimen de tareas que exigían los recién venidos.

Mientras Caboto se abocaba a la exploración del Paraná en busca de la Sierra de Plata, uno de sus capitanes, Francisco César, marchaba por tierra en pos del mismo objetivo pero en dirección al sudoeste.

Se supone que se internó hasta la serranía de la actual San Luis, un periplo que la imaginación de sus contemporáneos convirtió en la leyenda de la Ciudad de los Césares.

Esta leyenda se sumó a la de la Sierra de Plata, el imperio del Rey Blanco, Trapalanda y LinLín. Una suma de leyendas, mitos que incrementaban peligrosamente el apetito por la riqueza.

La llegada de un marino veterano de otras expediciones, Diego García, vecino de la villa de Moguer, con dos bergantines y 60 hombres, estuvo a punto de provocar una lucha por el poder entre los dos jefes (1528). García, lo mismo que Caboto, había torcido el rumbo hacia el Río de la Plata en lugar de dirigirse a las Molucas.

Mientras discutían sus respectivos derechos, los indígenas procedieron a destruir el Sancti Spiritu.

En la época colonial, el relato aseguraba que común ese ataque se gestó por culpa del amor contrariado del cacique Sirípo hacia la bella española Lucía Miranda, esposa de uno de los soldados.

Así lo afirmaba Ruy Díaz de Guzmán, el primer historiador criollo del Río de la Plata.

Sin embargo, ningún dato fehaciente respalda esta romántica leyenda que justifica la catástrofe del fuerte en la pasión, la venganza y los celos.

Caboto se apresuró a volver a España dejando abandonados a varios de sus compañeros.

Por su desobediencia y por las crueldades cometidas contra su propia gente, fue sometido a juicio en la Península.

Pero debido a los indicios de riquezas que había encontrado, unas piezas de metal que tenían los indígenas, “el río de Solís” empezó a ser conocido por su nombre definitivo: el Río de la Plata.

El Oro del Perú

Hacia 1530 Carlos V reinaba en España, en Indias y en el Sacro Imperio Romano Germánico y concentraba sus capacidades en atender a las interminables guerras desarrolladas en Italia y al conflicto religioso presente en las ciudades y principados alemanes; y sus capitanes ganaban para honor de su real nombre, un imperio formidable en el Nuevo Mundo.

Historia de la Exploracion del rio de la Plata

En 1532 se produce la conquista del Perú.

La noticia de que Francisco Pizarro había llegado al Cuzco  -el ombligo del mundo andino-, arrasado sus tesoros, destruido sus templos, sometido a sus curacas y violado a las vírgenes del Sol, devolvió el atractivo a la empresa del Río de la Plata.

La llegada del tesoro del Inca a Sevilla —el quinto del botín que le correspondía al rey— despertó admiración y envidias.

En este clima se convocó a “conquistar y poblar las tierras y provincias que hay en el Río de Solís que llaman de la Plata donde estuvo Sebastián Caboto, y por allí calar y pasar la tierra hasta llegar a la mar del Sur” (el Pacífico).

Don Pedro de Mendoza, fue quien encabezó la nueva Armada.  

Este nuevo protagonista de la exploración, había capitulado con el rey fundar tres fortalezas de piedra dentro de la jurisdicción sin límites precisos que se le había otorgado en 1534.

La misión encomendada a Mendoza constituía un freno a la expansión de los portugueses, quiénes desde sus factorías del sur de Brasil, San Vicente, Santa Catalina y Los Patos, no se limitaban a comerciar esclavos y maderas finas; también recorrían la región del Río de la Plata.

Y además, a través de las regiones selváticas del Gran Chaco, estaban en contacto con el mundo peruano.

hambre en buenos aires

Fundar ciudades y controlar territorios: 

Pedro de Mendoza (1499-1537), el primer Adelantado del Río de la Plata, era un noble andaluz, veterano de la campaña de Italia, gentilhombre de Su Majestad y caballero de la Orden de Alcántara.

Atraídos tanto por su prestigio personal como por la fama de la tierra a conquistar, 1.500 hombres se alistaron en la Armada.

Señores, y personas del  pueblo llano, poseídos de auténtica euforia vendieron hasta su ropa para poder embarcar.

Las Expediciones de Juan Diaz de Solis y Pedro de Mendoza

 Entre esta “gente andariega y revoltosa” la mayoría eran españoles extremeños, castellanos, andaluces, aragoneses y valencianos.

Pero setenta y dos provenían de tierras alemanas, inglesas, francesas, italianas y portuguesas, brindaban un tono cosmopolita a la expedición.

Hidalgos, frailes y clérigos, artesanos, campesinos, escribanos, boticario, cirujano, de todo había, incluso unas pocas mujeres.

Las crónicas hablan de esa “hermosa y lúcida gente”, de sus ropas de seda, espadas de fino acero y caballos de guerra. Dicen asimismo traían también una buena provisión de quesos, vinos y tocinos para las “personas de calidad”.

El grueso de la tripulación dependía para alimentarse del altruismo del Adelantado.

Sin embargo, la Armada que zarpaba bajo tan brillantes auspicios no estaba bien preparada para la difícil tarea de poblar.

Mendoza traía en su equipaje –y les concedió prioridad- libros de Virgilio y de Erasmo, pilares del pensamiento humanista del Renacimiento.

Los hizo transportar junto a los caballos que eran indispensables para la guerra, pero dejó de lado al ganado doméstico, vacas, cerdos y mulas necesarios para colonizar.

En la escala de Río de Janeiro ocurrió la primera tragedia.

El asesinato con puñaladas y sin juicio previo del capitán Juan de Osorio, “por traidor y amotinador”.

La orden fue impartida por el Adelantado.

Este hecho pareció un mal presagio, una arbitrariedad y una señal de que Don Pedro estaba sometido a la influencia de un círculo cortesano que le aconsejó deshacerse de Osorio.

El lugar elegido para emplazar el fuerte de “Santa María de los Buenos Aires”, en la banda occidental del Río de la Plata, es asunto discutido por los historiadores.

Algunos de ellos afirman, explica Ernesto J. Fitte, que estuvo a la altura de la vuelta de Rocha en el Riachuelo.

Otros suponen que fue más cerca del Delta. Pero lo más probable es que haya estado en el actual Parque Lezama.

Una empalizada defendía al rancherío del azote de los tigres que rápidamente se deshicieron  de varios soldados.

La tarea más ardua fue alimentar a los pobladores.

Los indígenas querandíes de la vecindad les trajeron al principio pescado y otras carnes; sin embargo, dos semanas más tarde se habían alejado del lugar.

Entonces comenzaron los padecimientos.

Para remediar estas carencias, el Adelantado envió a buscar provisiones a San Vicente (Brasil) y encomendó a su hermano, Don Diego, castigar a los rebeldes indígenas.

El primer encuentro bélico formal entre 4.000 nativos –defensores de sus  tierras- y 300 españoles, teniendo 30 de ellos montados a caballo, se produjo a orillas del Río Luján.

Los nativos eran diestros en el uso de armas de piedra y conocían el terreno que pisaban; los europeos empleaban armas de fuego, ballestas y arcabuces, armaduras de hierro, caballos y perros de presa.

En esa jornada fría de junio de 1536, los españoles quedaron dueños del campo, pero Don Diego y 30 soldados más perecieron en el combate. “Los rezos de la festividad de Corpus Christi fueron su responso”, dice Alberto Salas en su crónica de este encuentro.

3333Las condiciones de vida eran penosas: faltaban alimentos, materiales de construcción, y mano de obra.

Los indígenas sitiaron la mísera aldea y lanzaron flechas incendiadas sobre los ranchos de paja.

En esta situación angustiosa, aislados y sin recursos, los primeros habitantes de Buenos Aires empezaron a comerse todo lo que estaba a su alcance: ratas, ratones, víboras, cueros, zapatos, carne podrida, caballos y luego los cadáveres de los ahorcados que fueron castigados por comerse los caballos a pesar de las prohibiciones.

Hubo incluso quien asesinó para comer.

Mucho después de estos hechos, recordaban los memoriososlos nombres de quienes habían comido carne humana urgidos por las circunstancias, como un tal González Baitos, que vivía entonces en el sur de Brasil.

En medio de esta catástrofe, las pocas mujeres que habían acompañado a los soldados dieron prueba de una gran resistencia física y de serenidad.

Isabel de Guevara, una de aquellas primeras pobladoras, explicó lo ocurrido en estos términos:

“Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, así en lavarles la ropa como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas, cuando algunas veces los indígenas les venían a dar guerra (...) porque en este tiempo como las mujeres nos sustentamos con poca comida, no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres”.

Sólo la tercera parte de los expedicionarios sobrevivió al hambre, las enfermedades y los ataques de los indígenas del territorio rioplatense.

Con el tiempo las cosas mejoraron y los querandíes “tan trashumantes como los gitano –en palabras de Ulrico Schmidl- desaparecieron en la inmensidad de la llanura”.

Mendoza, sin haber pasado las penurias del hambre, pues siempre tuvo alimentos variados en su mesa, se encontraba gravemente enfermo.

Padecía de sífilis, el “mal gálico” como se lo llamaba entonces, contraído en las guerras de Italia.

A pesar de su mala salud, y de la debilidad de su hueste, el Adelantado se empeñó en cumplir con las tres fundaciones a las que se había comprometido:

Buenos Aires que fue el primer establecimiento; Corpus Christi  -río arriba- el segundo, y Buena Esperanza, el tercer fuerte, fundado por Mendoza antes de embarcarse de regreso a España.

Don Pedro falleció en el viaje y su cuerpo fue arrojado al mar.

La designación del sucesor había recaído en Ayolas, el asesino de Osorio.

Pero Ayolas, en la búsqueda de un éxito individualista que lo llevara a la gloria emprendió una exploración en pos de la fabulosa Sierra de Plata de la que no regresó.

No hubo más noticias concretas, sólo rumores sobre su posible paradero.

Quizá pesaba sobre él la misma maldición que sobre Mendoza, por matar a traición como murmuraban sus soldados.

Así, con mucha pena y poca gloria, concluyó lo que pudo ser una página brillante de la historia de la Conquista.

Primer encuentro entre Mendoza y los aborígenes

La hora de los exploradores y colonos:

Una vez dispersados los orgullosos capitanes de Mendoza, 500 europeos permanecían en el puerto de Buenos Aires librados a su suerte pero aferrados al sueño de la conquista y honor.

Este pequeño núcleo no se desanimó por el aislamiento, las privaciones y el abandono.

Contaban con un buen gobierno, ejercido por uno de los lugartenientes del Adelantado.

Bajo esta conducción, los sobrevivientes apelaron a su capacidad y a su ingenio, como ese estudiante sin oficio alguno que fabricó sus propios anzuelos de pesca, peines y hasta una rueda de moler, o aquel soldado tan diestro que era capaz de matar un tigre de un solo tiro de ballesta.

Todos sin distinción tuvieron que trabajar con sus manos las sementeras; aprendieron a sembrar el maíz en septiembre; trigo y hortalizas entre mayo y julio.

De este modo, en un par de años solucionaron el problema del hambre y engordaron un poco.

Disponer de sus propios alimentos los independizó de los indígenas, que desconfiaban en servirles.

Figuraban entre estos colonos, señala el historiador Lafuente Machain, quienes formaron los primeros centros de población permanente en el Río de la Plata.

Los más jóvenes, como el carpintero Antonio Tomás, venido a la edad de 15 años, estuvieron presentes en la fundación de la segunda Buenos Aires, cuarenta y cuatro años más tarde; Nufrio de Chaves, hombre resuelto y optimista, dice de él Levillier, fundó la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en 1561 y Alonso Riquelme de Guzmán conquistó el Guayrá.

Fuente Consultada: La Argentina, Historia del País y Su Gente de María Sánchez Quesada
Por Prof. Historia Adriana Beresvil


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