Ataque a Afganistan Por EE.UU., Luego del Atentado a las Torres
Guerras del siglo XXI: Ataque a Afganistán
Millones de personas constataron, en las imágenes transmitidas una y otra vez por las cadenas televisoras de todo el mundo, cómo el paisaje arquitectónico de la ciudad de Nueva York, en Estados Unidos, fue transformado para siempre el 11 de septiembre de 2001, cuando dos aviones comerciales secuestrados por terroristas se impactaron contra el símbolo financiero del país: las Torres Gemelas del World Trade Center.
Washington también sufriría daños, cuando otro avión se estrelló directamente contra el emblema del poderío militar estadounidense: el Pentágono.
La opinión pública internacional condenó esos atentados, en los cuales murieron miles de personas.
Se hizo un esfuerzo sobrehumano para rescatar a las víctimas y buscar sobrevivientes, mientras la sociedad norteamericana se preguntaba con temor: “Por qué nos odian?”.
Por su parte, el presidente George W. Bush declaraba desde el avión Air Force One: “que nadie se equivoque, Estados Unidos cazará y castigará a aquellos responsables por estos actos cobardes”.
El sentimiento de invulnerabilidad que tenían tanto el gobierno como el pueblo estadounidenses había desaparecido.
Increíblemente los organismos de inteligencia no fueron capaces de impedir el ataque.
La inseguridad provocó paranoia, xenofobia y racismo.
El miedo se apoderaba de todo el país, en tanto que los cielos se silenciaron con la suspensión de vuelos comerciales; se creó una incertidumbre económica al cerrarse la bolsa de valores de Wall Street.
La administración Bush entonces tomó varías medidas.
Se suspendió el control parlamentario sobre el gobierno, las fuerzas armadas y la CIA.
El Senado aprobó la Ley de Combate al Terrorismo, cuyas disposiciones legales ampliaron la competencia de las autoridades judiciales y ejecutivas en el control de las libertades y los derechos establecido por la Constitución.
Se crearon tribunales secretos para juzgar a presuntos terroristas en procesos sumarios.
Se iniciaron además campañas de desinformación y se controló la libertad de prensa.
Entre las medidas contra el terrorismo, la Oficina de Seguridad Interna aumentó los controles en los aeropuertos, las oficinas postales, las costas y las fronteras, así como en el transporte de material peligroso; además, estrechó la vigilancia sobre comunicaciones electrónicas y teléfonos celulares.
También se investigó sobre el fraude financiero, el contrabando y el lavado de dinero, a la vez que se endurecieron las políticas inmigratorias, y se tomaron medidas contra amenazas biológicas y para dar respuestas rápidas ante emergencias.
El 20 de septiembre, el presidente George. W. Bush declaró lo siguiente en un discurso pronunciado ante su nación y el mundo:
“Están con nosotros o con los terroristas [...] condenamos al régimen talibán [...]
Nuestro enemigo es una red radical de terroristas y todos los gobiernos que la apoyen [...] Somos un país que ha despertado ante el peligro y está llamando a la defensa de la libertad [...]”.
Acusaba a la organización islámica Al-Qaeda y a su líder Osama Bin Laden de ser los autores de los ataques sufridos en Nueva York y Washington. Durante un tiempo prolongado Estados Unidos había considerado como sus “enemigos” al comunismo y al narcotráfico.
Ahora declaraba, en voz de su presidente, a un nuevo ‘enemigo”: el terrorismo islámico.
Se aumentó la cólera de la opinión pública utilizando las cadenas televisivas para satanizar a un enemigo desconocido al que colocaron la etiqueta de “terrorista”.
Las librerías empezaron a llenarse de volúmenes que sugerían un vínculo entre el islam y el terrorismo, con títulos como El islam puesto al desnudo o la amenaza árabe.
A la vez que se aumentaba el gasto para la defensa, el poderío militar crecía y se sustentaba el poder hegemónico: entonces se abrieron las puertas para una invasión.
• ►Invasión a Afganistán:
Estados Unidos, con intereses económicos en esta zona rica en hidrocarburos, apoyaba la construcción de un oleoducto entre Pakistán y Asia Central que atravesara Afganistán.
Al ser invadido el territorio afgano por la Unión Soviética, el gobierno norteamericano, a través de sus servicios de inteligencia (la CIA) y de los servicios de inteligencia de Pakistán (ISI), y con el financiamiento de Arabia Saudita a Osama Bin Laden, abastecieron dinero, armas, municiones y asesores que formaron y entrenaron a la resistencia afgana: los muyahidines (guerreros santos, foto) que lucharon contra los invasores soviéticos.
En 1986, Karmal fue expulsado y en 1988 la Unión Soviética inició la retirada de sus tropas.
Entonces obtuvo la presidencia el profesor Burhanuddin Rabbani.
No obstante, se continuaba la prolongada guerra civil que enfrentaba a facciones bien armadas y con un extremismo religioso, lo cual provocó que cientos de miles de afganos abandonaran el país.
Se calculaba en un millón el número de refugiados en Pakistán.
Los talibanes (muyahidines), estudiantes de las escuelas islámicas instaladas en los campos de refugiados de Pakistán, reaparecieron en 1994, pretendiendo devolver la paz a Afganistán e imponer la sharia o ley islámica al poner fin a la guerra civil, surgida después de 1989 con la retirada soviética.
Tenían una particular interpretación del islam con los intereses de la etnia pashtun mayoritaria en el sur del país.
Se consideran un movimiento reformador que basa su legitimidad en la Guerra Santa, o Jihad; actúan como grupo y no toman decisiones individuales.
Su declaración de propósitos surgió en 1993 en Kandahar.
La tolerancia que había tenido el islam a la diversidad religiosa fue anulada con la guerra que terminó con esta tradición.
Paradójicamente, el islam, que es unificador y no permite el asesinato de otro musulmán ni por razones étnicas ni por sectarismos, se convirtió en una fuerza de división y fragmentación gracias a la interpretación diferente de la Sharia, lo cual provocó enfrentamientos interminables, sobre todo con las etnias del norte del país y con Irán, donde vivían dos millones de refugiados afganos.
Esta interpretación fundamentalista del Islam enseñada por sus maestros (mullahs) fue condenada por muchas organizaciones islamitas, señalando que el orden islámico había sido reducido a un código penal, despojado de su humanismo, de su estética, de sus búsquedas intelectuales y de su devoción espiritual, ya que aquéllos sólo estaban preocupados por el poder, más no por el alma.
En 1996 los talibanes conquistaron Kabul, la capital afgana, iniciándose el gobierno del mullah Mohammad Omar (foto).
Se sostenían gracias al tráfico de la heroína y al cobro de impuestos a los productos de contrabando que atravesaban Afganistán, a la vez que apoyaban movimientos de oposición musulmana en las cinco Repúblicas de Asia Central, contando con el aval de Pakistán y Al-Qaeda, grupo lidereado por Osama Bin Laden.
Pakistán, con enormes reservas de gas y petróleo y con la ambición de convertirse en el punto principal de tránsito de los grandes recursos petroleros y de gas de Asia Central, principalmente de Uzbekistán y Turkmenistán, trató de imponerse como gran potencia, por lo que necesitaba abrir un paso entre el Mar Caspio y el Océano Índico atravesando Afganistán.
De aquí su alianza con los talibanes, con la cual, hasta 1998, Estados Unidos estuvo de acuerdo.
En esa fecha los talibanes conquistaron una amplia zona del norte de su territorio, obligando a sus adversarios a replegarse en una estrecha franja al noreste del país.
Más de 2.300 años pasaron desde que el último occidental conquistó Afganistán: Alejando Magno, quien se enfrentó a los mismos problemas que todos los invasores: clima extremoso, geografía accidentada y habitantes dispuestos a pelear.
Atravesé a pie, y con grandes dificultades, el paso Khaiwak (de 3,600 m de altura) en la montañas Kinda Kush.
Muchos soldados murieron congelados.
Su exitosa estrategia fue hacer alianzas con los líderes de las tribus locales.
Selló su amistad con uno de ellos al casarse con su hija y adoptó sus costumbres.
A Alejandro Magno se le debe la fundación de Kandahar, ahora capital espiritual de los talibanes.
El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, hizo responsables de los ataques sufridos el 11 de septiembre de 2001 a la red islámica Al-Qaeda y a su líder Osama Bin Laden, a quien además se le acusé de otros actos terroristas perpetrados años atrás.
Bush anunció entonces la invasión, con lo cual se inicié un nuevo éxodo de cientos de miles de afganos, que caminaron cientos de kilómetros, entre polvo y ruinas, buscando desesperadamente la forma de escaparse de los horrores de la guerra.
Al mismo tiempo, se arremetía contra la sociedad árabe, acusándola de retraso, de ausencia de democracia y de indiferencia hacia los derechos humanos.
También empezó un trabajo diplomático y de espionaje, por parte de Gran Bretaña, para tratar de aislar al régimen afgano, y evitar así conflictos entre los países árabes conservadores —de donde procedían muchos de los extremistas— y los países árabes moderados.
Arabia Saudita y los Emiratos Árabes rompen relaciones diplomáticas con Afganistán; mientras que a Pakistán se le consideraba como el único mediador, pues aún reconocía al régimen talibán. Rusia y la OTAN apoyaron a Estados Unidos.
Bush exigía a Pakistán el cierre de sus fronteras, la autorización para que fuerzas aéreas estadounidenses utilizaran sus instalaciones militares, la suspensión del abastecimiento y la entrega por parte del ISI de toda la información confidencial sobre Osama Bin Laden.
Una alarmante hambruna se aproximaba sobre el pueblo afgano.
Estados Unidos exigió a Afganistán la entrega de los miembros de Al-Qaeda y de su líder, a lo que el gobierno talibán respondió negativamente.
Dio principio la Operación Libertad Duradera.
Un gran dispositivo militar se desplegó en el área del Golfo Pérsico.
El ejército de Estados Unidos, apoyado por su aliado permanente, Gran Bretaña, utilizó una fuerza que disponía de aviones, flota de buques de guerra y submarinos, bombas de 230 Kg. y misiles Tomahawk (foto) , cuyo costo oscilaba entre 600 mil y un millón 200 mil dólares por unidad. Inició la operación Libertad Duradera el 7 de octubre del 2001.
Un intenso bombardeo cayó sobre los principales objetivos: Kandahar, Kabul y Jallabad.
El secretario de la Defensa Donald Rumsfeld explicaba que el ataque militar, en represalia por los atentados del 11 de septiembre, no fue preparado para causar daño al pueblo afgano y reconocía que no había blancos de “gran valor” en Afganistán, ya que este país carecía de ejércitos, y de fuerzas aérea y marina.
Osama Bin Laden, en un video transmitido por la televisora árabe Al Jazeera, al iniciarse los bombardeos negó su participación en los atentados del 11 de septiembre, y declaró:
América [Estados Unidos] prueba ahora sólo una copia de los que nosotros hemos probado. Nuestra nación islámica ha estado probando lo mismo durante más de 80 años de humillación y desgracia; sus hijos han sido asesinados y su sangre ha sido derramada, sus lugares santos profanados [..]
Un millón de niños inocentes mueren ahora mismo, asesinados en Irak, sin pena alguna [...]
Nunca escuchamos ninguna condena [...]
cada día vemos a los tanques israelíes yendo a Jenin, Ramallah, Beith Jalla y otros lugares de islam. Y no oímos a nadie levantar la voz [...]
Juro por Alá que América no vivirá en paz antes de que reine la paz en Palestina y antes de que todo el ejército de infieles abandone la tierra de Mamad [...]
Alá es grande. Gloria para el Islam.
Después de semanas de prolongados bombardeos, con un saldo de miles de muertos y un millón de nuevos refugiados, hambre, angustia y destrucción, la Alianza del Norte, formada por una coalición de etnias opositoras a los talibanes, tomó Kabul el 13 de noviembre del 2001 con el apoyo de Estados Unidos.
Se puso precio a la cabeza de Osama Bin Laden: 25 millones de dólares.
Sin embargo, han pasado más de dos años y aún no ha sido encontrado, ni se le ha podido comprobar fehacientemente la autoría de los atentados del 11 de septiembre.
El presidente de Afganistán en el exilio, Burhanuddin Rabbani, reconocido por la ONU, regresó a Kabul prometiendo la instauración de un gobierno de amplia base étnica.
El presidente Bush, por su parte, en un discurso pronunciado en enero del 2002 ante el congreso de su país, dijo a los estadounidenses que se prepararan para combatir a los terroristas, y se refirió a la existencia de un “eje del mal” formado por Irak, Irán y Corea del Norte.
Agregó que confiaran “en el amoroso Dios que está detrás de toda la vida y toda la historia [...]
La libertad que nosotros valoramos no es el regalo de América al mundo: es el regalo de Dios a la humanidad [...]”.
Se sustentaba así el poder militar. Otra invasión se preparaba.
Fuente Consultada: Historia Universal Gomez Navarro-Gragari-Gonzalez-Lopez-Pastoriza-Portuondo
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