Organizacion de la Agricultura Inca y las Tierras de Cultivo
Organización de la Agricultura Inca y Tierras: Ayllu:Unidad Social
Las comunidades agrarias o «ayllu», constituyen el fundamento de todas las civilizaciones del altiplano andino.
Forman el vínculo entre el hombre y la tierra.
Es muy verosímil que esos grupos de origen totémico, hayan sido en un principio puramente consanguíneos y luego, gradualmente y en considerable proporción, se hayan convertido
en territoriales.
Es importante establecer es que el «ayllu» fue la célula social del Perú precolombiano porque colectivamente fue propietario de la tierra.
No hay en ello nada de original: en un gran número de pueblos mediterráneos la propiedad territorial colectiva del grupo, ha existido y existe todavía hoy.
Tanto aquí como del otro lado del océano Atlántico, los bienes de las comunidades agrarias se dividían en tres categorías: los poseídos y explotados en común (tierras de travesía y bosques), los poseídos en común y repartidos periódicamente (tierras de cultivo), y los que eran objeto de una propiedad individual (casa, cercado y muebles).
¿Qué hicieron los Incas en presencia de esa institución? Como hábiles políticos que eran, cuidaron de no destruirla y se impusieron simplemente como copartícipes.
Para darnos cuenta de su acción, tornemos algunos de los últimos conquistadores incas: Pachakutek, Tupak Yupanki o Huayna Kapak, y sigámosles por las provincias que acaban de someter a su dominio.
Como el suelo era generalmente poco fértil, el primer cuidado del monarca, después de dar libertad a los prisioneros y celebrar grandes fiestas fraternizando con los vencidos, consistía en reunir las poblaciones; luego se ocupaba de acrecentar la producción, tanto por la extensión como por la intensificación de los cultivos.
De la agronomía de los Andes, tanto en sus vertientes occidentales como en las orientales, destaca la construcción de varios cientos de miles de hectáreas de andenes o terrazas de cultivo de dos tipos.
El primero está constituido por rocas terraplenadas pero sin terraza de contorno, con un terreno inclinado dispuesto a lo largo de una ladera sin agua de riego. El segundo consiste en muros de represamiento de contorno y con riego, como las terrazas de Pisac (arriba)
La extensión se lograba mediante la construcción de esos «andenes» o «sukre», terrazas en gradería que los Incas no inventaron pero que multiplicaron sobre los contrafuertes de la cordillera. Sus vestigios pueden verse todavía en diversas regiones de los Andes.
Esas terrazas se regaban por medio de canales cavados en la roca, que pasaban por túneles o cruzaban los valles sobre acueductos: trabajo gigantesco si se piensa que para efectuarlo, no disponían los indios ni de carros, ni de animales domésticos, salvo la llama, de poca utilidad, y que no conocían en materia de herramientas, sino el martillo de piedra, el hacha de cobre y el cincel de bronce.
El agua, traída de esta manera, se distribuía conforme a reglas muy precisas que recuerdan las de las comunidades de agua de la huerta de Valencia y Murcia.
En cuanto a la intensificación del cultivo, puede decirse que era una consecuencia de la política de los abonos.
Las islas Chibchas, donde se encuentran los famosos «guanos», eran compartidas por diferentes provincias del imperio, de manera que cada una de ellas se aseguraba el derecho de disponer de una importante cantidad de ese famoso estiércol de ave. Estaba prohibido, bajo pena de muerte, matar los volátiles y aun molestarlos en tiempo de postura.
Tenemos pues el territorio cultivable aumentado y acrecido su rendimiento.
Entonces los prácticos venidos de Cuzco, reemplazaban a los ingenieros, procediendo al deslinde de los territorios afectados a las diferentes comunidades, daban nombres a los relieves del suelo o confirmaban los nombres existentes y por fin efectuaban la repartición de las tierras, operación que los autores modernos no han comprendido muy bien al parecer, por lo que hemos de insistir sobre ella.
A nuestro juicio, la partición se efectuaba de la manera siguiente:
Calculaban los peritos en cada región la superficie necesaria para un hombre casado y sin hijos, que le permitiera vivir; la unidad así determinada se llamaba «tapa»; era variable según los lugares y es improcedente definirla por una cifra, como algunos autores han tratado de hacerlo.
Esta unidad se multiplicaba por el número de los miembros de la comunidad, a razón de un «tupu» por cada jefe de familia, de un «tupu» igualmente por cada hijo, y de un medio «tupu» por hija; los funcionarios dividían en seguida el total obtenido, entre el Sol, es decir la Religión, y el Inca, es decir el Estado.
Esta segunda partición se llevaba a cabo, según parece, teniendo en cuenta ciertas circunstancias: en las proximidades de un templo o de un lugar de peregrinación la Religión obtenía una parte superior a la del Inca, y éste, por el contrario, salía favorecido en los alrededores de las grandes ciudades.
Quedaba por hacer una última partición, pero solamente de usufructo, la de las tierras de la comunidad, por «tupu», entre los jefes de familia.
La administración imperial no tenía nada que ver en esa partición, que era obra de la comunidad misma y que se renovaba cada año.
Decimos cada año, porque los cronistas son muy claros sobre ese punto, y es un error imaginar, como lo hace el historiador Prescott, que el adquirente de la tierra al cabo de un año venía a ser propietario vitalicio.
En el orden cronológico, las primeras tierras cultivadas eran sin duda alguna las del Sol, y las cosechas obtenidas se reservaban para el culto, es decir para los sacrificios y para la alimentación de los sacerdotes, pero únicamente durante el tiempo en que éstos oficiaban en los templos, servicio que se regulaba con alternación.
El orden de cultivo de las otras tierras no lo conocemos con certeza, porque consideramos dudoso el que indica Garcilaso, objetado formalmente por Ondegardo.
Digamos solamente que además de las tierras del Sol, y las suyas propias, los indios cultivaban las tierras del Inca, de los jefes militares, de los altos funcionarios y la de los incapaces, es decir de las viudas, huérfanos, enfermos, ciegos, inválidos, soldados en servicio.
Estas tierras estaban a cargo de ciertos indios, designados al efecto en cada ciudad.
Esa labor, por otra parte, se asemejaba con frecuencia a un juego de regocijo, especialmente cuando se trataba de las tierras del soberano, porque entonces se realizaba con trajes de fiesta, entre danzas y cantos.
Empero, el carácter primitivo de los instrumentos agrícolas la hacía muy penosa; el labrador sólo disponía de una «taklla», especie de pala de madera que hundía en el suelo apoyando el pie sobre unos palos en cruz, fijados al mango en su parte inferior.
Las mujeres y las mozas rompían los terrones con las manos o con un martillo de piedra.
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