Serendipia en la Investigación Cientifica - Descubrimientos Casuales
SERENDIPIA: DESCUBRIMIENTOS CASUALES - LA PENICILINA -
SERENDIPIA EN LA CIENCIA:
Pasteur, dijo vez: «No esperes que la fortuna te sonría; prepárate con el conocimiento».
De alguna manera, todo lo que Fleming había hecho hasta el momento puede considerarse parte de esta preparación.
En los últimos días del verano de 1928, cuando se fue de vacaciones, por alguna razón se olvidó de guardar sus cultivos de estafilococos en las estufas, donde se hubieran mantenido calientes, y los dejó en placas de Petri sobre la poyata.
Como a Fleming le era casi imposible abrir su ventana del laboratorio, solía dejar la puerta abierta para que circulara un poco el aire.
Dicha puerta daba a un tramo de escaleras y en el piso de abajo había otro laboratorio que estaba siendo utilizado por un joven micólogo irlandés, C. J. La Touche, cuya puerta se abría al mismo tramo de escalera.
Por entonces, La Touche estaba trabajando con una cepa de hongos o mohos que, como se demostraría, tenía propiedades muy interesantes.
Su laboratorio carecía de campana de gases, una especie de cámara de aislamiento, cosa que le hubiera permitido, en caso de tenerla, confinar las esporas en una pequeña área aislada.
A falta de campana, las esporas del hongo se extendieron por todo el laboratorio del micólogo y después fueron arrastradas por el aire a través de la puerta abierta y, escaleras arriba, hasta que encontraron el camino hacia el laboratorio de Fleming. (imagen: Placa de Petri)
También el tiempo incitó a la fortuna.
Durante la ausencia de Fleming, Londres se vio afectada por una temperatura insólitamente fría, seguida inmediatamente de un retorno del calor, un ciclo que hizo que las esporas del laboratorio de La Touche florecieran en su nuevo hogar del piso de arriba.
Cuando Fleming regresó de sus vacaciones en septiembre, empezó a desechar algunas de las placas de Petri que había dejado fuera de la estufa.
De ordinario, la contaminación es la maldición del trabajo bacteriológico.
Para los bacteriólogos, los contaminantes son lo que para los agricultores las malas hierbas.
Cuando un cultivo está contaminado, normalmente el primer instinto de un científico es desecharlo y empezar de nuevo.
Y esto es exactamente lo que Fleming se dispuso a hacer en una especie de limpieza general rutinaria.
Pero de nuevo intervino la serendipidez.
En aquella época, el Departamento de Inoculación del St. Mary utilizaba por contenedores de eliminación bandejas esmaltadas bajas con un poco de antiséptico. (Si el de Fleming hubiera sido un laboratorio bacteriológico adecuadamente equipado, habría tenido cubos profundos llenos de antiséptico hasta el borde.)
Fue entonces cuando, después de haber tirado los cultivos contaminados, observó el halo claro que rodeaba las colonias amarillo verdosas del hongo que había contaminado accidentalmente la placa.
Desde luego, en ese momento no tuvo manera de saber que una espora de una rara variante de un hongo denominado Penicillium notatum había llegado arrastrada por el viento desde el laboratorio de micología del piso de abajo.
Para producirse el fenómeno que Fleming observó se tenía que haber dado una serie de acontecimientos: dejarse, en primer lugar los cultivos de estafilococos expuestos y no almacenados en una estufa caliente, donde nunca se hubieran contaminado con las esporas del laboratorio de La buche; producirse las bajas temperaturas que permitieron al hongo germinar y crecer y, por último, el aumento de las temperaturas, lo que favoreció que los estafilococos pudieran medrar, extendiéndose como un césped hasta recubrir toda la placa de Petri... excepto el área directamente expuesta al hongo contaminante.
«Era sorprendente que en una distancia considerable alrededor del crecimiento del hongo, las colonias de estafilococos mostraran lisis (disolución o destrucción de las células)», escribió Fleming. «Lo que antes había sido una colonia bien desarrollada era ahora una tenue sombra de lo que fue.»
Se dio cuenta de que esa lisis, o proceso destructivo, era la responsable de decolorar sus microbios.
Dedujo correctamente que el hongo debía haber liberado una sustancia que simultáneamente destruyó las bacterias existentes e inhibió su crecimiento ulterior.
Pues bien, este descubrimiento, que literalmente se había extraído de la basura, iba a cambiar el curso de la historia, pues Fleming había comprobado (Lister y luego Tyndall en 1875 también lo habían comprobado, pero no le supieron apreciar su importancia) y concebido lo relevante que seria aplicar a la medicina los efectos de este fenómeno casual.
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Casi todos los vocablos tienen una historia, pero en el caso de la serendipia. Los tres príncipes de Serendip, son los culpables de tan particular palabra
Según narra este cuento persa, tres jóvenes sagaces y muy inteligentes que habían sido educados por su padre, un buen arquitecto del gran Sha de Persia, se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al Gran Mogol.
Sin embargo, en mitad del camino, se encontraron con unas huellas algo sospechosas.
Haciendo alarde de su astucia, empezaron a evidenciar cada una de las características que tenían quienes las había dejado: eran de un camello tuerto, rengo y viejo que llevaba una carga de mantequilla y miel, y que su jinete era una mujer joven embarazada.
Complacidos por la competencia para ver quién había sido más perspicaz, al pasar por Kandahar se acercaron a un hombre que, muy enojado, se lamentaba por la pérdida de su camello, la carga y su esposa. Una a una le consultaron todas las características que habían podido evidenciar gracias a su observación, y se sintieron triunfadores.
Fue entonces cuando llegó a oídos del Emir de ese paraje que una mujer y sus pertenencias habían sido atacadas por tres hombres. Automáticamente, los hermanos fueron encarcelados, ya que conocían demasiados detalles como para no ser los responsables.
Finalmente, y con la suerte de su lado, la mujer volvió a ese lugar y aclaró el mal entendido. Es por esto que se acuñó este término, puesto que ellos encontraron aquello que no estaban buscando y fue la suerte la que los ayudó.
Otras situaciones de serendipia, contados por Víctor Suero en su libro: "Historias Asombrosas Pero Reales", también en la Revista Muy Interesante N° 324 explica dos casos de la medicina.
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FLEMING
En 1928 el bacteriólogo escocés Alexander Fleming dejó a un costado de la mesa de trabajo de su laboratorio un cultivo de gérmenes con el que había estado trabajando.
Recién dos días más tarde, al hurgar en ese desordenado rincón buscando fósforos para encender el mechero, vio el cultivo olvidado.
Estaba cubierto de moho y comprobó enseguida que las bacterias habían muerto a su alrededor.
Esos gérmenes en estado de descomposición por un simple olvido se habían transformado en una de las medicinas que más vidas salvó en la historia de la humanidad.
Fleming había descubierto la penicilina, cuyo desarrollo once años más tarde y a poco de la segunda guerra mundial corrió mucho más allá las barreras entre la vida y la muerte.
Y todo por casualidad.
ARQUÍMEDES
260 años antes de Cristo el científico griego Arquímedes no sabía cómo hacer para medir el volumen de las cosas hasta que, al ir a higienizarse a un baño público, se sumergió en una tina llena de agua hasta el borde advirtiendo que desalojaba la misma cantidad de líquido que su propio volumen.
Tanta fue su alegría que salió corriendo a la calle completamente desnudo y gritando "¡Eureka! ¡Eureka!", lo cual no significaba que promocionara a una marca de tinta que decidió ser su sponsor sino que aquella palabra, en griego, significa "lo encontré".
Los atenienses que así lo vieron no le prestaron mayor importara no porque los atributos de Arquímedes fueran despreciables sino porque en Grecia la desnudez era cosa corriente, aunque bañarse no lo era tanto.
El caso es que la ciencia recibió, también allí, una ayudita de la casualidad. (Ver: Arquímedes)
NEWTON
En 1665 el científico Isaac Newton tenía apenas años de edad cuando debió abandonar Londres, que e taba azotada por la peste. Fue casual por lo tanto que pasara un par de años en la granja de su madre, en la can pina inglesa.
En realidad no estaba tirado bajo un árbol rascándose el ombligo y le cayó una manzana en la cabeza como cuenta la simpática leyenda. Newton no cesaba de estudiar e investigar, a pesar de su juventud no tenia tiempo para acostarse panza arriba y rascarse el ombligo o cualquier otra parte de su anatomía; era lo que hoy llamarían "un traga".
Una noche observaba el cielo aventurando cálculos cuando, en la misma línea de su mirad vio caer una manzana desde la copa de un árbol.
Ese sin pie hecho hizo que se preguntara por qué no caía la luna, Por aquella observación, fruto de una simple casualidad comenzó a investigar el tema y descubrió, después de cuatro años, la ley de gravedad.
BRAND
También en el siglo XVII el químico alemán Hennin Brand buscaba con afán mezclar diversos elementos para conseguir crear oro, obsesión esta de mucha gente lo largo de la historia.
No lo logró, claro, pero un día de 1669 obtuvo una sustancia blanca y luminosa que, en contacto con el aire, se encendía. Había descubierto el fósforo. Por casualidad.
GRAHAM BELL
Alexander Graham Bell era, entre otras cosas, profesor de sordos. Un día advirtió que, sin darse cuenta, se había enamorado de una de sus jóvenes alumnas. Ella también lo amaba, por lo que el romance prosperó y se casaron.
Graham Bell, un hombre sumamente inteligente, intentó por todos los medios inventar un aparato que amplificara la voz lo suficiente como para que su bella esposa le escuchara alguna vez decirle "te quiero".
Trabajó mucho in eso. Armó un dispositivo que creyó que podría servir. Creó un circuito con dos terminales y una tarde habló por una de ellas a su ayudante: "Watson, venga aquí, por favor".
Thomas Auguste Watson estaba a unos treinta metros del lugar, en el establo, pero escuchó perfectamente la voz de su jefe a través de su terminal y obedeció sin imaginar que era la primera persona en la historia que conteste a un llamado de teléfono, ya que eso era lo que Graham Bell había inventado.
Por casualidad. Lo que él buscaba ira un amplificador de sus palabras amorosas.
ROENTGEN
El alemán Wilhem Roentgen venía realizando experimentos con los rayos catódicos tal como lo hacían varios colegas suyos. Buscaba lograr que ciertas materias se volvieran fluorescentes.
En 1895, en medio de una de esas pruebas advirtió que había ido más allá de lo pretendido pero sólo por mera casualidad.
Ni siquiera sabía bien qué losa había descubierto y esto fue tan real que llamó a aquello rayos X, nombre con el que hoy aún se los conoce. Los denominó así admitiendo su ignorancia del fenómeno, ya que esa letra en el símbolo habitual de incógnita.
SILDENAFILO:
Otro caso fue el de la droga sildenafilo, diseñado originalmente para tratar la hipertensión arterial y la angina de pecho.
En la primera fase de los ensayos clínicos, encabezados por lan Osterloh en el Hospital de Morriston, en Gales, se descubrió que la droga tenía un ligero efecto en la curación de la angina de pecho, pero producía notables erecciones de pene.
Al ver semejante muestra de poder, la empresa farmacéutica que estaba realizando los estudios, decidió olvidarse de las afecciones cardíacas y puso manos a la obra para comercializarlo como tratamiento para la disfunción eréctil.
Patentado en 1996 y aprobado en 1998, se convirtió en la primera pastilla que podía tratar esta patología y logró un récord de ventas entre 1999 y 2001 al superar los mil millones de dólares.
LSD: Otro médico que se topó con una serendipia fue Albert Hofmann (1906-2008), químico e intelectual suizo que descubrió accidentalmente el LSD (ácido lisérgico dietilamida) mientras se hallaba realizando un estudio sobre los derivados del ácido lisérgico.
Según cuenta en su libro Myproblem child, en el curso de su investigación obtuvo el LSD-25, pero no le dio mayor importancia, ya que creía que tenía pocas propiedades farmacológicas.
No obstante, el 16 de abril de 1943, la curiosidad sobre esta sustancia lo sedujo nuevamente, y decidió llevar a cabo más pruebas: volvió a sintetizarla y cuando procedía a su cristalización se sintió afectado con lo que describió como "una mezcla de excitación y mareo, además de una notable inquietud, que me obligó a abandonar el laboratorio.
En casa me acosté y me hundí en una condición de intoxicación no desagradable, caracterizada por una imaginación extremadamente estimulada.
En un estado parecido al del sueño, con los ojos cerrados (encontraba la luz del día desagradablemente deslumbrante), percibí un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos, formas extraordinarias con intensos despliegues caleidoscópicos.
Esta condición se desvaneció dos horas después", cuenta el mismo Hofmann.
Según logró descifrar posteriormente, a pesar de sus precauciones, una mínima cantidad de LSD había tocado la punta de sus dedos y fue absorbida por su piel.
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