Ruinas de Palenque:Restos de la Tumba Sagrada Maya del Rey Pakal
Ruinas de Palenque:Restos de la Tumba Sagrada Maya del Rey Pakal- Observatorio -
Las ruinas de Palenque, rodeadas de una densa jungla tropical, representan el núcleo central de una amplia ciudad cuya superficie se acercaba a los ocho kilómetros cuadrados, cuyo origen exacto se desconoce es un lugar de una belleza hechizadora.
Durante cientos de años, el verde de la selva, húmeda y tropical, cubrió sus magníficos e increíblemente bellos monumentos de piedra.
En la espesura de las selvas chiapanecas, las ruinas de Palenque rinden tributo al esplendor de la civilización maya.
Aunque la ciudad no fue tan grande como Tikal o Copán, ni tan decisiva en la historia maya como Chichén Itza, el legado arquitectónico y artístico que alberga no tiene igual en la arqueología mesoamericana.
La ciudad, que comenzó a construirse entre los siglos III y V de nuestra era, está atravesada por un afluente del río Usumacinta.
Tuvo su máximo esplendor entre los años 500 y 700, época en la que se construyeron los principales monumentos.
Hacia finales de siglo X una invasión de pueblos ribereños procedentes del golfo de México determinó su ruina y abandono.
Templo de las Inscripciones
Templo de las Inscripciones, el mas importante de los monumentos de Palenque, se encuentra sobre una pirámide escalonada.
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Desde el interior del templo se puede descender a una cripta funeraria de Pakal
Según los historiadores, fue fundada como aldea agrícola alrededor del año 100 a.C. con el nombre de Lakam Ha, que significa «aguas grandes», en alusión a las cascadas de los alrededores.
Entre los siglos II y VI se convirtió en una ciudad y, en el curso del siglo VII, en la capital de Bakaal, uno de los estados mayas más prósperos.
Sus gobernantes se jactaban de pertenecer a un linaje tan antiguo como la Creación, que los calendarios mayas fechaban en el año 3114 a. C.
Abandonada misteriosamente, esta ciudad poblada por los fantasmas de su esplendoroso pasado se mantuvo oculta y el increíble y selvático paisaje cubrió con su vegetación la piedra tallada, los templos y la magia secreta de los mayas.
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La zona central está dominada por el Palacio, que se alza sobre una inmensa colina artificial en forma detronco de pirámide. Sus dependencias se organizan alrededor de cuatro patios dominados desde el ángulo suroeste por la torre de vigilancia u observatorio astronómico, una construcción en tres niveles cuya estructura es única en la arquitectura maya.
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Hoy se presenta ante nuestros ojos explorada en cada milímetro por arqueólogos, investigadores y curiosos, pero su misterio sigue siendo impenetrable.
Esta joya une la generosidad de la naturaleza y el fértil verdor de la selva con la magia de sus pirámides escalonadas, en el estado mexicano de Chiapas, donde todavía habitan los descendientes de la sabia y desaparecida civilización maya.
Un viajero estadounidense John Lloyd Stephens (1805—1852) relató sus experiencias en Palenque en el año 1841 , y atrajo las miradas de aventureros y arqueólogos hacia la ciudad escondida.
Desde entonces, Palenque no ha dejado de ser visitada y estudiada, sus escalones de piedra, gastados por los siglos, ascendidos y descendidos en la búsqueda de cada huella y de cada indicio que sirva para acercarnos a una cultura desaparecida.
El enigma de la tumba de Palenque:
En el año 1947, un arqueólogo mexicano, Alberto Ruz L’Huillier (1906-1979), observó una piedra de gran tamaño en el llamado Templo de las Inscripciones.
Estaba atravesada por doce agujeros tapiados con tapones perfectamente encastrados.
El arqueólogo sospechó que algo se escondía tras la piedra y ordenó levantar la Josa.
Asombrado, vislumbró a la pálida luz del templo una escalera que descendía interminablemente. ¿Hacia dónde conduciría?
Hasta entonces, no se habían hallado sepulturas en las pirámides mayas y se creía que su función era sólo contener los templos construidos en sus cimas.
Pero este nuevo descubrimiento desconcertó al arqueólogo.
La escalera estaba repleta de escombros, que comenzaron a ser retirados en lo que resultó ser un esfuerzo continuado durante años, ya que la galería era increíblemente larga y estaba cubierta de piedra y maleza que hacían imposible avanzar por ella.
Tras varios años de trabajo y habiendo desprendido las piedras de cincuenta y nueve escalones, en 1952 fue posible descender.
La escalera terminaba en una pared. Hubo que abrir un hueco allí para descubrir un segundo muro, y tras él se encontró una caja de material que contenía tres pequeñas fuentes de cerámica, tres conchas marinas y adornos de jade, se trataba sin lugar a dudas de una ofrenda, pero ¿a quién estaba destinada?
Las ofrendas halladas daban esperanza después del duro trabajo realizado.
Ruz L’Huillier y sus ayudantes sentían que por fin estaban por hallar algo realmente importante.
Pero todavía faltaba la prueba mayor.
Frente a ellos cerraba completamente el paso una nueva pared, un obstáculo más grande que las anteriores porque tenía nada menos que tres metros de espesor.
El pasadizo era estrecho, el calor, sofocante, demoraron días extenuantes en poder abrir un pequeño paso en el muro.
Tras él, había una cavidad.
En ella hallaron por fin lo largamente esperado: la explicación de la galería misteriosa y un hallazgo conmovedor.
Seis osamentas, los restos de cinco hombres y una mujer. Amontonados en la estrecha sepultura, no cabían dudas de que habían sido víctimas inmoladas a algún dios sanguinario.
Los restos eran de personas jóvenes, asesinadas, pero ¿,por qué?.
Luego se conocería que era una más de las muchas ofrendas realizadas y que este misterioso pueblo tenía como costumbre inmolar a personas cuya sangre se ofrecía para aplacar a los dioses.
Un nuevo bloque de piedra impedía el paso a los investigadores, pero no era ocasión de dejarse vencer por el desaliento cuando se estaba tan cerca del éxito.
El arqueólogo logró abrir un nuevo paso en la piedra monolítica y antiquísima. Al mirar por la abertura, el explorador no podía creer lo que veía.
Como Carter frente a la tumba de Tutankamón, hubiera podido exclamar: “Veo cosas maravillosas”, ya que también él observó un espectáculo fantástico: una gran cripta con muros cubiertos completamente por bajorrelieves, cuyo centro estaba ocupado por un monumento de piedra esculpida.
El arqueólogo mexicano expresó: “...Se podría decir que era una gran gruta mágica esculpida en el hielo, con paredes brillantes que centelleaban como los cristales de la nieve.
Delicados festones de estalactitas colgaban como los cordones de las cortinas y las estalagmitas en el suelo parecían como oscilaciones de luz de un gran cirio".
Las formaciones calcáreas, conformadas durante el transcurso de los siglos, por encima de la gruta, daban al conjunto un aspecto mágico e irreal.
Realizando un gran esfuerzo, lograron que el monolito girara sobre si mismo. En ese instante en que pudieron penetrar; al fin, en el santuario, la emoción llegó a su punto máximo.
La habitación medía nueve metros por tres, en ella estaban representados nueve personajes de estuco:
los Nueve Señores de la Noche, reyes del mundo infernal de los antiguos mayas. dispersas, había numerosas ofrendas, además de dos maravillosas cabezas de estuco, cubiertas por abundantes cabelleras, atadas con cintas y adornadas por flores secas de nenúfares.
Sin dudas, lo más extraordinario era el gran monumento que ocupaba todo el centro del lugar, un enorme bloque de piedra que debía pesar cerca de veinte toneladas y cuya superficie estaba recubierta por una losa finamente esculpida.
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En esta cripta funeraria se encontró una lápida de piedra de 5 t con magníficas tallas, colocada sobre un sarcófago; en todas las paredes había relieves escultóricos que representaban a los nueve Señores de la Noche venerados por los mayas.
Dentro del sarcófago, Huillier descubrió los restos de un hombre alto, fallecido hacia sus 40 años. Su cuerpo y su rostro permanecían cubiertos de joyas de jade, que contrastaban con el revestimiento rojo de la tumba.
Enormemente lujosa era la máscara funeraria, de mosaico de jade, con curiosas incrustaciones de obsidiana y nácar en los ojos.
Las tallas de la lápida del sarcófago no representan un astronauta en una cápsula espacial como asegura Erich von Daniken en su obra Recuerdos del futuro, sino que constituyen un valioso símbolo del tránsito del alma al reino de los muertos. Y más concretamente, describen la trasformación de un jefe maya en un dios.
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En el medio de la losa había una pintura de un hombre joven, adornado con gran riqueza, a quien rodeaba un exuberante decorado con signos sagrados y jeroglíficos que eran por sí solos un enigma suficiente para desvelar al descubridor.
¿Cómo desplazarlo?
Trabajaban en muy poco espacio bajo un calor insoportable, en una cripta de aire enrarecido y sofocante. Lograron moverlo con gatos de automóvil fijados sobre tacos de madera.
Y ante sus ojos, descubrieron una nueva losa, un nuevo obstáculo de piedra.
Está de más decir que los mayas guardaban celosamente sus secretos.
Pero Ruz L’Huillier era pertinaz y no cejaría hasta develar la última incógnita.
Así que levantaron esta nueva loza para encontrar, por fin, el motivo central de tanto misterio: un esqueleto adornado prolijamente con ricas joyas.
No habían subsistido los ropajes con que había sido enterrado, sólo quedaban hilos sueltos de ellos, pero estaba cubierto de hermosos adornos de jade que refulgían en las sombras de la bóveda.
El rostro del muerto estaba cubierto con una máscara funeraria de jade, una obra maestra del arte maya, con los ojos realizados en conchillas y el iris de obsidiana.
La expresión del rostro es tan realista que se puede suponer que era un retrato, una representación
Fuente Consultada: Lugares Misteriosos Paula Ruggeri
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