Satrapías:Organización Política y Económica de los Persas
Satrapías:Organización Política y Económica de los Persas
El Imperio, que englobaba innumerables razas y viejas civilizaciones, como las de Egipto y Babilonia, no podía ser unificado; las divisiones correspondían, en términos generales, a las fronteras étnicas y lingüísticas.
La base administrativa era la satrapía (había una treintena de ellas), vasto territorio colocado bajo la autoridad de un alto funcionario, el sátrapa, elegido entre los miembros de las familias nobles próximas al soberano, y, para las más importantes, entre las emparentadas con la familia real.
Era un verdadero virrey, que disponía de una guardia y de una corte, que vigilaba la administración de la justicia y el desenvolvimiento de las finanzas, y que podía tomar iniciativas en política exterior.
Por esta causa, temiendo las veleidades de independencia o autonomía, Darío nombró junto a ellos a un jefe militar, que mandaba las tropas locales y sólo dependía del poder central.
Como precaución suplementaria, fue colocado junto al sátrapa un secretario real, que no dependía de él.
Por último, Darío implantó en las provincias un sistema de inspección.
En todo momento, los inspectores, "ojos y oídos del rey", podían llegar a las metrópolis provinciales, e intervenir en la gestión de los sátrapas.
Cada provincia tenía su cuerpo de funcionarios, asalariados por el gobierno provincial, prácticamente inamovibles, y destinados a asegurar la continuidad administrativa durante los cambios de gobernador o aun de soberano.
Los sátrapas estaban encargados de la vigilancia de la provincia y del cobro de los impuestos.
Las regiones debían ingresar, cada año, en el tesoro real un tributo o impuesto, fijado de antemano, en plata o en especie.
Caldea y Asiría debían aportar 1.000 talentos de plata; Caria y Jonia, 450; Lidia, 500; Egipto, 700. Según Herodoro, la satrapía de la India del norte entregaba cerca de 15.000 talentos.
Todas juntas podían aportara las arcas reales una suma fabulosa para aquella época, que era pobre en moneda; esto nos ayuda a comprender bastante bien de qué medios de persuasión dispusieron los persas en sus intrigas con las ciudades griegas, y en qué consistía la herencia que caería en manos de Alejandro.
Babilonia suministraba, además, 500 eunucos, y Cilicia, 360 caballos blancos.
Imitando el ejemplo de Lidia, los soberanos persas acuñaron piezas de oro, los dáriocs, y de plata.
Pero su número continuaba siendo insuficiente, pues el gobierno prefería acumular sus preciosas reservas bajo forma de lingotes.
Por esta causa, el cambio subsistía como medio de canje, y el grano seguía sirviendo de patrón en Mesopotamia y en Egipto.
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Satrapía, provincia o región gobernada por un sátrapa (‘protector del reino’) en la antigua Persia, es decir, por un representante de los poderes administrativos, judiciales y militares del rey.
Creadas por Ciro II el Grande en el siglo VI a.C., las satrapías tenían por objeto unificar administrativamente las regiones conquistadas por los persas. En cada una, el sátrapa representaba la autoridad suprema en materia judicial; se encargaba de los impuestos y aseguraba la defensa con un ejército permanente.
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EL ARAMEO, LENGUA INTERNACIONAL
Hasta Darío, el persa no era una lengua escrita.
Por eso, se emplearon los caracteres cuneiformes.
A ello se debió en gran parte que el alemán Grótefen, que fue el primero en descifrarlos, aclarara el misterio, gracias a las inscripciones de Persépolis.
Pero la escritura cuneiforme, que exigía el empleo de tablillas de arcilla grabadas, era de uso incómodo, y el arameo, lengua práctica de los comerciantes internacionales, fue empleado para la correspondencia administrativa.
Los despachos de las satrapías traducían después los textos a las lenguas locales.
La correspondencia con los sátrapas y los decretos reales eran transmitidos por todo el Imperio, en mensajes especiales.
A imitación del ejemplo asirio, una variada serie de "rutas reales" unía las residencias del soberano con las satrapías, como la gran ruta de Susa a Sardes.
Servicios de mantenimiento, caravasares y postas estaban diseminados a todo lo largo de estas arterias imperiales; esta lección no fue olvidada por los romanos.
Aunque no se idealice el funcionamiento de esta inmensa máquina, resulta necesario admitir que estaba bien manejada, que el Estado disponía de engranajes administrativos perfectamente regulactos, y que, si bien la burocracia era un poco absorbente y los impuestos demasiado gravosos, los habitantes del Imperio gozaban de una paz y de un bienestar notables, a pesar de algunas violencias o injusticias debidas a la forma autoritaria del régimen, de las que con más frecuencia eran responsables los gobernadores de provincia que el soberano.
Darío no fue solamente un gran constructor; supo también organizar sus territorios. A fin de permitir a los inspectores de las satrapías, "ojos y oídos del rey", galopar como el relámpago, de un extremo al otro lado del Imperio, fueron construidas magníficas carreteras. Estas eran recorridas, igualmente, por tiros pesadamente cargados, como el representado en el bajorrelieve superior .
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LA GUARDIA DE LOS INMORTALES
A pesar de su excelente administración, el Imperio era demasiado extenso, y sus poblaciones demasiado diversas, para que el ejército no tuviera que mantener la cohesión; por ello, conservó siempre un carácter militar.
A los griegos les sorprendió la inmensa muchedumbre abigarrada que formaba el ejército persa.
Cada provincia estaba obligada a suministrar un contingente por reclutamiento, y los soldados, llegados de todas partes, conservaban sus lenguas, sus métodos de combate, sus armas (lanzas, espadas, arcos, hondas, venablos, mazas, etc.) y sus trajes salvajes y pintorescos.
Los cuerpos escogidos eran persas: 2.000 jinetes y 2.000 infantes, todos nobles, rodeaban al rey, que disponía, además, como Napoleón de su vieja guardia, de 10.000 "inmortales", llamados así porque este número se mantenía constante, pues los caídos eran reemplazados al momento.
Los mercenarios griegos se fueron haciendo cada vez más numerosos, sobre todo a partir del momento en que la superioridad del "hoplita" se afirmó (siglo V a. de J. C), de tal forma, que Alejandro encontraría posteriormente en las filas enemigas un número considerable de compatriotas.
Guarniciones permanentes, verdaderas colonias militares, vigilaban los países alejados, como Egipto; Menfis, Tebas y los principales centros estratégicos contenían contingentes griegos, persas, semitas.
Por haber instalado sus residencias en el corazón del Imperio, los soberanos estaban fuera del alcance de los posibles invasores; las ciudades reales no conocieron, así, ninguna invasión, hasta las conqistas de Alejandro Magno
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