Independencia de Hispanoamerica: Antecedentes y Causas
Independencia de Hispanoamerica: Antecedentes y Causas
La revolución contra el absolutismo ocurrida en Francia a finales del siglo XVIII generó una rápida reacción en su contra.
Los Estados absolutistas, dispuestos a demostrar que las revoluciones que cuestionaban al régimen estaban destinadas a fracasar, se embarcaron en largas guerras contra Francia gobernada por Napoleón.
Finalmente, hacia 1815, Napoleón fue derrotado y el absolutismo se restauró en Europa.
Por otra parte, las guerras europeas alejaron a las colonias de su metrópolis, generándose en ellas una serie de movimientos que comenzaron a cuestionar los términos de la dominación.
Para los defensores del orden establecido se trataba de cuestionamientos a la misma autoridad real, por lo que los bandos se identificaron como "revolucionarios" o "realistas".
Frente a estos proyectos incompatibles, el de los sectores dirigentes revolucionarios y el de los realistas, estalló entre ellos una abierta guerra que culminó con la ruptura del vínculo colonial entre América y España.
Una vez roto el vínculo con la metrópoli, diferencias dentro de los sectores dirigentes americanos determinaron la fragmentación en múltiples territorios de las que fueran colonias españolas.
Independencia de Hispanoamérica:
Tarde o temprano habían de separarse de España los pueblos que creían haber llegado a la mayoría de edad.
El ejemplo de los Estados Unidos obraba como un aliciente fortísimo, pero fueron las doctrinas de la Ilustración, y de un modo especial el ejemplo de la Revolución Francesa, las que impulsaron a los criollos a desear la separación.
A fines del siglo XVIII existía en América un ambiente de oposición a la política excesivamente centralista de los Borbones.
Incluso se habían producido algunos conatos de lucha, como el caso del caudillo indio que se hacía llamar Tupac Amaru, y que al frente de grupos de indígenas luchó contra las tropas españolas en el Perú, pero todos los casos más o menos esporádicos fueron reprimidos con energía por los virreyes.
Al mismo tiempo castigaron con gran severidad toda propaganda de tipo subversivo o liberal que se realizara en las colonias.
Uno de los primeros intelectuales que empezó a sembrar la semilla de la libertad fue el colombiano Antonio Nariño (1765- 1823).
Ya en tiempo de Carlos III, y más tarde durante el reinado de Carlos IV, los ministros que tuvieron cierta visión política, como Floridablanca, e incluso Godoy, aconsejaron a los monarcas españoles conceder cierta autonomía y sustituir a los virreyes por infantes de España, con lo cual la unión de los reinos americanos sería puramente personal y podrían elegir sus gobernantes y administrarse con cierta libertad respecto la burocracia española.
Los soberanos se negaron a aceptar reformas fundamentales y aunque Carlos III (imagen) permitió la libertad de comercio con numerosos puertos españoles, entre ellos el de Barcelona, con lo cual Sevilla perdió el monopolio que ejercía desde la conquista, las medidas adoptadas para hacer frente a un cambio político fueron escasas e inútiles.
Los criollos, hijos de españoles que se sentían americanos, veían cómo iba cobrando importancia el comercio y prosperaba el país que seguía en manos de "gachupines", es decir, gentes venidas de España al amparo de un nombramiento real.
Por esta razón fueron casi siempre criollos, en general grandes terratenientes, los que dieron mayor impulso a los movimientos revolucionarios de independencia.
Junto a ellos existían elementos intelectuales en contacto con las logias masónicas de Londres y Cádiz, encargadas de infiltrar la doctrina secesionista y liberal en los medios cultos de cada país.
Cuando España cayó bajo el poder napoleónico y se quedó sin rey, las colonias no quisieron reconocer a Bonaparte y aprovecharon la ocasión para crear movimientos separatistas que al principio sólo pretendían reformar la estructura de la administración (imagen izq. Napoleón).
Tampoco aceptaron la autoridad de la Junta Suprema de España y crearon sus propias Juntas, que fueron el germen de los gobiernos independientes.
Como la metrópoli no podía ni impedir ni dirigir este movimiento, los hechos se produjeron en los primeros momentos sin apenas resistencia por parte de las tropas realistas españolas, pero cuando Fernando VII recuperó el trono se produjo una violenta reacción contra el levantamiento y se formalizó la lucha.
FRANCISCO DE MIRANDA.
Había nacido en Venezuela (1756-1816) y fue un tipo extraordinario, mezcla de aventurero y hombre de armas.
En el Ejército español había alcanzado la graduación de capitán y cuando estalló la guerra por la independencia de los Estados Unidos combatió al lado de Washington para pasar luego a Francia y unirse a los girondinos cuando la Revolución.
En 1806 intentó desembarcar en Venezuela para ponerse al frente del movimiento separatista que empezaba a actuar, pero los criollos no le secundaron por una razón digna de tenerse en cuenta: le apoyaba descaradamente Inglaterra.
Los criollos deseaban cortar la unión con España, pero no someterse al dictado de otra potencia que, de haber triunfado en aquel momento Miranda, hubiese ejercido una influencia decisiva.
Más tarde volvió a surgir esta figura y tomó parte activa en movimientos que luego se relatarán.
INTERPRETACIONES DE LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA.
Hubo un tiempo en que los historiadores de Europa explicaban la independencia de América como el resultado ineludible de una ley biológica: los pueblos que alcanzan su mayoría de edad, los pájaros que crían alas y se alejan de sus padres.
Tal habría ocurrido con España y sus hijas americanas.
Esta teoría respondía, en cierto modo, a un fatalismo histórico, a algo inexorable que obedecía a leyes biológicas y no había podido evitarse. No obstante, pronto surgieron otras teorías.
Las doctrinas racistas del conde de Gobineau y del inglés Chamberlain, que se fundaban en las diferencias de las razas para explicar los procesos históricos, hicieron creer, especialmente a los americanos, que la independencia de América había sido producto del choque entre indios y españoles o criollos y españoles.
Los nativos, por envidia, rivalidad o simple odio a sus padres, habrían hecho una revolución para ocupar los empleos que, de otra manera, no podían alcanzar.
La teoría racista coincidió en cierto modo con la económica, nacida de las doctrinas de Carlos Marx y Federico Engels.
Los americanos, según los creyentes en esta interpretación histórico-económica, estaban hartos de las prohibiciones comerciales que imponía la Madre Patria.
El monopolio de los comerciantes de Cádiz habría hecho pensar en la independencia del Nuevo Mundo y ésta se habría realizado en los momentos en que España estaba en guerra con Napoleón y no podía dominar debidamente a los sublevados.
Han creído en esta doble interpretación los más eminentes historiadores de América y, en particular, de la Argentina, donde todavía es enseñada, como Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y otros muchos.
A comienzos del siglo XIX surgieron otras interpretaciones.
El francés Marius André creyó que América se había sublevado y hecho independiente por amor a la religión católica, temerosa de que los ingleses alejasen el catolicismo y los americanos cayesen en el protestantismo o el ateísmo.
Las guerras de México, donde los rebeldes eran acaudillados por los sacerdotes Hidalgo y Morelos, podían ser un ejemplo y una prueba.
La teoría de André causó sensación, porque rompía con las tradiciones económicas y racistas; pero pronto se comprobó que no era exacta, que no coincidía con la realidad.
La independencia del Nuevo Mundo, incuestionablemente, había nacido de otras causas.
¿Cuáles podían ser?.
Como reacción aparecieron dos nuevas interpretaciones.
Una atribuía a la sociedad secreta de la masonería los trabajos que habían llevado a la independencia.
Sus fundamentos eran firmes.
Los grandes hombres de la independencia, como San Martín, Miranda, Bolívar, Belgrano y tantos otros habían sido masones.
Pero otra teoría significó la anulación de esta última interpretación.
La independencia, aseguraron unos autores, nació en las conspiraciones de los jesuitas expulsados por el rey Carlos III en 1776.
Para recuperar sus bienes y vengarse de un monarca adverso a la orden, habrían contribuido a producir la independencia del Nuevo Mundo.
Fue, entre otros, un padre jesuita, el reverendo Padre Miguel Batllori, quien demostró la inconsistencia de esta tesis.
En la Argentina, en torno al 1910, nacieron las primeras dudas sobre las tesis tradicionales.
Fue el jurista José León Suárez quien expuso la teoría de que la independencia argentina no nació de causas económicas o raciales, sino de ideales políticos y que, en un principio, los americanos no estuvieron en contra de Fernando VII, sino a su favor.
La independencia habría surgido más tarde, al desengañarse los americanos de los propósitos fernandistas.
Esta teoría encontró la oposición de los historiadores argentinos y americanos más destacados de aquel entonces.
El doctor Ricardo Levene (imagen) y otros, siguiendo a Mitre y a Vicente Fidel López, defendieron la vieja tesis economista y racista y, además, agregaron una teoría conspiracionista de políticos que se reunían en asambleas misteriosas y trabajaban por la independencia del Nuevo Mundo.
El precursor Miranda los habría guiado desde Londres con su correspondencia.
Al mismo tiempo, en España, tomaba fuerzas otra interpretación.
La Independencia de América habría sido obra de los políticos ingleses.
Para vengarse de la ayuda que los españoles habían dado a los colonos de la América del Norte en su lucha contra la Gran Bretaña, los ingleses habrían ayudado secretamente a los hispanoamericanos para separarse de España.
La presencia de algunos ingleses en los ejércitos liberales de América sería una prueba confirmatoria.
Los historiadores oscilaban entre las influencias indígenas, criollas, inglesas, francesas, económicas y masónicas, sin saber qué rumbo tomar.
Las teorías de José León Suárez no eran compartidas por los defensores de tantas otras suposiciones.
En 1940 comenzó a hacer oír una nueva interpretación el argentino Enrique de Gandía.
A su entender, ninguna de las teorías conocidas estaban en condiciones de explicar satisfactoriamente la génesis de los acontecimientos.
La verdad es, según él, muy distinta y fácil de comprender.
La familia real española estaba deshecha por sus disputas internas, originadas por la rivalidad que existía entre la política de Manuel Godoy y las aspiraciones del heredero al trono, el joven Fernando VII.
El emperador Napoleón se aprovechó de esta división para su beneficio, atrayéndose a las dos partes y usurpando luego el trono de España para dárselo a su hermano José.
El pueblo español primero se libró de Manuel Godoy, el "Príncipe de la Paz", por medio del motín de Aranjuez, en marzo de 1809 y en seguida se levantó contra los franceses, en Madrid, el 2 de mayo de ese mismo año.
Y España, sin rey ni autoridades, comenzó a gobernarse por sí misma. En cada ciudad se formó una junta popular que regía los destinos de la comunidad.
Era evidente que el poder de los reyes quedaba desbordado por un pueblo que ansiaba liberarse no sólo de los franceses, sino de la secuela fatídica de los borbones.
Las juntas se levantaban sobre el principio de los derechos naturales del hombre.
Los hombres son libres e iguales.
Santo Tomás ha enseñado que Dios da el poder a los hombres cuando se reúnen en sociedad y que éstos pasan una parte de ese poder a un gobernante, hasta que se lo retiran si el gobierno no cumple sus mandatos.
Sobre este principio se gobernó el pueblo español en su lucha contra los franceses.
América recibió emisarios españoles que inducían a las principales ciudades a crear juntas como en España.
Esto se conjugaba con la creciente necesidad de las colonias de liberarse de esa avasallante situación caótica que imponía sus reales en el comercio, en las actividades ecónomicas internas y en todas las manifestaciones de vida activa.
Así es como se intentó crear algunas juntas, pero los gobernadores y virreyes, que no querían perder sus empleos, no las aceptaron sino hasta muy tarde, cuando la Junta Central ya gobernaba a nombre de Fernando VII (imagen).
La primera junta de este tipo en América fue instalada en Montevideo, por Martín de Alzaga, en 1808.
Es interesante consignar que Alzaga, destacado combatiente contra las invasiones inglesas a Buenos Aires y síndico de esa ciudad, fue condenado por su actividad realista después de la instalación del Primer Gobierno Patrio.
La instalación de juntas gubernativas en América se aceleró con la noticia de la caída de la Junta Central que obedecía a Fernando VII.
El 19 de abril de 1810 se creó la Junta de Caracas y el 25 de mayo la Junta de Buenos Aires, luego de una fallida junta organizada por el mismo virrey Cisneros con el objeto de detener las pretensiones patriotas de gobierno propio. La creación de las Juntas en América, según Gandía, no fue una solución definitiva.
Habían seguido el ejemplo de España, es cierto, pero muchos políticos querían seguir el ejemplo diferente: la obediencia a un Consejo de Regencia que se había instalado en Cádiz.
Este consejo, ilegal, formado por su propia voluntad, sin el voto de los españoles ni de los americanos ni el conocimiento de Fernando VII, pretendía mandar sobre toda América.
Para ello aseguraba a las autoridades existentes que las mantendría en sus puestos.
Es lógico que se apresurasen a reconocerlo y obedecerlo y se entablase, por tanto y en seguida, una lucha feroz entre los partidarios de las Juntas populares y los defensores del Consejo de Regencia.
El historiador Gandía ha señalado y destacado estos hechos como factores que presentan la antiguamente llamada revolución americana como una perfecta guerra civil.
No hubo, según él, revolución en América en contra de España ni de Fernando VII.
En todas las ciudades en donde se suspendió o echó a los virreyes fue por el odio que todos, españoles y criollos, tomaron hacia la situación existente en el gobierno español, en su dinastía real y a las arbitrariedades que dichos factores provocaban.
Al mismo tiempo, al aclamar en todas partes a Fernando VII, se afirmaba la esperanza de conseguir una situación apta para el desenvolvimiento liberal de todos los territorios del tambaleante imperio español.
Hay historiadores que creen en una posible "máscara de Fernando VII", es decir, en una simulación de innumerables políticos y todos los pueblos de América, que habrían proclamado su fidelidad a Fernando y habrían deseado, secretamente, la instauración de un sistema de gobierno independiente.
Es evidente que ha habido ciertos americanos que en ello confiaban y perseveraban.
El ejemplo de Mariano Moreno en el Río de la Plata es aleccionador. Pero en su conjunto, las condiciones para la independización total de los pueblos americanos de la dominación española aún no estaban a punto y por ello es que se produjeron tantas vacilaciones, incertidumbres y fracasos en las medias tintas del primer período independendista que podemos hacer extender, generalizando, hasta 1816.
Por esta razón, los partidarios de la escuela "simulacionista" son cada día menos.
La independencia, según la tesis que ellos refutan, llegó cuando los americanos comprendieron que Fernando VII, de regreso al trono, en 1814, no quería permitir un sistema constitucional, ni una forma democrática de gobierno, aún dentro de una monarquía, ni un "status" conveniente para los pueblos e intereses de las antiguas colonias.
Para vivir con libertad y constitución, como se ansiaba en España y sostenía el partido liberal, se declaró la independencia de toda América, de las "Provincias Unidas de la América del Sud", como consta en el Acta de la Independencia, en la ciudad de Tucumán, el 9 de julio de 1816.
PARA SABER MAS...
Entrevista al historiador Tulio Halperín Donghi:
"La integración latinoamericana desde una perspectiva histórica"
-¿En qué consistía el proyecto de integración sostenido por Bolívar?
Más que una confederación entre los distintos Estados, Bolívar buscaba una alianza permanente, pero-bastante laxa, con un protector externo que debía ser Inglaterra.
Bolívar advirtió que con la independencia de los territorios americanos y el triunfo de los focos revolucionarios se había perdido cierto orden de la época colonial que trató de regenerar.
Fue un momento bastante conservador de su vida.
-¿De qué manera quería lograr esa alianza permanente entre los nuevos Estados?
Bolívar había ganado influencia en una gran región de América. La base de ese poder era el predominio militar a través de ejércitos que le respondían, dirigidos por oficiales llegados de diferentes regiones.
Pero las cúpulas de esos ejércitos terminaron disgregándose, resultaba muy costoso mantenerlas y los jefes querían regresar a sus tierras. De esta manera se debilitó la columna vertebral del proyecto.
-Si avanzamos en la historia ¿cuándo y de qué manera se vuelve a hablar de una política integradora?
Yo mencionaría un movimiento que comenzó a fines del siglo pasado vinculado con lo que, sin ninguna intención peyorativa, se denominaban "los proyectos imperialistas".
A partir de esta idea, las grandes potencias constituían zonas de influencia sobre la base del predominio económico y, a veces, del político.
El sueño de cada nación poderosa era unir toda su zona de influencia con un ferrocarril.
Así, Gran Bretaña tenía un proyecto de tender vías desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo; Alemania, otro de Berlín a Bagdad y en los Estados Unidos se propuso construir vías que atravesaran toda América y llegaran al Cabo de Hornos.
-Más que una integración, esa idea tendía a construir una América liderada por los Estados Unidos.
Sin embargo esa idea encalló de entrada en pos de otra mucho más burocrática: la Unión Panamericana, que tuvo realizaciones modestas pero abrió numerosos puestos de trabajo para diplomáticos.
Esta Unión logró una tarifa de franqueo preferencial para todo el continente.
Pero mientras los Estados Unidos se esforzaban por acentuar su rol, en Latinoamérica nacía una idea de solidaridad frente a su avance, a veces agresivo y violento como lo fue la guerra con España por la isla de Cuba (en 1898).
-Ya en la actualidad, ¿cómo analiza el proceso de integración del Mercosur?
El Mercosur se da como resultado de una necesidad, más que como corolario de una evolución ideológica.
Y comparte una lógica con la iniciativa estadounidense de libre comercio: son proyectos que abren nuevos espacios pero a costa de cerrarse a otras áreas del mundo. Los discursos actuales tienen algo de contradictorio, se habla de la globalización y de la apertura externa pero se potencian ideas que fortalecen los bloques regionales.
Me parece demasiado pronto para que un historiador diga qué va a pasar; por ahora, sólo marco la paradoja.
Extractado del reportaje de Daniel Ulanovsky -Sach. "¿Porqué la América hispana no fue una sola nación?", Clarín, 14/12/97.
Fuente Consultada: Geografía Argentina y del Mercosur Los Territorios en la Economía Globalizada- Editorial AIQUE Polimodal - Blanco-Férnandez-Gurevich
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