Biografía de Murillo Bartolome Esteban:Historia y su Obra Artística
Biografía de Murillo Bartolome Esteban y su Obra Artística
Bartolomé Esteban Murillo. — Nació en Sevilla el 31 de diciembre de 1617 y murió en la misma ciudad el 3 de abril de 1682.
Fue un pintor que supo idealizar los asuntos que representaba. Se distinguió por la naturalidad de expresión de sus figuras y por la delicada belleza cromática de que estaban revestidos sus lienzos.
Su producción fue muy copiosa, siendo conocidísimos por haber alcanzado gran difusión sus reproducciones, sus famosos San Antonio de Tadua y la Concepción.
Murillo es el artista que mejor ha definido el tema de la Inmaculada Concepción, del que nos ofrece numerosas versiones que destacan por la gracia juvenil y el rostro amoroso de la Virgen y el vuelo de los ángeles que la rodean.
En el Museo del Prado se pueden contemplar algunos lienzos que tratan este tema.
A los 10 años Murillo demostraba una fuerte inclinación hacia la pintura; se entretenía a menudo dibujando con un trozo de carbón sobre las paredes, mientras que su tío, que presentía su genio, lo contemplaba con placer.
Y a los 22 años, Bartolomé Esteban Murillo había adquirido un cierto renombre, siendo sus cuadros muy solicitados por los aficionados y comerciantes en telas, que disputábanselos, ofreciéndole grandes sumas.
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En el siglo XVII, siglo de oro para las artes y las letras de España, Andalucía se convirtió en el centro comercial de la península ibérica, y gracias a su prosperidad, en poco tiempo desarrolló una tradición pictórica que habría de distinguir, en el campo artístico, a la bella tierra andaluza de las otras regiones españolas.
Surgieron así en Sevilla, en el espacio de algunos años, numerosas escuelas de artistas, que crearon un estilo "sevillano".
Esta modalidad recibió, sin embargo, cierta influencia de la pintura flamenca e italiana.
En 1617 nació, precisamente en Sevilla, Bartolomé Esteban, que fue luego conocido bajo el nombre de Murillo, pintor que con el tiempo habría de convertirse en uno de los más célebres artistas de España.
Pronto agregó al nombre de Esteban, que era el de su padre, el de Murillo, ya que habiendo quedado huérfano a los 10 años fue criado por su tía Ana Murillo, mujer del cirujano Juan Lagares, que se preciaba de querer al pequeño Bartolomé como a un hijo propio.
El niño manifestó pronto sus aptitudes artísticas, y fue en razón de las mismas que ingresó al estudio de Juan Castillo, uno de los más grandes maestros de la pintura sevillana.
Fue allí donde el joven tuvo oportunidad de admirar las obras de Juan dé las Boelas, de Francisco Pacheco, profesor de Velázquez, y de Francisco Herrera. En 1639 su maestro abandonó Sevilla para establecerse en Cádiz, y Murillo pintó entonces para la célebre feria de su ciudad, cuadros de un arte tal que los compradores llegaron a disputárselos.
En un siglo en que para muchos pintores, tales como Velázquez, Bibera, Juan de las Boelas, Rubens, constituía un imperativo el atravesar Europa y dirigirse a Italia para estudiar allí los secretos de la pintura del Tintoretto, Caravaggio y Ticiano, Murillo permaneció en España.
Parece ser que tampoco se alejó de su Sevilla natal más que para efectuar, entre 1642 y 1644, un viaje a Madrid, adonde créese conoció a Velázquez.
Algunos ponen en duda dicha estada suya en la capital, pero fue allí verdaderamente donde conoció las obras de Ticiano, Rubens y Van Dyck; recorriendo, pues, y con un éxito similar, la ruta que le señalara Juan de las Boelas, el iniciador de la fusión de los dos caracteres principales de la pintura sevillana: el misticismo y el naturalismo.
En Sevilla, en realidad, su formación artística no se realizó exclusivamente en la escuela de Castillo, sino también al contacto de la pintura italiana: el artista habría de dar más tarde prueba de su amplio conocimiento de la escuela florentina del siglo XVI.
Vuelto a su ciudad natal entre 1645 y 1646 desarrolló su estilo, como lo prueban las numerosas telas que pintó para el convento de San Francisco, que contienen escenas de la vida de San Diego.
Sus imágenes de ángeles y santos, tratadas con una expresiva dulzura, conquistaron para el pintor el favor del público, puesto que él haciase a través de las mismas, intérprete de los sentimientos religiosos de los españoles, suprimiendo en sus obras todo academismo sin significación y todo motivo hostil a una fe pura y sincera.
Francisco Pacheco, el maestro de Velázquez, escribió en su Tratado "que el arte del pintor debe ser puesto al servicio de la Iglesia, ya que a menudo el arte ha obrado con mejores resultados en la conversión de las almas, que la palabra de los sacerdotes".
Es por ello que esta misma fe que hacía de Murillo un católico ferviente, dio una significación a su pintura, que tiene como temas la vida de los santos, sus éxtasis, visiones y milagros.
En las telas del convento de San Francisco, su expresión artística obtiene un clarobscuro esfumado que Murillo llega a equilibrar mediante una paleta cromática muy rica, de donde emergían los personajes como modelados con una dulzura extrema.
En 1652 pinta para el arzobispo de Sevilla la Concepción, y más tarde, en 1655, recibe del archidiácono de Carmona, Juan Federighi, un encargo de dos cuadros que representaran a San Isidoro y San Leandro para la sacristía de la catedral de la ciudad.
Abandonando su técnica habitual de presentar a los personajes mediante formas modestas y quietas, Murillo utilizó, para obtener recursos esculturales pujantes, todas las vibrantes manifestaciones del movimiento.
Durante esta época creció su renombre, y con el trabajo realizado en la catedral de Sevilla, su gloria quedó definitivamente consagrada. En su estudio numerosos alumnos comenzaron a copiar las obras del maestro.
Para honrar a San Antonio de Padua, el artista pintó en 1656 un cuadro de mayores dimensiones, donde el Niño Jesús se ve representado en el momento en que se aparece al santo.
El Divino Infante está rodeado por un halo de luz resplandeciente, que nos prueba la existencia de una pujante armonía cromática en el estilo del artista, y en la que parecen confirmarse las palabras de D'Annunzio: "El color es el esfuerzo de la materia por transformarse en luz."
Las formas se relacionan más íntimamente con el tema, notándose una evolución en su estilo, al que confiere una dulzura que recuerda al Correggio.
Es durante este período cuando trabaja para las iglesias y conventos de su ciudad: para la Catedral, los Capuchinos, la Cofradía de Venerables religiosos, y de su pincel surgen numerosas obras, que constituyen actualmente el orgullo de los museos de toda Europa, tales como La adoración de los pastores, El éxtasis de San Francisco y La Virgen del Rosario, actualmente en el Louvre, siendo, sin lugar a dudas, uno de los mejores trabajos de estos años de fresca inspiración, el que representa a Jesús Niño y San Juan Bautista, tema predilecto del gran Leonardo.
La multiplicación de los panes, El sueño del patricio y Moisés golpeando la roca, son los testimonios más salientes de la serenidad del artista durante este período de su existencia, así como de la intensidad de su labor.
En 1670 Murillo recibió la visita de un enviado de Carlos II, que venía a comunicarle el deseo real de verlo instalado en la corte de Madrid; Bartolomé rehusó la invitación, y continuó trabajando en la ciudad de Sevilla, pintando telas para la capilla del Hospital de la Caridad.
Murillo recurría también a veces a los elementos realistas que constituyeron una característica distintiva del arte español, los mismos elementos que en literatura produjeron él romance picaresco (género literario que refleja la vida y el ambiente popular de España).
En estas pinturas encontramos una expresividad más vigorosa y un contraste más acentuado entre luces y sombras.
Este llamado al realismo ya había sido lanzado antes por Velázquez, que era un observador atento de las gentes de condición humilde; y por Caravaggio, que había contribuido poderosamente a la formación pictórica de Murillo: el maestro sevillano se incorporó así a la gran tradición del arte español, inspirado en El Greco, Zurbarán y Ribera.
En 1665 prosigue incansablemente su actividad, y compone para la iglesia de Santa María la Blanca, una Virgen Dolorosa, un San Juan Bautista y cuatro lunetas que se refieren a la fundación de Santa María la Mayor de Roma, las que se encuentran actualmente en el Prado de Madrid.
Allí, los personajes están fijados sobre la tela con una tonalidad más clara y plateada, que se adapta bien a la dulzura del modelo.
Su estilo entra entonces en una etapa más madura, que los españoles definen de una manera expresiva con el término "cálida", en oposición a la pintura "fría" de su juventud, entonces sobrecargada con medias tintas esfumadas, que contrasta con la técnica vaporosa que adopta en su madurez.
Este es el estilo que emplea cuando pinta uno de sus temas favoritos: la Virgen Inmaculada.
En 1680 se le encargó a Murillo decorar con frescos el convento de los Capuchinos en Cádiz; pero un día, atacado por enfermedad repentina, cayó de un andamiaje. Llevado inmediatamente a Sevilla recibió los primeros cuidados, pero en adelante su salud no volvió a restablecerse, y la vida del artista se extinguió lentamente.
En 1614, Felipe III colocó a España bajo la protección de la Purísima, y Murillo, pintor católico, reprodujo a menudo su figura, a la que viste con manto blanco y azul, coloca una luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas, situándola en medio de ángeles que resplandecen como visiones paradisíacas.
La dulzura y la discreción son las características del artista, pero resulta vano buscar en su obra el lenguaje místico.
En su fe representa a la Inmaculada Concepción con los rasgos de una bellísima gitana, y los ángeles que la rodean parécense a niños que retozan en las calles de la capital de Andalucía, llenos de vida y de salud.
Aun cuando llegó a disfrutar de una próspera situación, Murillo continuó consagrando su existencia al arte, su mujer y sus cuatro hijos.
En 1660 murió su gran compatriota Diego Velázquez, y Murillo tomó entonces el glorioso título de "primer pintor de España", convirtiéndose, en el mismo año, en presidente de la Academia de Pintura.
Sin embargo, declinó inmediatamente ese honor.
Cuando en 1670 Carlos II lo llamó a palacio para suceder a Velázquez, rechazó la invitación, prefiriendo permanecer en su Sevilla natal, entregado a la pintura de santos y vírgenes, en la nueva capilla del Hospital de la Caridad.
Entre tanto, había trabajado en la decoración de la catedral para las festividades de la canonización de San Fernando III, rey de Castilla.
Entre sus últimas obras, aun cuando resulta imposible establecer orden cronológico, citaremos dos cuadros que representan a San Agustín, encontrándose uno en el Museo de Sevilla y otro en el Prado de Madrid; diferentes telas suyas hay en la iglesia del Hospital de los Padres Peregrinos y un retrato del canónigo Justino Nevé.
En 1680, mientras se hallaba pintando en el convento de los Capuchinos de Cádiz su obra El desposorio místico de Santa Catalina, Bartolomé cayó de un andamiaje, atacado por una repentina enfermedad, muriendo en el mismo año.
La producción artística de Murillo fue prodigiosa: 481 cuadros, sin contar las copias.
La mayor parte de sus obras se encuentra en el Museo del Prado de Madrid (43 telas), pero ellas enriquecen también el museo de Sevilla, el Louvre de París, el museo de Leningrado. y en Italia la galería Pítti de Florencia, y el palacio Bianco de Genova, sin contar los decorados de las iglesias de Sevilla Cádiz.
Bartolomé Esteban Murillo: El desposorio místico de Santa Catalina. Pinacoteca del Vaticano (Roma).
Este lienzo, representa a santa Rosa de Lima, patrona de Perú, la primera religiosa latinoamericana canonizada. La santa aparece de rodillas ante el Niño Jesús con los brazos ligeramente abiertos en actitud de tierna admiración muy alejada de la teatralidad de otros artistas del barroco.
Fuente Consultada:
LO SE TODO Tomo IV Editorial CODEX - Biografía de Murillo Bartolomé Esteban
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Enlace Externo:• Bartolomé Esteban Murillo, el pintor barroco