Italia en la Edad Media: Desarrollo e Historia de Gibelinos y Güelfos
Italia en la Edad Media
Desarrollo Histórico
Después de la caída del imperio romano de Occidente en 476, los pueblos germánicos se disputaron la península italiana.
A continuación, los emperadores de Bizancio dominaron el sur, y los lombardos fundaron un reino en el norte. Italia no tardó en ser dividida en una serie de pequeños Estados, y los conflictos que surgieron entre el papado y el imperio agravaron esta desintegración.
Repúblicas independientes fueron escenario de las luchas entre güelfos y gibelinos
En el siglo V de nuestra era, Italia fue invadida por tribus germánicas.
La península cayó en manos de hérulos, visigodos y vándalos.
En 476 esta invasión provocó la caída del imperio romano de Occidente, y Odoacro se proclamó «rey de los germanos» en Italia.
Sin embargo, no era un «reino» bien organizado.
Además, en 481, Teodorico apareció en el escenario político al frente de los ostrogodos.
Éstos cercaron Ravena, donde vivía Odoacro, y sitiaron la ciudad.
En 493 Ravena cayó en manos de Teodorico.
Era el fin del imperio de los hérulos.
Teodorico había prometido a Odoacro que le salvaría la vida, pero esto no impidió que fuese asesinado durante un festín.
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Teodorico I (?-451) fue un rey de los visigodos y era hijo ilegítimo de Alarico. Completó el asentamiento de los visigodos en Aquitania y expandió sus dominios a Hispania.
Odoacro fue el jefe de la tribu germánica de los hérulos. Destituyó al último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, en 476, convirtiéndose en rey de Italia.
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Entonces Teodorido extendió su hegemonía a toda Italia, incluida Sicilia, pero siguió viviendo preferentemente en Ravena, Pavía y Verona.
El reino de los ostrogodos no sobrevivió a la muerte de Teodorico: Justiniano, emperador de Bizancio, conquistó la mayor parte del país e hizo de él un exarcadoo provincia.
Siracusa, en Sicilia, fue su capital. La influencia de Bizancio se dejó sentir de modo especial en Calabria.
Durante el reinado de Justiniano, los lombardos, pueblo de origen germánico, invadieron la península y a partir de 568 se hicieron dueños de casi toda Italia. Los bizantinos sólo conservaron algunos pueblos costeros y unas cuantas ciudades del interior.
En el sur su influencia no disminuyó en absoluto.
En el norte, el reino de Lombardia formaba un territorio bien delimitado, mientras que la parte central de la península italiana estaba en manos del papa y constituía una zona más o menos autónoma.
La expansión de este nuevo poder fue motivo de rivalidad y de guerra entre los reyes lombardos y los carolingios.
Pipino el Breve ya había emprendido una victoriosa expedición a Italia.
Después de él, Carlomagno entró triunfalmente en el norte de la península y se hizo coronar rey de los lombardos en Pavía, donde ciñó la corona de hierro de Monza.
Sin embargo, no pudo conquistar la parte meridional de Italia.
Detalle de los frescos que representan la batalla de Campaldino (11 de junio de 1289) entre güelfos y gibelinos.
En vez de restituir a Bizancio los territorios de que habían despojado a los lombardos, los francos se los entregaron al papa, quien, en el año 800, proclamó a Carlomagno emperador y protector del poder pontificio.
Después del reparto del imperio carolingio en 843, el norte de Italia, Borgoña y las regiones del Mosela y el Rin volvieron a pertenecer a Lotaringia.
Este reino se desmoronó rápidamente y nacieron diversos pequeños Estados independientes.
Entretanto, los sarracenos no tardaron en imponerse en el sur.
Los condes y duques carolingios rivalizaron en intentar que Roma reconociera su poder, e incluso a algunos les fue conferido el título de emperador, pero nunca llegaron a reinar sobre un territorio digno de ser llamado imperio.
Consecuentemente, no se puede hablar de un verdadero reino de Italia, por cuanto en la parte carolingia de la península, donde este título estaba desprestigiado, abundaban los pequeños reinos.
En 962, Italia cayó en manos de Otón I, llamado el Grande, rey de Germania.
No contento con haber sido coronado emperador por el papa Juan XII, se atribuyó el título de rey de Italia.
Título honorífico, ciertamente, pues desde el momento en que empezó a decrecer el poder de los emperadores «romanogermánicos», el control de Italia ya no correspondió a estos soberanos.
Las ciudades lombardas, que se desarrollaban a un ritmo más rápido que las de Alemania, se transformaron rápidamente en pequeñas repúblicas independientes, mientras que los vasallos se comportaban también como soberanos.
En el sur, durante los siglos X y XI, los normandos expulsaron a los sarracenos y fundaron numerosos pequeños Estados separados que se reunieron en un reino: el de Nápoles.
Mientras tanto, en el norte, los condes de Verona y los marqueses de Friul y Toscana se habían hecho muy poderosos.
Cuando, en el siglo XI, el emperador quiso oponerse al papa,estalló con toda su violencia la querella de las investiduras.
Esta larga pugna de influencia minó la autoridad del emperador en Italia, a pesar de que Enrique VI logró controlar toda la península italiana gracias a su matrimonio con Constanza, hija de Guillermo el Bueno, rey de Napóles y Sicilia.
Su obra no le sobrevivió.
En varias ciudades de Italia estalló una lucha entre gibelinos y güelfos.
Los primeros, de tendencia aristocrática, eran los defensores del emperador.
Los segundos, de tendencia democrática, militaban en favor del naciona-lismo italiano y del papa.
Por otra parte, el poder papal creció considerablemente con Alejandro III e Inocencio III.
En cuanto a las ciudades lombardas, habían adquirido total autonomía.
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Güelfos y gibelinos, nombre de dos facciones políticas del norte y centro de Italia desde el siglo XII hasta el siglo XV. Estas facciones surgieron a principios del siglo XII en Germania y apoyaron a los pretendientes al trono del Sacro Imperio Romano Germánico correspondientes a dos casas nobiliarias: los Welf, duques de Sajonia y Baviera, y los Hohenstaufen, duques de Suabia.
A principios del siglo XIII, cuando Otón de Brunswick, miembro de los Welf, estuvo involucrado en una contienda por la corona imperial con Federico II de Hohenstaufen, el conflicto entre los bandos germanos se trasladó a Italia.
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El emperador Federico II, que había fundado un Estado notablemente organizado, se sirvió del juego de las alianzas para ejercer en Italia influencia cada vez mayor.
Pero a su muerte nadie pudo seguir sus pasos.
En el centro del país, el papa reinaba como un verdadero monarca. Toscana y Lombardía fueron divididas en repúblicas: las de Florencia, Siena, Pisa, Milán y Mantua.
Al nordeste se formó Venecia, que con sus 200.000 habitantes se convertiría en una de las ciudades más importantes de Europa.
Todos estos Estados y ciudades gozaron de total independencia, y durante los siglos XIV y XV fueron prósperos centros comerciales.
Hacia el siglo XV, sosegadas las luchas que enfrentaban a las pequeñas fracciones, la prosperidad llevó el bienestar a la mayoría de ciudadanos y sólo los mercenarios intervenían en las guerras.
Inicióse entonces un período de esplendor al que se le daría el nombre de Renacimiento.
Esta riqueza y la corriente de civilización que resultó de ella provocaron la envidia de toda Europa.
A finales del siglo XV y principios del XVI los Habsburgo, los reyes de Francia y los de España, que tenían posesiones en Italia, se esforzaron en asegurar su hegemonía en la península.
Fuente Consultada:
La Enciclopedia del Estudiante La Nación (Santillana) y Wikipedia
Enciclopedia Juvenil AZETA Editorial Credsa Tomo 2 El Mármol de Carrara
Enlace Externo:• Documentos de la historia de Italia
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