Suiza:Historia, Geografía y Economía Los Cantones Suizos

Suiza: Historia, Geografía y Economía
Los Cantones Suizos

Suiza, pequeño país montañoso enclavado en el corazón de Europa, se ha convertido en un Estado enormemente industrializado, especializado en la fabricación de productos de alta calidad que no necesiten gran cantidad de materias primas.

Para proporcionar la energía indispensable se construyeron potentes centrales hidroeléctricas, en tanto que la red ferroviaria suiza es un modelo en su género.

El nivel del comercio exterior del país y sus sociedades bancadas y compañías de seguros gozan de justa fama en el mundo entero.

Podemos considerar a Suiza como un milagro de unidad política a pesar de la diversidad de lenguas y de los intereses de los 26 cantones que componen la Confederación.

En el plano exterior, Suiza adopta siempre una posición de neutralidad, lo que ha sido motivo para que albergara a numerosas organizaciones internacionales.

Historia de Suiza:

Cuando hablamos del «milagro helvético» no nos referimos a un milagro económico, sino a la Confederación Helvética forma, desde hace siglos, un sólido bloque político, a pesar que debido a que el relieve de Suiza sea muy accidentado y de que carezca de unidad lingüística (en ella se hablan cuatro idiomas: alemán, francés, italiano y retorromano).

Para explicar este «milagro político» será preciso que remontemos el curso de la historia. Parece ser que los suizos se vieron obligados a unirse para combatir a un enemigo común y defender su libertad y su independencia.

Suiza hubo de soportar numerosas dominaciones extranjeras. Habitada por tribus helvéticas y réticas, los romanos la conquistaron antes de la era cristiana.

Al igual que sucedió con el resto de los territorios conquistados por los romanos, la romanización hizo que Suiza diera un gran paso hacia adelante en el plano cultural.

A principios de la Edad Media, época de grandes migraciones, Suiza cayó en manos de alamanes y burguiñones; en el siglo VI fue invadida por los francos.

Cuando se disgregó el imperio franco, que en determinado momento se había extendido por toda África central y occidental, Suiza entró a formar parte, en el año 1033, del Sacro Imperio Romano Germánico.

Varios soberanos, espirituales o temporales, presidieron los destinos del país.

Pero sus habitantes eran más o menos independientes.

A partir del siglo XIII fueron los condes de Habsburgo, cuyo poderío aumentaba progresivamente, quienes controlaron importantes territorios en el norte y este de Suiza.

Cuando estos Habsburgo se hicieron los amos del Sacro Imperio los suizos se alzaron en armas para defender su libertad.

Esta lucha feroz se inició en las regiones salvajes y boscosas de Uri, Scbwyz y Unterwalden.

Se trataba de tres Repúblicas campesinas que habían firmado entre ellas un pacto a perpetuidad.

Algunos años más tarde, en 1315, vencieron cerca de Morgaten a las tropas austríacas que querían someterles al yugo de los Habsburgo.

Antes de que terminara el siglo XIV acudieron a apoyarles otros territorios: Zug, Berna, Glarus, Zurich y Lucerna. Así nació la Confederación de los Ocho Cantones.

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Los  cantones suizos constituyen el ente político y administrativo sobre el que se construye el Estado-nación: de hecho, la llamada Confederación Helvética, de carácter fuertemente federal no adoptó su condición actual hasta 1848, fecha hasta la cual cada uno de los cantones entonces existentes (desde entonces ha habido modificaciones menores en su número y configuración) poseía sus propias fronteras, ejército y moneda.

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Los acontecimientos que jalonan esta lucha implacable por la independencia están salpicados de leyendas. La más conocida de todas es la de Guillermo Tell y su despiadado adversario, Gessler.

Durante los siglos XV y XVI la Confederación siguió extendiéndose sin cesar.

En 1481 entraron a formar parte de ella Friburgo y Soleure; en 1501 le llegó el turno a Basilea y a Schaffhouse y en 1513 se produjo la adhesión de Appenzell.

La Confederación de los Trece Cantones quedaba así constituida.

Raramente se ha visto en la historia del mundo formarse un Estado de manera tan espontánea.

Los grisones, que se incorporaron en 1498, no fueron considerados al principio como un cantón.

A partir del siglo XV, y gracias a su voluntad, a su tenacidad y a su perseverancia, los suizos eran virtualmente independientes. Rehusaron pura y simplemente llevar a efecto los planes de reforma decretados por el emperador Maximiliano en 1499. Sin embargo, la independencia suiza no fue reconocida oficialmente hasta la firma la Paz de Westfalia, en 1648.

Entretanto, los cantones colaboraban entre sí cada vez más estrechamente y la Confederación se apoyaba en principios democráticos. Todos los asuntos que interesaban a la Confederación eran discutidos en asamblea general; pero la minoría disconforme no estaba obligada a acatar las decisiones acordadas por la mayoría; de esta forma se intentaba conservar hasta el máximo la independencia de cada cantón.

En el plano de la política exterior los suizos firmaron con Francisco I, en 1616, la paz perpetua de Friburgo.

Los intereses que les guiaban eran, por otra parte, comunes, ya que Francisco I se erigía en rival de los Habsburgo.

La unidad suiza se vio, sin embargo, fuertemente amenazada por los altibajos de la Reforma del siglo XVI. Ginebra era el centro del calvinismo, en tanto que Zurich prestaba más atención a las prédicas de Ulrico Zuinglio, que tendían más al luteranismo al tiempo que propagaban también otras ideas que diferían totalmente de las concepciones de Lutero.

Junto a estos dos grupos protestantes estaba el de los católicos, que seguía siendo muy nutrido. Esta rivalidad religiosa fue motivo de guerras que dividieron a la Confederación.

Este período difícil terminó con la firma de un tratado de paz que dejaba establecida la libertad religiosa, con lo que la Confederación quedaba a salvo.

Finalmente, y como ya hemos dicho, los cantones suizos adquirieron su independencia diplomática en 1648, no ligándoles ya el menor lazo con el imperio de los Habsburgo.

A partir de este momento, y dejando aparte algunas modificaciones de detalle, sus fronteras han sido siempre las de entonces.

La organización federal demostró ser bastante complicada, como bien puso de manifiesto la gran oposición entre los católicos y los protestantes.

Cada cantón podía escoger su religión, y esto convirtió a Suiza en un fenómeno único en Europa.

Mientras numerosos Estados intentaban llevar a cabo una poderosa centralización, Suiza permanecía fiel a su organización federal.

Esto ofrecía, naturalmente, la ventaja de dejar a cada cantón una gran libertad; aunque no sin peligro: varias potencias europeas quisieron mezclarse en los asuntos internos suizos.

Entre ellas, Francia, que en tiempos de Napoleón puso incluso un cese momentáneo a la independencia de los cantones suizos, que de 1798 a 1815 y con el nombre de República Helvética cayeron bajo el control de Napoleón.

Suiza no escapó a las tensiones y reflujos provocados por las ideas liberales y 1848, el año revolucionario de Europa, hizo de Suiza un Estado organizado federativamente. La Confederación quedó desde entonces dividida en 22 cantones. (actualmente son 26).

El poder legislativo fue atribuido por igual a dos organismos o cámaras: el Consejo Nacional y el Consejo de los Estados. El primero de ellos es elegido por el sistema del sufragio universal.

El otro lo componen delegados escogidos por los cantones. El presidente de la Confederación se convierte en el jefe del poder ejecutivo.

A esta nueva Constitución debe Suiza su desarrollo y su expansión. Es esencialmente federal, pero organizada de tal forma que lo que se saca de ella son únicamente ventajas. El federalismo se ha visto fuertemente mitigado y se ha llegado a una verdadera unidad. Las barreras aduaneras interiores han quedado suprimidas, y la moneda, unificada.

El servicio de correos, la justicia y la defensa nacional quedaron organizados en el plano federal y no cantonal. Y se abolieron todos los privilegios de lugar, nacimiento o familia.

La organización política de Suiza oscila, pues, entre un sistema de representación popular y un dispositivo en el que los ciudadanos toman en sus propias manos los intereses de la comunidad.

En ciertos cantones los ciudadanos se reúnen todavía regularmente en lo que convinieron en llamar «Landesgemeinde».

Cualquiera de ellos puede tomar libremente la palabra y tratar de cualquier problema político, jurídico, administrativo, o de lo que sea. La forma de votar es alzando la mano.

Todo esto ha hecho de Suiza un país en el que el sentimiento comunitario es muy fuerte.

En cuanto se refiere al extranjero, Suiza adopta una posición de constante neutralidad; ésta es la razón de que numerosas organizaciones internacionales tengan su sede en Suiza.

De este modo se convirtió Ginebra en la sede de la Sociedad de las Naciones.

Suiza tiene también sus grandes hombres.

En primer lugar tenemos a Henri Dunant, padre de la Cruz Roja; la publicación de su obra Recuerdo de Solferino, escrita en ocasión de la batalla de Solferino en 1859, despertó la conciencia universal. Una conferencia internacional celebrada en Ginebra en 1863 decidió fundar, al año siguiente, la Cruz Roja Internacional.

GEOGRAFÍA Y ECONOMÍA:

Suiza, pequeño Estado situado en el corazón de Europa, es un país montañoso por excelencia.

En él podemos distinguir tres regiones específicas: el Jura, en el noroeste; los Altos Alpes, en el sur, y, entre los dos, la meseta subalpina.

La cuarta parte de la superficie total del país es terreno baldío, yermo, y únicamente se presta a la agricultura y a la cría de ganado la zona subalpina, compuesta de residuos morrénicos y situada entre los 400 y los 600 m.

Aunque cada vez sea menor el porcentaje de la población activa que se ocupa en tareas agrícolas, los campesinos suizos consiguen mantener la producción y aumentar la calidad de sus productos mediante la utilización de técnicas modernas.

La agricultura provee únicamente de 55 a 60 % de las necesidades del país, que ha de importar el resto.

Como el sector agrícola, debido al perfeccionamiento de las técnicas, ofrece cada vez menores posibilidades de trabajo a la mano de obra, cada vez es mayor el número de gente que se dirige al sector industrial.

El comercio, la banca, el seguro y la hotelería ocupan también a gran parte de la población activa.

Si consideramos que 11,6% de la población laboral trabaja en el sector agrícola y 49,4 % en el industrial, podemos asegurar que Suiza, país de pastos, está en trance de convertirse en Estado industrial.

Y esto a despecho de que el país dispone de pocas materias primas y, si excluimos las centrales eléctricas, carece prácticamente de fuentes de energía (excepto algo de carbón y de lignito).

Por otra parte, la situación de Suiza exige largos transportes.

Todos estos factores no son muy favorables al desarrollo de la industria suiza.

Para resolver estas dificultades, la industria suiza de exportación se ha especializado en la producción de artículos de primera calidad y de productos que exijan un mínimo de materias primas.

La industria suiza se ha dedicado, pues, a la fabricación de motores, de aparatos eléctricos, de máquinas de escribir y calcular, de relojes y aparatos de óptica, de productos textiles y farmacéuticos entre otras muchas cosas.

El número y la diversidad de estos productos prueban que la transformación del país agrícola en Estado industrial es un verdadero éxito.

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Población: 8.000.000 de habitantes aproximadamente , el 70% vive en la zona urbana, tienen un ingreso por cápita de más de 50.000 U$s. El 65% de los suizos son de origen alemány la mitad de población practica en catoliscismo.

Recursos Naturales: Madera, sal, materiales de construcción, potencial para producir energía hidroeléctrica.

Exportaciones:  Maquinaria y herramientas, instrumentos de precisión (en especial relojes de pulsera), productos metálicos, queso, chocolate y otros productos alimenticios, textiles y ropa, productos farmacéuticos, productos químicos, joya.

Importaciones: Productos agrícolas, maquinaria, material de transporte, productos químicos, tejidos, ropa, materiales de construcción, energía, productos metálicos, combustibles, productos de papel, plásticos.

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Por otra parte, la población suiza disfruta de un elevado nivel de vida; allí se desconoce el paro y, por el contrario, solicita mano de obra extranjera.

Y sin embargo, el número de trabajadores suizos que ingresan en el sector industrial va en constante aumento y se cifra en 50 % desde 1939, cuando la población sólo ha aumentado en 30 %.

Este proceso de industrialización se ha visto influido favorablemente por varios factores.

En primer lugar, Suiza poseía una floreciente industria artesana; en numerosas ciudades, los oficios estaban enormemente desarrollados desde la Edad Media e, igual que pasaba en Flandes, las guildas eran muy poderosas.

Zurich, en esa época, era ya famosa por sus sederías, mientras que la industria linera de Saint-Gall era muy floreciente.

En el siglo XVII hizo su aparición la industria relojera; en 1679 se fabricó el primer reloj de bolsillo, y un poco más tarde se fundó en el Jura el primer taller de relojería.

Esta nueva industria tuvo tanto éxito que los relojeros hubieron de reclutar en el campo otras manos que les ayudaran.

Esto significaba para los labradores unos ingresos suplementarios, y durante el invierno ocupaban sus ocios en fabricar relojes de bolsillo. Así nació la industria artesana suiza.

Esto le valió a Suiza, en el momento de la industrialización, poseer una mano de obra calificada.

Otro elemento favorable fue la construcción de presas en ríos como el Ródano, el Aar y el Rin y la instalación de centrales hidroeléctricas que proporcionaron la energía indispensable. Las fábricas pudieron contar en seguida con la ayuda de la electricidad.

La red ferroviaria fue concebida también de manera muy moderna, y gracias a verdaderas proezas técnicas, y a pesar de su carácter montañoso, pronto pudo llegarse fácilmente a cualquier rincón del país.

El propio carácter de la población suiza que, pese a un sentimiento nacional muy fuertemente arraigado, gusta de mantener relaciones internacionales, ha conferido a su economía alguno de sus aspectos más típicos.

Principalmente, gran diversidad de producción y la descentralización de las empresas. Basilea, Zurich, Schaffhouse, Saint-Gall, Lucerna, Berna, Lausana y Ginebra son ciudades en las que reina gran actividad.

Es evidente que la realización de esta expansión económica exigió grandes capitales, no sólo para el desarrollo de las industrias especializadas, sino también para la construcción de las centrales hidroeléctricas y el tendido de la red ferroviaria.

Este capital indispensable existía, pues la población suiza, y éste es uno de sus rasgos característicos, es muy parca y ahorradora.

Este factor permitió la fundación de un sistema de bancas y de sociedades de seguros que gozaban de la mejor reputación.

La estabilidad del franco suizo es sobradamente conocida, y ésta es la razón de que numerosos extranjeros hayan convertido parte de su capital en francos suizos.

Desde hace ya mucho tiempo, Suiza es el refugio de capitales extranjeros, lo que explica el florecimiento de sociedades de banca y compañías de seguros.

Suiza, protegida por su relieve, escapó a las dos guerras europeas.

Esos años trágicos para el resto de Europa fueron testigos de la afluencia de capitales, que contribuyeron en gran parte a la floreciente situación financiera del país.

Su prosperidad depende sin embargo, y de modo principal, del comercio exterior.

Los suizos se ven obligados a importar materias primas y productos alimenticios, para pagar los cuales es preciso que vendan en el extranjero sus propios productos.

Las estadísticas demuestran que Suiza tiene una de las cifras comerciales por habitante más alta de Europa, lo que no evita que el balance comercial sea deficitario.

Pero esto no inquieta a los suizos, pues este déficit queda cubierto por los beneficios realizados en otros sectores.

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