Exportar La Revolucion Rusa a Otros Paises:Ideologia Bolchevique

Exportar La Revolución Rusa a Otros Países

Uno de los principios ideológicos fundamentales que caracterizó el pensamiento de los líderes bolcheviques había sido el de la revolución mundial: Rusia era sólo la chispa inicial que propagaría el incendio por toda Europa.

Pero no fueron las cosas por ese camino.

En primer lugar, en la mayor parte de los países occidentales, después de largos años de lucha, la clase trabajadora había conseguido mejorar su situación socioeconómica y estaba muy lejos de la absoluta miseria.

Lenin, ideologo de la revolución rusa

En segundo término, los partidos socialistas europeos mantenían ante el triunfo bolchevique una actitud expectante, no exenta de cierta desconfianza: ciertamente en Rusia se había acabado con el capitalismo; pero, por otra parte, se había implantado un régimen que rompía con la trayectoria política seguida por el socialismo europeo, por lo que poco a poco los partidos socialistas irían dando la espalda al modelo soviético.

En marzo de 1919 se decidió en Moscú la creación de la Tercera Internacional (la llamada Internacional Comunista o Komintern), a la que fueron invitadas a unirse las organizaciones obreras del mundo.

Su objetivo no era otro que la revolución mundial según el modelo bolchevique.

La casi totalidad del socialismo europeo se negó a formar parte de la Komintern.

No obstante, ciertos grupos minoritarios se separaron de los partidos socialistas para ingresar en la Tercera Internacional.

Así nacieron los partidos comunistas, que han llegado hasta nuestros días.

En conjunto, pues, la Revolución Rusa no pudo captar a las más importantes organizaciones obreras de Europa para su proyecto de insurrección mundial.

Sin embargo, el triunfo bolchevique fascinó a muchos trabajadores y a los recién creados partidos comunistas, que estaban absolutamente convencidos de la posibilidad de repetir en sus respectivos países lo que había acontecido en el Imperio de los zares.

Así, entre 1918 y 1924, la mayor parte de los países de Europa conocieron intentonas revolucionarias, en muchos casos de tremenda dureza.

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«Una vez más, de la misma forma que los distintos partidos socialistas se habían compuesto en 1914, atildándose de nuevo y prosiguiendo como si nada hubiera pasado, también los partidos comunistas, después de 1939, trataron de convencerse a sí mismos y a los demás de que no había cambiado nada esencial.

Sin embargo, ya por estas fechas sabían muy bien que su existencia dependía de la Unión Soviética y que la propagación del estalinismo estaba en función de la expansión armada de la Unión Soviética en la Europa del Este.

Este planteamiento era muy distinto de la creencia leninista en 1919 de que la clase obrera europea —sobre todo la clase obrera alemana— seguiría el ejemplo ruso, tomaría el poder y establecería un gobierno socialista; hacia 1939, era evidente que la Revolución Rusa sólo se podría exportar por medio de la conquista militar, de forma muy parecida a como el ejército de Napoleón exportó el legado de la Revolución Francesa.» (G. LICHTHEIM: Breve historia del socialismo.)

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Un ejemplo significativo es el de Alemania, donde diversos grupos comunistas se levantaron en armas, pero no consiguieron sus objetivos porque los sindicatos y gran parte de la clase trabajadora no participaron en la insurrección.

Ello no fue óbice para que entre diciembre de 1918 y mayo de 1919 se luchase con una terrible ferocidad en las más importantes ciudades germanas.

De todas formas, los comunistas, aislados, no tenían demasiadas posibilidades de éxito y, uno tras otro, los núcleos que habían promovido la insurrección fueron dominados.

Derrotada la revolución en Alemania, fracasada también en otros países donde se habían intentado acciones similares, Rusia quedó aislada.

Por consiguiente, el movimiento y toda la ideología que tuvo su origen en Marx y otros pensadores del siglo XIX, al iniciarse la segunda década del siglo XX había tomado dos rutas diferentes que se mantienen hasta nuestros días: por un lado, el camino de los partidos socialistas; por otro, la vía de los comunistas.

Esta escisión se hizo prácticamente definitiva en 1924, cuando frente a la Komintern se creó una Internacional Socialista.

El punto de fricción máximo entre una y otra tendencia se centraba en tomo a la valoración de la democracia burguesa y las libertades que ésta defendía, consideradas como no prioritarias por el comunismo y como básicas por el socialismo.

La revolución rusa de 1917 encuentra en el cine su medio de expresión por excelencia. S. M. Eisenstein, el gran propulsor del montaje cinematográfico, realiza su trilogía revolucionaria, compuesta por La huelga (1924) —donde por primera vez en la historia del cine el pueblo se convierte en protagonista—

El acorazado Potemkin (1925), considerado por muchos críticos el filme más importante de todos los tiempos, y Octubre (1927). A. P. Dovjenko es el autor de La tierra (1930), emotiva epopeya de los hombres del campo.

El despertar campesino es también el tema de la La línea general (1929), de Eisenstein. Sobre Lenín cabe destacar Tres cantos sobre Lenin (1934), de D. Vertov, y Vladimir llich Lenin (1949), de M. Romm.

Fuente Consultada:

Historia Universal 7º Edición de Navarro-Gárgari - González-López-Pastoriza- Portuondo Editorial Pearson

Historia del Mundo Contemporáneo CRONOS - de A. Fernández - Editorial Vicens Vives

Historia del Mundo Contemporáneo ACTUAL de García y Gatell - Editorial Vicens Vives

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Enlace Externo:

Tres concepciones de la Revolución rusa, texto de León Trotski que explica las diferencias principales entre menchevismo, bolchevismo y la teoría de la revolución permanente

Historia de la Revolución rusa. León Trotski


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