Ataque a Irak por EE.UU.-Origen del Conflicto Bush-Sadam Husseim
Ataque a Irak por EE.UU.-Origen del Conflicto Bush-Sadam Husseim
ANTECEDENTES HISTÓRICOS: La historia reciente de Irán ha estado marcada en gran medida por la injerencia extranjera.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la ubicación estratégica de la antigua Persia -centro neurálgico del tránsito petrolero en el golfo Pérsico y puerta de entrada a las repúblicas asiáticas de la URSS- llevaron a Gran Bretaña y la Unión Soviética a interferir en la soberanía del país, temerosas de que éste pudiera caer en la órbita nazi.
El sha Reza Mirza fue obligado a abdicar en favor de su hijo Muhammad Reza Pahlevi, más receptivo a los intereses aliados.
A inicios de la década de los 50, el intento del primer ministro Mossadeg de nacionalizar la industria del crudo chocó con los intereses de las grandes compañías petroleras estadounidenses y británicas.
Esas veleidades fueron cortadas de raíz por los servicios secretos occidentales, que orquestaron un golpe de Estado contra el gobierno de Mossadeg para restaurar en el trono a Reza Pahlevi, exiliado de Irán durante ese breve período nacionalista (1951-1953).
Hacia finales de la década 1980, Irán había nacionalizado gran parte de su petróleo bajo el gobierno prooccidental de Muhammed Reza Pahlevi (foto), que mantenía nexos con Estados Unidos.
Esto dio lugar a una confusión moral y a la pérdida de la identidad cultural.
En 1979 tomó el poder el ayatollah Jomeini y trató de volver a los principios establecidos por el islam, en tanto que se revivieron viejas disputas con Irak, gobernado por Saddam Hussein, quien buscaba retomar el liderazgo de la región apoyado por Arabia Saudita y Kuwait.
En 1980 el ejército iraquí penetró en Irán. Después de años de lucha, el cese al fuego se firmó en 1988.
Ataque a Irak por EEUU: la etapa de las guerras preventivas.
“En lugar de asentar el nuevo orden mundial, como hasta ahora habían hecho las tres administraciones anteriores, sobre las guerras defensivas, las guerras humanitarias y la hegemonía, se pasa de hecho a legitimar las dos proposiciones; la mejor defensa es el ataque y no debemos dejar a nuestros enemigos pegar primero (…) El nuevo orden mundial es el cruce entreradicalismo y tecnología lo que se convierte en un peligro letal que debe ser combatido antes de que ambos se conjuguen.” Bernat Riutort Serra.[1]
[1] Bernat Riutort Serra. Conflictos bélicos y nuevo orden mundial. Icaria. Barcelona. 2004.
Los años noventa han hecho evidentes los nuevos males: los estados gamberros y el terrorismo, que con la ayuda de la tecnología ponen en peligro la seguridad de los EEUU y el mundo entero.
De esta manera, Iraq es considerado un estado perverso que los EEUU deben combatir a través de las guerras preventivas.
Así es como los EEUU legitimaron los ataques a Iraq, encubriendo los verdaderos objetivos de la guerra desatada contra ese país.
La historia de Iraq demuestra los giros y vaivenes de una lucha permanente que se produce en una zona económica y políticamente crucial después de la crisis de 1973.
En este sentido, el enfrentamiento en la década del 80 con Irán es la antesala de la intervención norteamericana. Irán había nacionalizado gran parte de su petróleo bajo el gobierno pro-occidental de Muhammed Reza Pahlevi (foto), que mantenía nexos con Estados Unidos.
Esto dio lugar a una confusión moral y a la pérdida de la identidad cultural, ya que estos países organizaban su vida social y cultural en torno al Islam.
Sin embargo, en 1979 tomó el poder el ayatollah Jomeini y trató de volver a los principios establecidos por el islam. Sumado a ello, se revivieron viejas disputas con Irak, gobernado por Saddam Hussein, quien buscaba retomar el liderazgo de la región apoyado por Arabia Saudita y Kuwait.
En 1980 el ejército iraquí penetró en Irán. Después de años de lucha, el cese al fuego se firmó en 1988.
La década del 90 aglutinó una serie de conflictos en el cercano y medio oriente en torno al mercado del petróleo.
En este sentido, frente a la baja del precio de este recurso, países como Iraq, Irán y Argelia propusieron una baja en la producción de petróleo, para que de esta manera, se incrementara su precio.
Sin embargo, en 1991 los precios internacionales del petróleo se derrumbaron debido a que Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes no cumplieron con los acuerdos de reducir la producción de petróleo, firmados con la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo).
Este tipo de contradicciones produjeron conflictos entre los países que trataban de frenar la caída del precio del petróleo y aquellos que no adoptaban esta política.
De esta manera, Irak frente al incumplimiento del acuerdo, endeudada y deteriorada por los años de guerra entablados contra Irán, decidió invadir Kuwait.
Cabe destacar que Irak es la segunda potencia militar en la zona después de Israel, lo que le permitió a Saddam Hussein llevar a cabo la envestida.
Incluso, Hussein había advertido del giro expansionista de EE.UU. luego de la desintegración de la URSS, señalando además la complicidad de Israel con la potencia hegemónica.
EE.UU. con su política de afianzar sus intereses económicos y su posición geoestratégica en la zona, intervino en los diversos conflictos apoyando a Kuwait y ordenó un embargo económico.
Así, se congelaron los bienes y las propiedades iraquíes.
Claramente, aquí comienzan a esbozarse los antecedentes de las guerras preventivas que se desarrollarán desde la década del 90 en adelante, que caracterizarán al nuevo orden mundial, presidido por la hegemonía norteamericana.
Pronto se conformo una fuerza multinacional que en 1991, dio lugar a la Operación Tormenta del Desiertocontra Irak.
Esta intervención se realizó con una técnica militar avanzada y con el uso de computadoras que coordinaran los planes de ataques “quirúrgicos”.
A finales de febrero Irak se rindió y aceptó las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Con la derrota de Hussein, Israel se consolidó como la única potencia militar en esa zona petrolera; mientras que Estados Unidos se erigió como garante y líder del nuevo orden mundial, a la vez que buscaba lograr un acercamiento entre árabes e israelíes, para lograr un equilibrio en esta región.
En los años posteriores Irak sería bombardeado en diversas ocasiones por las fuerzas estadounidenses, apoyadas por Gran Bretaña, pues se le acusaba de incumplir con las resoluciones de la ONU al no permitir la inspección para detectar y destruir todas las armas prohibidas.
El Pentágono mantuvo un silencio casi total sobre el desarrollo de las operaciones y el número de víctimas.
Uno de los ataque más fuertes ocurrió bajo la presidencia de Bill Clinton (foto) , cuando más de 280 misiles del tipo Tomahawk fueron disparados sobre territorio iraquí en diciembre de 1998.
En el año 2000, después de un dudoso triunfo electoral, George W. Bush asumió la presidencia de Estados Unidos.
Había una gran expectativa internacional, pues se le consideraba un mandatario con ideas bélicas.
En 2001 invadió Afganistán como represalia a los ataques sufridos en septiembre de 2001. Posteriormente anunció que se castigaría a países como Irán, Irak y Corea del Norte, para evitar nuevos actos terroristas.
A principios de 2002 anunció ante el congreso la necesidad de prevenir que los regímenes que respaldaran el terror amenazaran con armas de destrucción masiva a Estados Unidos o a sus aliados, por lo que deberían ser castigados por representar una amenaza a la paz.
Según Bush, se corría el peligro de que proporcionaran armas a los terroristas que se entrenaban en campamentos como los de Hamas, Hezbollah o la Jihad Islámica.
El vicepresidente Dick Cheney declaraba que no había duda de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva.
Ante las versiones de una posible intervención militar en Irak, se iniciaron las protestas. Francia declaró que existía una amenaza por un nuevo simplismo consistente en reducir todo a la guerra contra el terrorismo y que Estados Unidos tenía la inclinación a tratar asuntos globales unilateral-mente, sin consultar a nadie.
La Unión Europea, por su parte, llamó a Irak a permitir el regreso de los inspectores de armas de la ONU.
El primer ministro alemán Gerard Schroeder y el presidente francés Jacques Chirac anunciaron que no participarían en una invasión y que el problema debería ser resuelto por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El primer Ministro de Gran Bretaña, Tony Blair (foto), declaró que estaba listo para apoyar a Estados Unidos y se reunió con el presidente Bush en Campo David.
El 13 septiembre del 2002, ante la Asamblea General de la ONU, Blair volvió a acusar a Irak de respaldar a organizaciones terroristas.
En su declaración lo apoyó el presidente de España, José María Aznar (foto).
Irak, presionado, aceptó la inspección de la ONU. El 20 de septiembre, Bush anunció una nueva estrategia de seguridad nacional, indicando que no eran suficientes las estrategias de disuasión y que, de ser necesario, atacaría preventivamente, ya que su poderío militar se mantendría más allá de cualquier reto.
Tony Blair defendía la información proporcionada por la inteligencia británica, en el sentido de que Irak había desarrollado armas químicas y biológicas y que las ocultaba a los inspectores.
En enero de 2003 Estados Unidos y Gran Bretaña empezaron el desplazamiento de tropas y armamento al Golfo Pérsico, en tanto que Bagdad permitía que se interrogara a sus científicos.
En febrero, Collin PoweIl, secretario de Estado norteamericano, acusó nuevamente a Irak de ocultar armas, de mantener vínculos con Al-Qaeda y de burlar a los inspectores de la ONU, quienes aún no habían encontrado tales armas.
El 24 de febrero, Estados Unidos, Gran Bretaña y España presentaron un proyecto de resolución que abría las puertas al ataque militar.
Se avecinaba la guerra otra vez, como hacía 10 años, contra una dictadura del Tercer Mundo ya devastada.
Empezaron el temor y la incertidumbre, por lo que cientos de miles de personas trataron de huir buscando un lugar fuera de Irak donde refugiarse, dejando sus casas, sus recuerdos, sus vidas.
Las embajadas quedaron vacías, los diplomáticos abandonaron el país, y los iraquíes se fueron quedando solos.
Solamente persistió algo de la solidaridad humana, demostrada en el esfuerzo de los “escudos humanos”, quienes caminaban por las calles de Bagdad gritando “No a la guerra”.
Las lejanas voces de miles de intelectuales de todo el mundo y la de millones de personas en muchos países, incluyendo el mismo Estados Unidos, se manifestaban desesperadamente tratando de detener la invasión.
El 17 de marzo, Francia, Rusia, Alemania y China, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, se negaron a autorizar el uso de la fuerza militar.
El gobierno de Estados Unidos, por su parte, decidió actuar unilateral e ilegalmente y dio a Hussein 48 horas para abandonar Irak. El 19 de marzo del 2003, el presidente George ‘A’.
Bush hizo la declaración de guerra y concluyó diciendo: “Que Dios bendiga a nuestro país y a todos quienes lo defienden”.
Una coalición de 2 50,000 soldados se encontraba en el Golfo Pérsico con la más avanzada tecnología militar que el mundo hubiera conocido.
En el nombre de Dios, el presidente de Estados Unidos autorizó el ataque que dio principio el 20 de marzo.
Los dos primeros días, una lluvia de tres mil misiles se abatió sobre Irak, en tanto que bombas norteamericanas cayeron sobre las oficinas de las televisoras árabes Al-Jazeera, y AbuDhabi y sobre el Hotel Palestina, donde se hospedaban periodistas de todo el mundo.
Por las calles y ciudades árabes se sembraron pánico, hambre, muerte, así como destrucción de casas, de edificios y del invaluable patrimonio cultural de uno de los pueblos más adelantados del mundo antiguo, donde nació la escritura. Los hospitales y los médicos resultaron insuficientes para atender a tantos heridos.
Multitudinarias manifestaciones de protesta seguían dándose en muchos países.
El reportero Robert Fisk expresaba: “Lo que cayó esta noche en Irak y yo sólo presencié una pequeña parte de este festival de violencia— fue tan asombroso en términos militares como aterrador en términos políticos. Las multitudes que se arracimaban afuera de mi hotel miraban el resplandor de los estallidos, pasmadas por su poderío”.
Después del inclemente bombardeo sufrido por días enteros, el 9 de abril los tanques estadounidenses, rodando sobre los doce puentes del Río Tigris, entraron sobre la mítica Bagdad.
Principió entonces el saqueo de museos, centros de arte y edificios públicos.
Nadie ponía orden. Saddam Hussein (foto) huyó.
Sin embargo, Irak quedó herido en sus estructuras vitales y en su cultura milenaria.
La cuenta de muertes fue de alrededor de 14,000 personas entre civiles ‘y militares.
El pentágono guardó silencio.
Se estableció un gobierno interino, donde el partido Baaz quedó disuelto y se nombró a un poder transitorio de 25 miembros de mayoría chiíta, con la facultad para redactar una nueva Constitución y, en un futuro, llamar a elecciones.
A pesar de la alegría de Bush y Blair, quienes pensaban que habían liberado al pueblo de Irak de un tirano, la tragedia continuo.
Sin embargo, para 2004 la muerte y la destrucción aún no terminaban.
Los iraquíes iniciaron protestas, atentados impredecibles y ataques suicidas que provocaron la muerte tanto de civiles como de soldados de las tropas de ocupación.
Bush solicitó la ayuda internacional para la reconstrucción de Irak.
Empresas y gobiernos tratarían de obtener los jugosos contratos para formar un nuevo ejercito iraquí, así como para la reconstrucción de caminos, redes de agua, electricidad y, sobre todo, del sector energético.
A grupos de empresarios privados también se les confiaría lo demás, desde la publicación de libros de texto, la redacción de la Constitución y la reorganización de la vida política, hasta la reestructuración de la industria petrolera.
El 13 de diciembre del 2003, Saddam Hussein fue encontrado en su refugio cerca de su natal Tikrit.
Se prometió llevarlo a juicio.
No se encontraron las supuestas armas de destrucción masiva, aunque Estados Unidos sí se consolidó como la potencia militar hegemónica.
Fuente Consultada: Historia Universal Gomez Navarro-Gragari-Gonzalez-Lopez-Pastoriza-Portuondo
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