La Iglesia Contra el Liberalismo del Siglo XIX :Pensamiento Social

La Iglesia Contra el Liberalismo del Siglo XIX :Pensamiento Social

Desde el surgimiento del liberalismo y la Revolución Francesa de 1789. la Iglesia católica se había opuesto a los cambios y a las sociedades masónicas.

Durante el siglo XIX, distintos Papas habían condenado derechos consagrados por los gobiernos liberales, como la libertad de imprenta, de conciencia, de culto, de palabra y de enseñanza.

Con la propagación de los ideales socialistas y comunistas entre los obreros, la Iglesia también lanzó su condena en duros términos:

"Esta execrable doctrina es totalmente contraria al derecho natural, y no podría establecerse, sin que los derechos, los intereses, las propiedades de todos, y la sociedad misma fuesen completamente trastornados" (en la Encíclica del Papa Pío IX. del 29 de noviembre de 1846).

Cambiando la postura sobre las problemáticas obreras, en el marco de democratización del Estado a fines del siglo XIX, el papa León XIII elaboró el documento Rerum novarum ("Sobre las cosas nuevas") en la cual reflexiona sobre la mala situación de los trabajadores y la injusticia que sufren por parte de las instituciones, por lo que propone tratar sus problemas con una mirada comprensiva y una actitud caritativa.

Dice que el socialismo surgió debido a la "voraz usura" de los patrones, pero no implica una solución pacífica para la sociedad, porque esta ideología excita en los pobres el odio a los ricos y quiere que se sustituya la propiedad privada por la colectiva, cuando esto traería injusticia a los que "legítimamente poseen".

Por último, recomienda la práctica de la religión, de la que se deriva el amor al prójimo y el respeto a los derechos de los demás.

Papa Pio IX y sus cardenales

Pío IX, rodeado por sus cardenales. Durante su papado, iniciado en 1846, se consolidó un ordenamiento interno de la Iglesia, basado en la centralización jerárquica. Al mismo tiempo, su política fuertemente conservadora aisló a la Iglesia de las principales corrientes de pensamiento de la época.

Los profundos cambios políticos e ideológicos que se produjeron en Europa en el siglo XIX provocaron una fuerte conmoción dentro de la Iglesia Católica.

Ésta debió hacer frente a las medidas de los gobiernos liberales que la privaban de bienes y posesiones y que limitaban su influencia en_ el plano político.

En la primera mitad del siglo XIX, nauchos Estados europeos firmaron acuerdos con la Iglesia —llamados concordatos— en los que se establecían los derechos de ésta y las obligaciones que los Estados tenían en materia eclesiástica.

Pero estos acuerdos se dificultaron ante el avance de las ideas liberales, que propugnaban una completa separación entre la Iglesia y el Estado.

En el seno de la propia Iglesia se dividieron las opiniones sobre cuál debía ser la actitud de la institución ante estas políticas.

PAPA PIO IX Y EL TRIUNFO DEL ULTRAMONTANÍSIMO

Con Pío IX, en 1846, se abre el pontificado más largo de la Iglesia.

El nuevo Papa era un hombre de gran bondad, de una profunda fe, pero muy intransigente y muy poseído de sus prerrogativas.

Expulsado de Roma por la revolución de 1848, regresó decidido a imponer su autoridad y a combatir el liberalismo en todas sus formas.

Contra los partidarios del «galicanismo» episcopal, que no reconocían la infalibilidad más que a los concilios y reivindicaban una cierta autonomía para los obispos en sus diócesis, Pío IX afirmó que el Papa era el único infalible en materia de dogma y que no podía señalarse restricción alguna a su poder en el gobierno de la Iglesia; con su sola autoridad, promulgó, en 1854, el nuevo dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el cual sólo María, entre todos los seres humanos, había nacido sin pecado original.

Apoyado por la aplastante mayoría de la Iglesia, el soberano pontífice quiso que la infalibilidad papal fuese proclamada oficialmente por un concilio, y, a este fin, convocó en 1870 el Concilio Vaticano.

Las pasiones se desataron inmediatamente en los distintos periódicos católicos: en Francia, los ultramontamos, con Veuillot y su periódico «L'Univers» a la cabeza, apoyaban al papado.

Pero la oposición (dividida entre los «antiinfalibilistas», agrupados alrededor del teólogo alemán Ignaz Doellinger, que rechazaban el dogma de la infalibilidad como contrario a la tradición y a las sagradas escrituras, y los «inoportunistas», que, como Dupanloup, aceptaban tal dogma en la práctica, pero juzgaban inoportuno el momento para proclamarlo) resistió obstinadamente.

Sin embargo, tuvo que inclinarse cuando, después de violentos debates, el concilio votó, el 18 de julio de 1870, la infalibilidad pontificia, reconociendo al Papa un poder supremo de jurisdicción, tanto en el campo doctrinal como en el de la disciplina.

Los sesenta minoritarios habían abandonado la sala antes de la votación.

Muchos se sometieron, a continuación, y Doellinger no tuvo a su lado más que a unos pocos disidentes.

El galicanismo, es decir, la independencia de las iglesias nacionales respecto a Roma, había muerto.

En su combate por la unidad de la cristiandad, el Papado salió engrandecido y aureolado de un gran prestigio.

LA LUCHA CONTRA EL CATOLICISMO LIBERAL

Muchos eran los católicos liberales que, como Montalembert, Lacordaire y Dupanloup, pensaban que la Iglesia debía aceptar las libertades modernas, surgidas de los principios de 1789.

Montalembert defendió este criterio en dos discursos pronunciados en Malinas, que tuvieron gran resonancia.

Para cortar tales iniciativas, Pío IX promulgó, el 8 de diciembre de 1864, la encíclica «Quanta Cura», en la que reafirmaba el papel preponderante de la Iglesia en la sociedad.

Biografia del Papa Pio IX Resumen de su Obra Concilio Vaticano I

Condenaba los principios de soberanía del pueblo, de supremacía del poder civil, de libertad de conciencia, de prensa, y estigmatizaba el comunismo, el socialismo y el liberalismo moderno.

Acompañaba a esta encíclica un «Syllabus», en que se relacionaban los «80 principales errores de nuestro tiempo».

Las relaciones de la Iglesia con los distintos Estados, muy estrechas hasta entonces (Austria, por un concordato firmado en 1855, incluso había hecho de la religión católica la religión del Estado), entraron en un período de abiertos conflictos:

Austria y España rompieron con el Vaticano; en 1872, Bismarck instituyó en Alemania el «Kulturkampf» —«combate por la civilización»—, esencialmente dirigido contra los católicos.

El Gobierno italiano trataba de que el Papado declarase su renuncia al poder temporal, y, en Francia, los anticlericales constituían una fuerza política cada vez más influyente.

Pío IX murió el 7 de febrero de 1878, después de treinta y dos años de reinado.

EL PONTIFICADO DE LEÓN XIII: 1878-1903

Hombre habu e inteligente, tan intransigente como su predecesor en cuestiones doctrinales, León XIII dió pruebas de mucha más flexibilidad y moderación en la práctica.

En todos los países había católicos que se preocupaban de los problemas sociales e intentaban remediar la miseria obrera.

Con la ayuda de Ketteler en Alemania, de Manning en Inglaterra, de Gibbons en los EE. UU., de Albert de Mun y de La Tour Du Pin en Francia, se formaron círculos católicos de obreros que atrajeron a muchos adeptos.

Al publicar, el 15 de mayo de 1891, la encíclica «Rerum Novarum», León XIII dio una nueva dimensión a aquel movimiento social.

Aunque reconociendo la legitimidad de la propiedad privada, la encíclica condenaba los abusos de la explotación capitalista, que condenaba a la miseria a los indefensos trabajadores.

Para remediar estas desigualdades, preconizaba la creación de asociaciones obreras, la participación de los trabajadores en el capital de la empresa, y la adopción, por parte de los Estados, de legislaciones sociales equitativas.

Con el deseo de llevar a la práctica estos principios, Marc Sangnier creó en Francia el movimiento de «Sillón», pero la muerte de León XIII, en 1903, fue un duro golpe para el catolicismo social.

En sus relaciones con los diversos gobiernos, León XIII había invertido la política de Pío IX.

Exhortó a los católicos franceses a adherirse a la República, y a los católicos alemanes a que se acercasen a Bismarck, a fin de que fuera abandonado el «Kulturkampf»; apoyó al Gobierno inglés contra la agitación irlandesa, y al de San Petersburgo contra las veleidades de independencia del clero polaco.

Con esta táctica, confiaba en salvar todos los obstáculos que se oponían al desarrollo de la Iglesia católica en aquellos países.

Sólo fue inflexible con el Gobierno italiano, al que se negó a reconocer, y prohibió, incluso, a los católicos de su país tomar parte en las elecciones.

Por último, León XIII se dedicó a elevar el nivel cultural del clero, reorganizando los estudios teológicos, fundando un Instituto Bíblico en Jerusalén y multiplicando los congresos internacionales de católicos.

Pero este nuevo programa, tanto en el plano social como en el político y en el cultural, no le sobreviviría.

LA REACCIÓN DEL PAPA PIO X

Teólogo, preocupado, ante todo, de mantener los dogmas y de imponer su autoridad, Pío X no era un político ni un diplomático.

No hizo nada por evitar la separación de la Iglesia y del Estado en Francia, y trató de imponer sus directrices a los partidos católicos de cada país.

Empezó chocando con los modernistas: numerosos en Alemania, en Italia y en Francia, estos teólogos querían que la Iglesia se adaptase al mundo moderno, que se plegase a los métodos científicos para estudiar los textos antiguos, descubriendo sus contradicciones, y se aviniese a la renuncia a ciertos dogmas ya caducos.

El abate Loisy, profesor de la facultad de Teología de París, había resumido estas tendencias en 65 proposiciones.

Fue condenado en 1907, por el decreto «Lamentabili», y, después, excomulgado.

El 17 de septiembre de 1907, Pío X promulgó la encíclica «Pascendi», que condenaba el modernismo como «síntesis de todas las herejías», imponiendo a los profesores de Teología la enseñanza de la filosofía escolástica medieval, y les obligaba a prestar un juramento antimodernista.

En Francia aún existía el movimiento del «Sillón», que agrupaba alrededor de su periódico «El despertar democrático» a católicos liberales y sociales, en su mayor parte republicanos.

Condenando sus ideas y su colaboración con los no católicos, Pío X, en 1910, les ordenó que se disolvieran.

Al conceder su apoyo al catolicismo social, León XIII había querido limitar el desarrollo de los partidos socialistas.

Por su sectarismo, Pío X les entregó el control de la clase obrera y favoreció los avances de la irreligión y del anticlericalismo en muchos países europeos.

Sin embargo, en aquel mismo período, la Iglesia consiguió éxitos importantes.

El catolicismo se propagó rápidamente en Inglaterra, donde la jerarquía se restableció y pudo contar, a finales de siglo, con más de cinco millones de fieles, y en los Estados Unidos, donde la Iglesia, gracias a la llegada de emigrantes irlandeses e italianos y a la conversión de muchos millares de protestantes, se convirtió en una verdadera fuerza política.

Una febril actividad misionera animó a las congregaciones que propagaron la fe en Extremo Oriente, en Levante, en Oceanía y en África.

En este último continente, la evangelización, paralela a la colonización, logró los resultados más espectaculares.

El siglo XIX señala el fin de la lucha secular entre los Estados y la Iglesia.

Si es cierto que ha perdido todo poder temporal, la Santa Sede se erige en el único arbitro en materia espiritual, controla la vida interna de la Iglesia, y, por medio de los partidos católicos, conserva una innegable influencia política.

EL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA

El Estado debe promover el bienestar material del obrero.

61. Por lo que toca a la defensa de los bienes corporales y externos, lo primero que hay que hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de hombres codiciosos que, a fin de aumentar sus propias ganancias, abusan sin moderación alguna de las personas, como si no fueran personas sino cosas.

Exigir tan grande tarea, que con el excesivo trabajo se embote el alma y sucumba al mismo tiempo el cuerpo a la fatiga, ni la justicia, ni la humanidad lo consiente.

En el hombre toda su naturaleza, y consiguientemente la fuerza que tiene para trabajar, está circunscrita con límites fijos, de los cuales no puede pasar.

Auméntase, es verdad, aquella fuerza con el uso y ejercicio, pero a condición de que de cuando en cuando deje de trabajar y descanse.

Débese, pues, procurar que el trabajo de cada día no se extienda a más horas de las que permiten las fuerzas.

Cuánto tiempo haya de durar este descanso se deberá determinar, teniendo en cuenta las distintas especies de trabajo, las circunstancias del tiempo y de lugar, y la salud de los obreros mismos.

Los que se ocupan en cortar piedra en las canteras o en sacar hierro, cobre y semejantes materias de las entrañas de la tierra, como su trabajo es mayor y nocivo a la salud, así a proporción debe ser más corto el tiempo que trabajen.

Débese también atender a la estación del año, porque no pocas veces sucede que una clase de trabajo se puede fácilmente soportar en una estación, y en otra o absolutamente no se puede, o no sin mucha dificultad.

62. Finalmente, lo que puede hacer y a lo que puede entregarse un hombre de edad adulta y bien robusto, es inicuo exigirlo a un niño o a una mujer.

Más aún; respecto de los niños hay que tener grandísimo cuidado que no los recoja la fábrica o el taller, antes que la edad haya suficientemente fortalecido su cuerpo, sus facultades intelectuales, y toda su alma.

Pues las energías que a semejanza de tiernas plantas brotan en la niñez las destruye una prematura sacudida; y cuando esto sucede, ya no es posible dar al niño la educación que le es debida.

Del mismo modo hay ciertos trabajos que no están bien a la mujer, nacida para las atenciones domésticas; las cuales atenciones son una grande salvaguardia del decoro propio de la mujer, y se ordenan naturalmente a la educación de la niñez y prosperidad de la familia.

En general debe quedar establecido que a los obreros se ha de dar tanto descanso, cuanto compense las fuerzas gastadas en el trabajo; porque debe el descanso ser tal que restituya las fuerzas que por el uso se consumieron.

En todo contrato que se haga entre amos y obreros, haya siempre expresa o tácita la condición de que se atienda convenientemente a este doble descanso; pues contrato que no tuviera esta condición sería inicuo, porque a nadie es permitido ni exigir ni prometer que descuidará los deberes que con Dios y consigo mismo le ligan.

León XIII. Encíclica Rerum Novarum (fragmento).

PARA SABER MAS...:

Como ampliación del tema publicamos una nota en El Bicentenario Fasc. N° 3 período 1850-1869 a cargo de Roberto Di Stefano, historiador.

CRÓNICA DE LA ÉPOCA
SE CELEBRA EL CONCILIO VATICANO I

La noticia de que Pío IX ha decidido convocar a un nuevo Concilio Ecuménico ha sido recibida con entusiasmo por los católicos de todo el orbe y con desconfianza por los críticos de la Iglesia.

Hace dos años el Papa comunicó a los cardenales su deseo de que el nuevo Concilio encuentre "los remedios necesarios para los males que afligen a la Iglesia".

Los motivos de preocupación del pontífice romano son de público dominio: el desarrollo de las sociedades masónicas, el avance de las ideas liberales, las expropiaciones de bienes eclesiásticos y la promulgación de leyes que restringen el accionar de la Iglesia en diferentes países.

El Papa teme, además, que los conflictos que sacuden a Europa pongan fin a los Estados pontificios.

En la prensa de todo el orbe católico se han levantado voces entusiastas y críticas en relación con el Concilio.

Los liberales han puesto de manifiesto en ambas márgenes del Atlántico su temor de que los decretos conciliares confirmen las orientaciones que el sumo pontífice ha dirigido a los prelados católicos en la encíclica Quanta Cura y en el Syllabus errorum en 1864.

Diarios italianos, franceses e hispanoamericanos, y algunos de la ciudad de Buenos Aires, han expresado su inquietud por la posibilidad de que el Concilio renueve la condena de las ideas liberales.

No todos los obispos argentinos piensan concurrir al Concilio, cuyas sesiones se abrirán oficialmente el 8 de diciembre.

De los cinco prelados de la república, tienen intención de viajar monseñor Mariano José Escalada (arzobispo de Buenos Aires), monseñor Buenaventura Risso Patrón (obispo de Salta) y monseñor Wenceslao Achával (obispo de Cuyo).

No se sabe si concurrirán el obispo de Paraná, monseñor José María Gelabert, y el de Córdoba, monseñor José María de Arellana.

Un periódico católico de la ciudad de Buenos Aires ha explicado que la ausencia del obispo cordobés se debería a la fragilidad de su salud y a su avanzada edad.

En su última visita pastoral a La Riqja, monseñor sufrió horrorosamente: perdió la dentadura y se vio atormentado por fuertes dolores en el pecho.

Con respecto al obispo de Paraná, sus dudas se relacionan con los altos costos del viaje a la Ciudad Eterna, por lo que un grupo de notables católicos santafesinos ha decidido organizar una colecta.

Es de esperarse que los obispos argentinos se dirijan al gobierno nacional pidiendo alguna contribución pecuniaria para afrontar los cuantiosos gastos del viaje.

Hasta ahora sólo lo ha hecho el obispo de Salta, con resultado negativo.

Las causas de la respuesta no se deberían sólo a las estrecheces del erario: el gobierno no oculta su disgusto por no haber sido oficialmente informado de la convocatoria ni invitado a enviar a sus propios representantes junto a la delegación eclesiástica.

El Bicentenario Fasc. N° 3 período 1850-1869 a cargo de Roberto Di Stefano, historiador.

Ver:Principios de la Doctrina Social de la Iglesia

Fuente Consultada:
Enciclopedia de Historia Universal HISTORAMA Tomo IV La Gran Aventura del Hombre

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