Pedagogia y Método Educativo en los Colegios Jesuitas:Orígenes
Historia de la Pedagogía y Métodos Educativos
en los Primeros Colegios Jesuitas
San Ignacio de Loyola. — El fundador de la Compañía de Jesús fue san Ignacio, descendiente de los señores de Loyola, en Navarra. Inició su vida como cortesano. Luego fue soldado.
En lucha contra Francia, cayó herido defendiendo la fortaleza de Pamplona.
En su convalescencia buscó libros de caballería, pero al no encontrarlos, se entregó a la lectura de vidas de santos ; así se transformó en otro hombre, dispuesto a luchar por ideales espirituales.
Desde entonces el: Para mayor gloria de Dios pasó a ser el ideal supremo de su vida.
A los treinta años volvió a las aulas. Estudió en las universidades de Alcalá, Salamanca y París.
En 1543, junto con los estudiantes Francisco Javier, Diego Láinez y otros, fundó la Compañía de Jesús, orden religiosa destinada a luchar con armas espirituales y con ardor militar contra los herejes, sosteniendo a los cristianos vacilantes, mientras cultivaba como virtudes propias y fundamentales la obediencia y la disciplina.
Inicialmente la nueva institución realizó actividades caritativas, pero la condición de universitarios de sus primeros adherentes y la solicitud de los gobernantes la llevaron hacia la docencia.
Los colegios.
Los jesuítas dedicaron principal atención a la enseñanza. Por su cultura científica y formación religiosa se les confió la dirección de los seminarios surgidos del Concilio de Trento; por su influencia social se agruparon alrededor de sus establecimientos educacionales, llamados colegios, las clases altas de una sociedad deseosa de encontrar, después de las guerras de religión, estabilidad y un bello ordenamiento.
Aunque en Europa no concedieron mayor importancia a la escuela elemental, no fue así en los países que les tocó misionar, como ser la América colonial y actualmente en Siria, China, India y otros.
En cambio, a la enseñanza media le dieron una particular organización y recogieron notables frutos.
Estos estudios, indispensables a todos sus alumnos, los dividían en inferiores y superiores. Los Studia inferiora comprenden cinco años: tres de gramática, más uno de humanidades (fundamentos de oratoria) y otro de retórica (alcanzar la elocuencia en el discurso).
Los Studia superior a alcanzaban a tres años. Se estudiaba lógica, física, psicología y metafísica, matemáticas, lo que en síntesis eran los conocimientos científicos de la época. En ciertos lugares estos estudios se intensificaron de tal modo que se denominaron facultades.
De esta manera nacieron los Colegios máximos, que contaban con cátedras de teología, sagrada escritura, teología moral, etc., y aunque eran primordialmente para los aspirantes de la Compañía, recibían también a quienes no eran tales.
En 1513 el Papa concedió a todos los Colegios máximos la autorización de extender títulos universitarios.
Así nació, entre otras, la Universidad de Córdoba en Argentina.
El método.
En todas las escuelas y por distintas prácticas pedagógicas prepararon a sus religiosos para la docencia, pero particularmente por medio de un método de enseñanza que tuvo gran influencia en la educación y que se llama la ratio studiórum.
Las líneas fundamentales de, este método se deben al mismo san Ignacio, pero su forma definitiva data de 1599.
Desde entonces se ha mantenido invariable hasta el siglo XIX.
El objetivo de este método es alcanzar la perfecta elocuencia, conciliar la cultura clásica con la doctrina cristiana, formando a los alumnos mediante una preparación humanística sólida.
Su plan obedece a la máxima: non multa sed multum (no muchas materias, sino mucho estudio). Procura que los alumnos se habitúen a pensar con precisión y a expresarse con claridad, para que estén en las mejores condiciones de dedicarse a los altos estudios.
Esta preparación puede obtenerse con el aprendizaje perfecto de pocas materias, y en especial de las humanidades.
Los jesuítas combatieron tanto el enciclopedismo pedagógico como la prematura especialización.
Nunca hicieron de la capacitación intelectual un fin en sí misma.
Siempre la consideraron como un medio de formación moral, y procuraron subordinar la instrucción a la educación.
Los procedimientos empleados para la educación moral de sus alumnos descansan en el contacto directo y continuo entre el educador y el educando.
El maestro se esfuerza por comprender su carácter, para obrar mejor sobre su inteligencia ayudándose sobre todo con la vigilancia continua, la emulación, los consejos, las lecturas escogidas y la práctica de los preceptos religiosos.
Emplearon el internado, aislando al niño del medio social y hasta de su familia, pero ingeniáronse para procurarle una vida sana y agradable.
La educación de las maneras, de la presentación y del lenguaje, fueron otras de sus grandes preocupaciones.
Los recursos didácticos fueron variados y eficientes. Las características generales del método para aprender el latín son:
a) la gradación, se señala detalladamente qué es lo que debe estudiarse en cada grado;
b) la revisión periódica y sistemática de las lecciones. Cada día se comienza por la lección aprendida el día anterior, cada semana se concluye con el repaso de lo aprendido durante la misma y al fin del curso se repasa todo lo estudiado;
c) la concertación, que consiste en despertar un debate o certamen entre los alumnos, para llamar su atención sobre las lecciones. Cada alumno tiene un rival (amiulus) con quien debate los temas estudiados y a quien debe descubrir las fallas. A veces la disputa se desarrolla entre toda la clase, dividida en dos partidos, Roma y Cartago, con sus jefes: los cónsules.
De esta suerte, se excita la emulación, tan poderosa palanca de la actividad;
d) la imitación, o sea el ejercicio encaminado a imitar el estilo literario de un autor cualquiera;
e) la prelección o explicación previa de la lección por el profesor, quien resuelve todas las dificultades históricas, gramaticales o literarias del texto en estudio. Esta explicación era indispensable antes de estudiar la lección de memoria, facultad esta última a la que se concedía gran importancia, ya que se consideraba la memoria como fundamento de todo el aprendizaje de las lenguas.
Los jesuítas han sido los primeros en trabajar de una manera particular en la formación de los maestros de enseñanza.
En 1567 proyectaban la formación de un seminario pedagógico en cada provincia jesuítica. La Ratio no los olvida: prescribe que se confíen los futuros maestros a un hombre experimentado, quien les enseñará prácticamente la manera de dar lecciones, de examinar los ejercicios y de gobernar a los alumnos.
Considera que tres cosas aseguran su autoridad: la estima de que goza por su saber y virtud, el afecto que les infunde, y el respeto que sabe inculcarles.
En cuanto a los castigos, la Ratio hace recomendaciones muy juiciosas.
Debe evitarse la vigilancia inquieta que busca sorprender a los alumnos en falta, pero se debe ver y observar todo.
Los castigos deben ser escasos y proporcionados a la falta.
No conviene castigar en momentos de cólera o excitación; los castigos corporales, tan en boga en esa época, fueron reservados para los casos más graves.
Los maestros no podían pegar; por ello los colegios debían contar con un corrector, de ordinario un seglar.
Otro elemento educativo muy empleado en esta pedagogía, y con gran éxito, fue el teatro.
Fuente Consultada:
Historia de la Educación – Juan Carlos Zuretti – Editorial Itinerarium – Colección Escuela –
Enciclopedia Electrónica ENCARTA – Microsoft
Enciclopedia del Estudiante Tomo 19-Historia de la Filosofía – Editorial Santillana
Wikipedia
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