Los Bisontes en Norteamerica: Su Cacería y Exterminio
Los Bisontes en la Pradera Norteamericana
En las praderas de América del Norte vivían, hasta hace unos ciento cincuenta años, enormes rebaños de bisontes que únicamente cazaban los indios para asegurar su subsistencia.
Entonces intervinieron los blancos con sus armas de fuego, exterminaron a esos animales en cantidades masivas e hicieron de la caza del bisonte su deporte favorito.
A principios del siglo XX se constituyó una sociedad que tenía por fin evitar la total desaparición de esta especie animal
Animal poderoso e impresionante, el bisonte es el mayor mamífero del continente americano.
El macho puede llegar a medir hasta 2,90 m de longitud por 2 m. de altura y pesar una tonelada.
Antaño, los bisontes dominaban toda la pradera norteamericana y atravesaban a miles América del Norte, de Canadá hasta el golfo de México y del Mississipí a las montañas Rocosas.
A pesar de su fuerza y de su número, su existencia estaba constantemente amenazada.
Todos los años sucumbían muchos de ellos a los rigores del invierno: la espesa capa de nieve que cubría la pradera les impedía encontrar su alimento. Los lobos, por otra parte, devoraban a muchos animales jóvenes.
Bisonte Norteamericano
Los indios, que antes de la llegada de los blancos eran nómadas, fueron durante generaciones grandes cazadores de bisontes.
Cazaban de distintas maneras.
Montados en sus caballos provocaban una estampida.
El jinete llevaba su arco en la mano izquierda, y en la derecha, tantas flechas como podía sujetar.
En cuanto el cazador estaba lo bastante cerca del bisonte que quería matar, lanzaba sus flechas a los flancos del animal. Los caballos debían evitar las cornadas del bisonte herido, pues éste vendía cara su vida.
Cuando la bestia estaba muerta, los indios escogían los mejores bocados de su carne y la piel.
Se atrevían a atacar a esos peligrosos animales no sólo a caballo, sino también a pie.
En este caso se disfrazaban con pieles de lobo, ya que la espesa pelambrera que cubre la cabeza del bisonte no le permite distinguir bien a su adversario.
Pero a pesar de cuantos peligros le acechaban, el bisonte no dejaba de multiplicarse, pues, aunque a los indios les entusiasmaba la caza del bisonte, únicamente la practicaban para proveer a su subsistencia y no por el mero placer de matar.
Esta situación se mantuvo hasta principios del siglo XIX, cuando aparecieron en la pradera los blancos con sus armas de fuego.
Su llegada señala el principio de la desaparición del bisonte, cuya suerte empeoró todavía cuando quedó terminada la línea de ferrocarril que había de unir el Atlántico con el Pacífico.
Dieron de comer carne de bisonte a los obreros que trabajaban en la colocación de las vías.
Esta carne es verdaderamente tierna y sabrosa, especialmente la de los terneros, y puede consumirse fresca o convertida en tasajo; la lengua es un bocado selecto para los gastrónomos.
Por añadidura, el trazado del ferrocarril transcontinental escindió los rebaños en dos grupos y redujo su espacio vital.
Los cazadores blancos, que disponían de fusiles, organizaron metódicamente la caza del bisonte.
Montados a caballo se ponían en línea avanzando muy juntos hacia el rebaño de bisontes, y en el momento convenido disparaban todos a la vez, convirtiendo en motivo de orgullo el hecho de matar el mayor número de bisontes en el menor tiempo posible.
También disimulaban su presencia detrás de las rocas u otros escondites desde donde, a cubierto, tiraban sobre las bestias que los ojeadores empujaban hacia ellos.
Depósitos centrales les abastecían de vituallas y municiones.
Construyeron fábricas para poner en conserva la carne de bisonte y almacenes en donde guardar las pieles; había nacido una nueva industria que conduciría al exterminio de los bisontes.
La caza de estas bestias se convirtió pronto en un deporte, y se organizaron concursos.
Ciertos cazadores se hicieron famosos gracias a ellos, principalmente William Cody, que con el nombre de Buffalo Bill se convirtió en el héroe de ciertos relatos del lejano oeste. En el tren que atravesaba la pradera durante largas horas la gente tiraba a menudo sobre los rebaños de bisontes.
Para ilustrar esta especie de fiebre que llevaba a tales matanzas citaremos algunas cifras.
Varios cazadores se vanagloriaban de haber matado más de mil bisontes durante el año 1874.
En este mismo año salían diariamente de Dodge City hacia el este más de mil quinientas pieles de bisonte.
No debe sorprendernos, pues, que hacia 1875 los bisontes hubiesen casi desaparecido de la parte sur de la pradera.
Diez años más tarde estaban también prácticamente extinguidos en la parte norte y, con ellos, los indios cuya subsistencia dependía de la caza del bisonte, pues con su piel confeccionaban sus ropas, tiendas, cinturones y mantas, y con sus huesos, toda clase de instrumentos.
Con el pelo trenzaban cuerdas, y la carne constituía la base de su alimentación.
Por ello, toda su vida dependía del bisonte, como la de los esquimales depende de la foca, y ésta fue la razón de que se convirtieran en encarnizados enemigos de los hombres blancos que sembraban la muerte y la destrucción en la pradera.
Cuando la caza del bisonte no fue ya lo bastante rentable para los blancos, éstos se dedicaron a recoger sus esqueletos.
Millares de toneladas de huesos de bisonte fueron enviadas al este, por ferrocarril, como materia prima para fábricas de abonos y de cola.
En 1905 se creó en Estados Unidos la American Bison Society, que se había impuesto la tarea de evitar la total extinción del bisonte.
En aquella época, de los millones de bisontes que antaño hicieran temblar la pradera bajo sus pezuñas apenas quedaban unos cientos.
La nueva asociación elaboró métodos de protección eficaz, y en 1933 vivían ya 4.404 bisontes en los diferentes parques nacionales, donde disfrutaban de una vida tranquila.
En aquellos días, Canadá poseía todavía 17.043 bisontes.
El peligro de la desaparición de la raza de los bisontes parecía haber sido conjurado.
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