La Vida en los Monasterios en la Edad Media: el Trabajo y la Oracion

La Vida en los Monasterios en la Edad Media - Función de los Monjes

►Los Monjes

Los monjes dieron a la Iglesia un contingente de misioneros de primera clase para la conversión de Europa.

No solamente predicaban los evangelios, sino que rellenaban pantanos, fundaban escuelas, experimentaban con nuevas técnicas agrícolas y construían monasterios alrededor de los cuales crecían ciudades pequeñas como la de York o grandes como la de París.

VIDA EN los monasterios medievales

En los "scriptoriums" (el término monástico equivalente a bibliotecas de investigación), escribieron copias perdurables de los libros griegos y romanos, conservando esta herencia del saber para todos nosotros.

Hicieron todo esto convencidos de que la voluntad del Espíritu de Dios era la civilización del mundo.

San Benito fue el padre de los monjes de Occidente.

Fundó su primer monasterio, Monte Casino, a mediados del siglo VI. La Regla de san Benito fue y sigue siendo una guía monástica hasta hoy.

En el mundo medieval, los monasterios hacían la función de «ciudades de Dios», al igual que las villas, los pueblos y las aldeas eran las ciudades de los hombres.

Eran microcosmos en los que los hombres y mujeres allí reunidos se entregaban al trabajo y la oración; en un mundo oscuro y bárbaro fueron los que preservaron la cultura clásica para los siglos venideros

Desde hace miles de años han existido hombres que voluntariamente han abandonado la sociedad para retirarse a meditar y orar en soledad, son los ermitaños y anacoretas.

En algunos casos, prefirieron agruparse en pequeñas comunidades en las que trataron de alcanzar estos mismos objetivos; de esta manera surgieron los monasterios, pequeños microcosmos autosuficientes, que se regían por sus propias reglas.

Pronto, el resto de la sociedad, deseosa de lavar sus pecados y de ser incluida en las oraciones de los monjes, fue ofreciendo a los monasterios donaciones destinadas a ennoblecer los edificios monacales.

La palabra monje (del griego monacos, solitario) designaba desde el siglo IV a los que, siguiendo los consejos de perfección que Cristo había dado en su Evangelio, abandonaban las ciudades para establecerse en lugares desiertos y entregarse a la contemplación de Dios y a la práctica de las virtudes cristianas.

Ejemplares insignes de monjes fueron san Pablo, primer ermitaño, y san Pacomio, que dio las primeras reglas. Sus numerosos discípulos poblaron los desiertos de la Tebaida en Egipto.

Estos solitarios pronto mostraron tendencia a reunirse en edificios llamados monasterios donde, sin abandonar su vida de retiro y meditación, ejecutaban en común las comidas y la oración.

El ejemplo se propagó por Occidente, y se fundaron monasterios en Francia, España, África e Irlanda. Mas faltaba unidad entre sus reglas. Unas eran excesivamente rigoristas, otras eran susceptibles de varias interpretaciones.

► El origen del monacato:

Los orígenes del monacato se sitúan en el siglo III en el Mediterráneo oriental, donde, partiendo de la necesidad de un mayor compromiso religioso, numerosos eremitas y anacoretas decidieron llevar una vida ascética en solitario, siguiendo el modelo de santos como Elias o Juan.

Sin embargo, también se desarrollaron formas de vida religiosa en comunidad; fue el caso de los cenobitas, que querían imitar a los apóstoles.

En Occidente, resulta difícil hablar de una homogeneidad monástica, ya que cada centro era independiente de los demás, aunque los objetivos de la orden fuesen comunes.

Las reglas monásticas más antiguas fueron redactadas por San Agustín (354-430); en ellas reguló las horas canónicas y dispuso las obligaciones de los monjes respecto al orden teológico y moral.

Consiguió, ya en el siglo y, que más de veinte monasterios africanos las practicaran, lo que contribuyó al conocimiento de la regla en Europa.

Desgraciadamente no se conserva ningún resto de los primitivos monasterios africanos, por lo que desconocemos cómo fueron las construcciones que acogieron a estos primeros monjes.

Durante los siglos V a VIII, en Europa destacaron dos corrientes monásticas: los monjes celtas irlandeses, comunitarios y fuertemente ascéticos, y los que seguían la regla de san Benito de Nursia.

Las órdenes irlandesas estaban muy relacionadas con las reglas monásticas orientales; san Columbano, en el siglo VI, fue su principal impulsor.

Fue un rígido monje que exigía a sus comunidades que vivieran con descanso y alimentación mínimos, sometiendo sus cuerpos a terribles castigos para evitar la sensualidad.

Este ascetismo y mortificación de la carne impulsaba a los monjes a buscar refugio en lugares inhóspitos, donde su existencia resultara aun mas extrema.

Se conserva una descripción del monasterio más importante fundado por san Columbano, en la isla de ona.

Se trataba de una pequeña aldea, rodeada de un rudimentario muro más o menos circular, en la cual los monjes habitaban en doce minúsculas celdas de madera y tierra prensada; en el centro, una celda algo mayor era ocupada por el abad.

Al parecer, todos los monasterios de esta orden siguieron el mismo esquema, con iglesias muy pequeñas y oscuras ubicadas en una posición central.

Estaban construidos con materiales muy pobres, piedras sin labrar o un entretejido de ramas y cañas.

Sin embargo, pese a esta pobreza, en estos monasterios se desarrolló un maravilloso arte ornamental, fundamentalmente orfebrería e iluminación de manuscritos.

La Regla de San Benito

El monasterio benedictino fue el germen de la arquitectura monástica occidental. Benito de Nursia se retiró a los veinte años para llevar una vida de ermitaño.

Muy pronto, imitaron su ejemplo numerosos discípulos, atraídos por su santidad.

Refugiado con algunos de ellos en Monte Cassino, en la comarca italiana de Campania, el santo escribió la Regula Sancti Benedicti, la norma que gobernó la vida monástica de todo el medioevo, según la cual los monjes debían rezar y trabajar (ora et labora) de manera equilibrada.

Para ello se prestaba especial atención a la organización del horario, lo que determinó un mejor aprovechamiento de la luz y de las condiciones climáticas.

Carlomagno mandó hacer una copia de la regla y ordenó su disposición en todos los monasterios del Imperio, hecho que contribuyó a la rápida extensión del benedictismo por toda Europa.

Aunque la regla no específica las características de los edificios monásticos, en época carolingia se definió su esquema.

Hasta la actualidad ha llegado el plano del monasterio suizo de Saint Gallen, conservado en el reverso de una biografía de san Martín. Gracias a él sabemos cÓmo era la distribución planimétrica de un monasterio del siglo IX, muy parecida a la de los posteriores centros cluniacenses.

Al igual que sucede con todos los monasterios medievales, el emplazamiento de Saint Gallen no se eligió al azar, estaba en un lugar protegido y bien abastecido de agua, con una buena cantera, un bosque frondoso y unas ruinas romanas en sus cercanías...

Los Cluniacenses

En el año 910, Guillermo, duque de Aquitania, fundó el monasterio de Cluny en tierras de Borgoña, que donó a los benedictinos, otorgándoles amplios privilegios.

Éstos decidieron reformar la regla, ya que para entonces se encontraba muy alejada en la práctica de sus propósitos iniciales.

La reforma restó importancia al trabajo manual e intelectual frente a los oficios divinos.

Este renovado espíritu religioso propició un nuevo estilo artístico más místico; la austeridad del régimen de vida condujo a la creación de un nuevo espacio arquitectónico.

El esquema de la edificación no quedaba al puro arbitrio de la agrupación conventual, se regía por estrictas normas constructivas, en función de la vida cotidiana de los monjes; en lo fundamental, se tomaba como modelo la villa romana de explotación rural.

En síntesis, este plano básico del monasterio constaba de cuatro conjuntos arquitectónicos diferenciados por su funcionalidad.

El complejo quedaba articulado en torno al claustro, un área cuadrangular con un jardín en su centro.

En él, los monjes gozaban dé un rincón de paz donde podían recogerse dentro de la comunidad, reflexionar sobre temas espirituales y realizar sus plegarias.

El claustro estaba rodeado por una galería cubierta desde la que se accedía a las diferentes estancias, que comunicaban frecuentemente con la iglesia, el refectorio y la sala capitular.

En el segundo piso se situaban los dormitorios de los monjes.

Esta distribución podía variar en función de diversos elementos, como las características o el clima del territorio.

La presencia de otras estancias, como las dedicadas a la vida económica, estaba supeditada a la importancia o la riqueza de cada centro.

Los amplios campos de explotación agrícola y el considerable número de monjes dependientes del monasterio hacían necesaria la edificación de almacenes, bodegas, establos, despensas, locales administrativos, etc.

El palacio del abad podía ser también testigo del prestigio adquirido por el monasterio.

Un tercer conjunto arquitectónico estaría asociado a la vida cultural desarrollada en el monasterio, cuyo eje se centra en la biblioteca y el scriptorium, además de en la escuela de novicios.

Por último, otras dependencias servían para relacionar al monasterio con el exterior.

La hospedería daba cobijo a los peregrinos que se hallaban de paso, aunque en muchas ocasiones albergaba a visitantes de renombre.

También era importante la labor de beneficencia del monasterio, donde se socorría a pobres, enfermos y desheredados en hospitales o lazaretos.

En suma, el monasterio estaba concebido fundamentalmente como lugar de plegaria más que de trabajo, pero, sobre todo, era un ámbito donde los monjes se dedicaban por completo al servicio de Dios.

Alejados, pues, de una vida dependiente del trabajo manual, era necesario que el recinto fuese un remanso de paz que procurase un agradable retiro y aislamiento a sus moradores.

Las edificaciones debían tener una medida justa y apropiada para la comunidad y, en cualquier caso, debían facilitar la vida litúrgica, los oficios y las oraciones.

Cluny, tomado como modelo de monasterio por antonomasia, contribuyó decisivamente a la difusión por toda Europa de las soluciones del estilo románico empleadas en su construcción.

Sus abades se empeñaron en convertirlo en una segunda Roma, una aspiración a la que no era ajena la idea de lo bello al servicio de la liturgia, ya que se consideraba que el esplendor y la pureza de las formas externas eran sumamente importantes para honrar a Dios debidamente.

Los cistercienses

El poder y la opulencia que hablan alcanzado los monjes de Cluny —la iglesia de la casa madre, tras sucesivas ampliaciones, llegó a ser la más grande de la cristiandad— rompía con la máxima benedictina del “ora et labora”; durante todo el siglo XI se sucedieron los intentos de restaurar los principios fundamentales de la regla.

Finalmente, lo consiguió el monje Roberto, que en 1089 se retira al bosque de Citeaux, en Borgoña, en compañía de otros hermanos.

En la nueva orden del Císter se prohibió el lujo, tanto en el vestido, como en la comida y en la vivienda, por lo que los monasterios se construyeron siguiendo líneas extremadamente austeras.

Esta austeridad propició la creación de edificios desprovistos de decoración, en los que lo principal era la estructura arquitectónica en sí misma.

Un nuevo estilo, el gótico, se ajustó perfectamente a los deseos expresados por estos monjes; la fundación de los monasterios cistercienses favoreció la expansión del estilo por todos los rincones del continente.

•¿Dónde se construían los monasterios?:

Los monjes buscaban lugares aislados situados en las proximidades de elevaciones montañosas poco frecuentadas, en lo más profundo de valles baldíos o en parajes muy arbolados, lejos de las rutas recorridas por los comerciantes y hombres de armas.

La primera ley que rige el monaquisino es la soledad; la segunda, el desapego.

Sin embargo, y con frecuencia, el monasterio se establecía en lugares en los que habían encontrado abrigo cultos anteriores al cristianismo, como si hubiese localizaciones predestinadas.

• ¿Cómo era la vida cotidiana?:

El empleo del tiempo de cada jornada presenta una cierta diversidad según las diferentes órdenes monásticas, pero, por regla general, hay tres actividades esenciales en la vida de la comunidad: el oficio divino, que comprende múltiples liturgias diurnas y nocturnas, y en el que el canto ocupa un lugar de privilegio; el trabajo manual, que suministra a la comunidad sus medios de subsistencia, pero que es también una forma de oración; y, por último, la lectura y la meditación solitaria en el silencio de la celda, que proveen a los monjes de su alimento espiritual y la profundización de su fe.

•¿En qué se ocupaban los monjes?:

Desempeñaban desde las tareas más humildes a las actividades más complejas, y, en la medida de la capacidad de cada cual, debían dedicarse a todas ellas con idéntica aplicación.

La comunidad vivía en régimen de autarquía. Debía producir todos los medios para su subsistencia y, por consiguiente, cultivar la tierra, fabricar las herramientas y las vestiduras, y construir y reparar los edificios. Después venían las labores intelectuales, y en particular la copia e ilustración de manuscritos, y la decoración, a base de pintura y escultura, de los inmuebles religiosos.

• ¿De dónde procedían los monjes?:

Pertenecían a todas las clases sociales.

Algunos provenían de medios aristocráticos, y se hacían monjes para huir de la corrupción y, sobre todo, de las violencias de un mundo dominado por la barbarie guerrera.

Otros procedían del ámbito agrícola y, gracias a la vida monástica, encontraban el medio de acceder a la cultura.

Otros, por fin, habían formado parte de la multitud errante característica de la Edad Media, época de extremada movilidad, en la que gran número de jóvenes se lanzaban a los caminos con la esperanza de encontrar en algún sitio su destino verdadero.

Para muchos de éstos, el monasterio, remanso de paz, constituía el término de su viaje.

• ¿De qué tipo era su influencia?:

En primer término, era espiritual, puesto que su existencia representaba la puesta en práctica de las enseñanzas evangélicas, fundadas sobre la fraternidad y la negación de la violencia. Pero en la inmensa labor cultural realizada en los monasterios, el cristianismo encontraría los cimientos de su influencia intelectual.

Influencia que se da también en el terreno de lo económico, pues los monjes contribuyen ampliamente a que se utilicen mejor las tierras cultivables y a que se renueve el utillaje del mundo rural, lo que permitirá efectuar grandes desmontes.

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► PARA SABER MAS...

Los desórdenes del siglo  X trastornaron profundamente la vida monástica, que era el fundamento de la cristiandad. Religión y superstición se confundieron.

Aparecieron movimientos tachados inmediatamente de heréticos y contra ellos se empleó a fondo la represión de los poderes político y eclesiástico.

Algunas comunidades impregnadas de los sentimientos de paz y de caridad, lucharon contra tal disolución de las enseñanzas evangélicas. Monasterios de un tipo nuevo intentaron conciliar el ideal de la vida eremítica, fundada sobre el silencio y la oración, con la vida colectiva tal y como la había concebido San Benito.

► Cluny y la fuerza del ejemplo

Fue en Cluny donde se manifestó con mayor fuerza tal renovación monástica.

Fundada en el 910 por un noble borgoñón, Bernon, la abadía hizo revivir bajo un aspecto nuevo la regla benedictina.

Los monjes se consagraban esencialmente a la oración, pero también organizaban en torno al monasterio una comunidad laboriosa y apacible. Su influencia se hizo pronto muy considerable.

Siguiendo el modelo de Cluny, se edificaron toda una serie de abadías que constituyeron otras tantas comunidades independientes, vinculadas todas ellas, empero, a la abadía madre.

Así, en el s. XIII, la orden de Cluny cuenta con más de 1.500 casas, desde España a Escandinavia.

• La vuelta a la sencillez evangélica

A finales del s.XI, aparece una nueva orden, la de los cartujos, que va todavía más lejos que la de Cluny en el camino del ascetismo.

Fundada por un canónigo de Reims, Bruno, en el valle de la Grande-Chartreuse, su regla es extremadamente severa: reclama de los monjes la constante práctica del silencio y una pobreza absoluta.

Dichos monjes no consagran al trabajo de los campos más que el tiempo necesario para asegurar su subsistencia, dedicando muchas horas al trabajo intelectual. Numerosas cartujas irán apareciendo paulatinamente, sobre todo en Italia.

• La fundación de Cister

La misma vuelta al ascetismo anima la fundación de Cister. Fue Roberto de Molesmes quien creó, cerca de Dijon, una comunidad fundada sobre la estricta aplicación de la regla de San Benito.

Los monjes debían vivir en la pobreza absoluta, y severamente apartados del trato con los hombres. No podían depender materialmente de ninguna donación exterior.

El monasterio se convierte, así, en una comunidad económica independiente, cuyo sustento procede del trabajo manual de los monjes, ayudados por determinados laicos, los hermanos legos, que viven como ellos, y por jornaleros, que cobran salario.

• Las comunidades cistercienses

El progreso de la regla de Cister es lento. En realidad, comienza, en 1112, con la llegada de quien habría de convertirse en San Bernardo, que se presenta acompañado de una treintena de jóvenes caballeros deseosos de consagrarse a la vida monástica.

A partir de ese momento, y sobre el modelo de Cister, se va creando toda una red de filiales vinculadas a la casa madre por mediación de un código común.

Cada comunidad es independiente, pero los abades de los distintos monasterios deben reunirse todos los años en Cister para establecer el balance de la particular experiencia de cada abadía.

Los abades no son elegidos por la abadía madre, sino por los monjes del establecimiento respectivo.

Lo que significa que los vínculos que unen a los monasterios cistercienses son de una flexibilidad extrema.

• San Bernardo, en Clairvaux

Después de haber permanecido durante tres años en Císter, Bernardo, que se había impuesto ya como uno de los maestros de la doctrina cristiana, funda en Clairveaux una abadía cuya regla es particularmente rigurosa.

Sus monjes solamente se alimentan de habas y de lechugas salvajes.

Deseando hacer que el cristiano volviese a las fuentes originales, representadas en su opinión por los Padres de la Iglesia y, en particular, por San Agustín, ataca a la orden de Cluny a causa de sus riquezas. Y en 1145, en Vézelay, predica la segunda cruzada.

• La reforma gregoriana

Estas convulsiones de la vida monástica constituyen el preludio de la reforma general de la Iglesia, emprendida por un monje toscano, Hildebrando, que se convertiría en papa en el 1073 con el nombre de Gregorio VII.

Aquel hombre de acendrada piedad había adquirido en la corte de Roma una gran experiencia política, y tenía una idea muy elevada de su función. Comenzó por definir con precisión el cometido particular de la Iglesia romana en sus relaciones con el poder temporal.

Quería, en efecto, que los reyes y los príncipes no siguieran interviniendo en los asuntos religiosos, por lo que se reservó el derecho de nombrar a los obispos.

Se esforzó también en devolver a la cristiandad su naturaleza evangélica, oponiéndose a la guerra y a la opresión de los débiles.

De tal manera, intentó imponer «la tregua de Dios», tendiente a limitar la utilización de la violencia.

• Las «casas de Dios»

El fervor religioso, del que los monasterios cluniacenses y cistercienses fueron foco de irradiación, tuvo una decisiva influencia sobre el movimiento arquitectónico del que nacieron las iglesias románicas y las catedrales góticas.

Las abadías eran consideradas «casas de Dios», y debían reflejar la grandeza divina.

Pero la armonía celeste obedece a leyes precisas, y la construcción de los edificios conventuales no fue dejada por completo al antojo de la imaginación de los arquitectos.

En ella se intentaron reflejar las leyes del orden cósmico, el orden que Pitágoras había analizado durante tanto tiempo intentando poner de relieve la importancia del número áureo, símbolo de la perfecta proporción que rige la relación entre cielo y tierra.

De ahí el extraordinario esfuerzo, todavía reconocible hoy, realizado en la arquitectura cisterciense para dejar al descubierto, mediante un lenguaje simbólico de sutil precisión, la exacta relación existente entre la obra divina y el trabajo de los hombres.

MONASTERIOS

La época de los monjes comienza, en realidad, en los s. XI y XII.

Verdaderas sociedades ideales en miniatura, los monasterios quieren ser un ejemplo para toda la sociedad, y reproducen la división tradicional que se da en ésta entre los que oran, los que trabajan y los que combaten, sin dejar de aspirarpor ello a la perfección divina.

En cualquier caso, pronto se distinguen dos corrientes: a la pompa de los servicios litúrgicos cluniacenses y a su, con frecuencia, ostentosa espiritualidad, los monasterios cistercienses oponen una vida de soledad y de ascesis.

Fuente Consultada: Civilizaciones de Occidente Volumen A

Fuente Consultada:
Gran Enciclopedia Universal - Editorial Larouse - Tomo I

Ver: Construcción Catedral de Chartres

Ver: La Educación Cristiana Medieval


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