La Educación Pública en Buenos Aires Colonial
Primeras Escuelas en Buenos Aires Colonial Educación Pública
Saber leer y escribir era en la época colonial un privilegio del que gozaba una pequeña minoría de la población, ya que había muy pocos colegios, la enseñanza se pagaba y las familias de recursos suficientes como para contratar un maestro particular tampoco abundaban.
La primera escuela que conoció Buenos Aires fue fundada en 1605 por Francisco de Vitoria, que recibió el apoyo de Hernandarias de Saavedra y la anuencia de las autoridades, Don Francisco cobraba dos pesos mensuales por enseñar a escribir y un peso por iniciar a sus alumnos en los senderos de la lectura.
A pesar de que con posterioridad el Cabildo autorizó a varias personas a impartir enseñanza fijándoles la suma que debían cobrar por sus servicios, el primer colegio estable que tuvo la ciudad fue el que fundó en 1622 la Compañía de Jesús en el convento de San Ignacio.
En realidad, casi todas las escuelas importantes de esa época fueron obra de los jesuítas, y a ello se debió que la enseñanza se perjudicara cuando la Corona expulsó de España y sus colonias a la Compañía en 1767.
Cuatro años y algunos meses después de la expulsión, el entonces gobernador Vértiz consultó a los cabildos eclesiástico y seculai sobre el destino que se daría al dinero y a los edificios confiscados, a la orden jesuítica.
Asimismo, inquiría acerca de "los medios do establecer escuelas y estudio, generales para la enseñanza y educación de la juventud".
Se le respondió que debían crearse un internado y una universidad, proyecto que desde entonces ocupó a don Manuel de Basavilbaso, procurador general de la ciudad, quien debía formular el plan de estudios, estimar el costo anual de las tan educativas y otros pormenores relacionados con la proyectada universidad.
Según su parecer, era necesario nombrar un preceptor de gramática, otro de "mínimos" (alumnos principiantes de gramática) y dos maestros de filosofía, y establecer cátedras de teología escolástica, teología dogmática, teologia moral, derecho canónico, de recho civil y derecho de Castilla, entre otras.
En la nómina brillaban por su ausencia las ciencias exactas, pero es bastante comprensible; ya que programas, materias y presupuestos debían ser aprobados por la Corona española, y si algo caracterizaba la educación en la península ibérica era el énfasis dado a las disciplinas teologales y la escasa atención dispensada a las tiendas naturales.
De todos modos, había clara conciencia de la necesidad de difundir los conocimientos científicos, y esto se trasluce en el informe elevado al gobernador: se recalcaba en él la conveniencia de que los hijos de Buenos Aires y otras comarcas del futuro virreinato tuvieran oportunidad de aprender al menos rudimentos de matemática, geometría « náutica, "ciencias que prescriben al hombre reglas para arribar al grado de ser útil en los combates y para vencer con el arte las resistencias de la naturaleza".
Pero la aspiración porteña de temer una universidad quedó trunca; a pesar de que en 1778 se dictó una real orden que disponía su creación, el marqués de Loreto, sucesor de Vértiz, no la cumplió y el proyecto quedó paralizado.
El principal establecimiento educativo de la ciudad siguió siendo por argos años el Real Colegio de San Carlos, fundado el 3 de noviembre de 1783 merced al apoyo entusiasta del virrey Vértiz.
Contaba con cátedras de latinidad, filosofía y eología, y aunque el nivel de la enseñanza era excelente, para obtener un doctorado en derecho o para ordenarse sacerdote era preciso viajar a Santiago de Chile, charcas —en lo que es hoy Bolina— o Córdoba, en cuya universidad se autorizó la enseñanza del Berecho sólo en 1796.
La de Buenos Aires, por su parte, durmió en-fcarpetada en los despachos del gobierno hasta mayo de 1819, cuando Juan Martín de Pueyrredón envió al Congreso Constituyente un proyecto de creación de la universidad, que fue aprobado de inmediato.
Como por esos días las tempestades políticas barrían el país de un extremo al otro, y la inestabilidad de las autoridades dificultaba todas las tareas, el nacimiento de la institución demoró casi dos años más. Se concretó recién el 14 de febrero de 1821, cuando el presbítero Antonio Sáenz comunicó a las autoridades que, en virtud de los poderes conferidos a su persona en 1816, había negociado un concordato con el obispado para la creación de esa casa de altos estudios.
Sáenz —cuya gestión fructificó muy pronto— acompañaba su notificación con un reglamento universitario provisional.
El gobierno lo autorizó a formar la "corporar ción" de acuerdo con esas reglas y a encarar la creación de los distintos departamentos universitarios.
En el plan de Sáenz se proyectaban los departamentos (luego llamados facultades) de ciencias sagradas, jurisprudencia, medicina, matemáticas y estudios preparatorios.
Su capacidad y el esfuerzo que desplegó en todo momento le valieron ser nombrado rector del flamante establecimiento, inaugurado el 12 de agosto de 1821 con un acto celebrado en el templo de San Ignacio.
La crónica de la ceremonia fue relatada prolijamente por el periódico Argos, que en su edición del 18 de agosto dijo:
"El pueblo se hallaba verdaderamente exaltado de alegría, y ha dado a conocer hasta qué grado es entusiasta por las letras". Se concretaron así una aspiración en la que el sacerdote había estado, curiosamente, acompañado por un político liberal: Bernardino Rivadavia.
Fuente Consultada:
Hombres y Hechos de la República Argentina Editorial Abril