Ganaderos en el Virreinato del Rio de la Plata:Criadores e Invernadores
Ganaderos en el Virreinato del Río de la Plata: Criadores e Invernadores
Los comerciantes se convierten en ganaderos
Con el permiso acordado por el virrey al comercio inglés en 1809, comenzó la rápida e inexorable ruina de los comerciantes porteños.
La falta de iniciativa de un comercio cómodamente protegido por el monopolio, pasivo, limitado como hemos visto al papel de mero intermediario de Cádiz, no era condición adecuada para enfrentar al pujante comercio inglés que avasallaba todo, con la ventaja de su mayor experiencia y vinculaciones comerciales, su abundancia de capital comercial, la protección de su país y la introducción de métodos más modernos y eficientes, y también, de algún modo, un nuevo espíritu de aventura pionera, de la que carecían los apoltronados burgueses locales.
De ese modo el poder económico pasó directamente del monopolio español a monopolio inglés, de Cádiz a Liverpool, sin pasar por las manos de los comerciantes criollos.
Las actas de Consulado de los años posteriores a la Revolución de Mayo están llenas de las amargas quejas de los comerciantes por esta situación.
En septiembre de 1814, uno de los más poderosos comerciantes, Juan José Anchorena, habló en el Consulado del que formaba parte sobre la ruina del comercio porteño, como consecuencia de las actividades de los comerciantes ingleses, que manejaban hasta la moneda y el crédito.
En esta ocasión Anchorena hizo una defensa apasionada del proteccionismo.
En intento de salida para esta grave situación por la que pasaban los comerciantes porteños se hizo en agosto de 1817, cuando miembros del Consulado —Juan José Anchorena y Ambrosio Lezica, entre otros— integraron una comisión para estudiar un proyecto de Pueyrredón sobre la creación de una Compañía Comercial que, protegida por el gobierno, ejerciera el comercio en todas sus posibilidades.
Esta compañía estaría formada corporativamente por los comerciantes porteños y dominada por os más importantes.
Pero el proyecto no pasó nunca de tal, porque los comerciantes locales carecían de una verdadera fuerza como para poder luchar con eficacia frente a un enemigo mucho más poderoso.
El comercio porteño fue meramente pasivo, no se basaba en la producción nacional, y por lo tanto dependía de Inglaterra.
El Consulado, defensor de los intereses de los comerciantes criollos, fue perdiendo poco a poco su importancia en la vida económica del país hasta desaparecer del todo.
Los comerciantes porteños, conscientes de su impotencia, trataron de salvarse de la catástrofe adecuándose a las nuevas circunstancias.
Algunos —como Braulio Costa, los Aguirre, Félix Castro— se resignaron a subordinarse a los comerciantes ingleses en el papel de socios menores; otros, como los Anchorena, se transformaron en terratenientes y hacendados.
Se adecuaban de ese modo a los intereses de Inglaterra y sellaban por largos años el destino del país, limitado a importar materias manufacturadas y exportar productos agrarios.
De la ruina de los comerciantes surgidos del monopolio español surgirá la nueva burguesía terrateniente y ganadera que comenzaba su carrera triunfal alrededor de 1820, se afianzaría con el gobierno de Rosas y llegaría hasta nuestro siglo dirigiendo los destinos económicos del país.
Fuente Consultada: Los Oligarcas Juan J. Sabreli - La Historia Popular Tomo 15 - Vidas y Milagros de Nuestro Pueblo
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