El Estudio Científico de la Naturaleza:Platón y Su Pensamiento
Influencia de Platón en el Estudio Científico de la Naturaleza
Ver: El Conocimiento Científico en la Física
Uno de los grandes ámbitos del esfuerzo humano es el estudio de la naturaleza.
En este campo, la Europa de la Edad Media estaba en general bastante estancada.
No cabe duda de que siempre hubo hombres que observaron el mundo y aportaron nuevos descubrimientos sobre el mismo.
Sin embargo, la tendencia más generalizada era apoyarse en la autoridad de Aristóteles.
Sus textos se perdieron en Europa durante la época medieval, pero fueron preservados y traducidos por los árabes y transmitidos en esta forma a los pueblos cristianos.
La Iglesia aceptó los descubrimientos de Aristóteles como la fuente de la antigua sabiduría y de este modo sus incompletas doctrinas sobre la física y la astronomía se hicieron acreedoras del respeto general.
Sin embargo, había otra tendencia científica derivada de la antigüedad que se remontaba a Platón y los matemáticos de la Academia.
Se basaba en la discusión de los aspectos matemáticos del mundo.
En el Renacimiento, cuando los textos originales adquirieron una amplia difusión, el retorno al platonismo tuvo un papel primordial en el enfoque de la astronomía.
El centro del universo:
El antiguo sistema astronómico de Aristóteles situaba la Tierra en el centro del universo, rodeada de una serie de esferas concéntricas sobre las que se movían los planetas y estrellas.
Esta teoría «geocéntrica» fue posteriormente adoptada por la Iglesia; coincidía perfectamente con la concepción teológica, que consideraba el ámbito terrenal de la vida de Jesús como el centro del universo.
Frente a la visión geocéntrica existía una concepción «heliocéntrica», que situaba el Sol en el centro del sistema planetario.
Puede encontrarse algún indicio de la misma en el pensamiento pitagórico tardío y en la Academia de Platón.
La primera formulación explícita de esta teoría se debe a Aristarco de Samos.
Sus hipótesis astronómicas fueron recogidas en los escritos de Arquímedes, el gran matemático e inventor griego.
La teoría cayó en el olvido, reviviendo en la época del Renacimiento.
Copérnico (1473-1543), el astrónomo polaco, la conocía y se refiere a ella en una nota marginal de uno de sus manuscritos.
Copérnico, un clérigo y astrónomo, estaba en la vanguardia de la revolución científica.
Se dio cuenta de que, al considerar el Sol como centro del universo, los movimientos de los planetas (las «estrellas errantes», llamadas así por los griegos debido a su recorrido aparentemente irregular) se simplificaban considerablemente: todos se movían en círculos alrededor del sol, como lo hacen de hecho en términos generales. (Ver: Obra Científica de Copérnico)
En Atenas, en el siglo IV a.C., la filosofía natural jónica y la ciencia matemática pitagórica llegaron a una síntesis en la lógica de Platón y Aristóteles.
En la Academia de Platón se subrayaba el razonamiento deductivo y la representación matemática; en el Liceo de Aristóteles primaban el razonamiento inductivo y la descripción cualitativa. La interacción entre estos dos enfoques de la ciencia ha llevado a la mayoría de los avances posteriores.
La ciencia y el método
Según la opinión de algunos, es indispensable para la ciencia poder medir los fenómenos. De otro modo, no se consideraría una investigación como científica.
También en esta actitud observamos un cambio paulatino de Copérnico a Newton, respecto al cual fue Galileo quien dio el paso decisivo de la formulación numérica de las leyes físicas.
No obstante, conviene observar que el método de hipótesis y deducción que se utiliza para explicar los hechos observados no requiere en sí mismo que las leyes sean matemáticas.
Una famosa pieza de investigación del siglo XVII y un ejemplo clásico de la aplicación del método científico, es el descubrimiento de la circulación de la sangre por Harvey (1578-1657).
En él no intervienen las matemáticas, no porque la disciplina no estuviese lo suficientemente desarrollada, sino porque las nociones numéricas no eran relevantes en este caso. En efecto, éste es un ejemplo altamente instructivo porque muestra cómo pueden traerse a la luz hechos nuevos por medio del uso sistemático del método.
Desde los tiempos de Galeno se creía que la sangre experimentaba una especie de movimiento de mareas. Esta teoría tiene cierto mérito si se tieríe en cuenta que no se había observado ningún circuito al aplicar ligaduras a los miembros, además de otras observaciones.
Harvey mostró que Galeno debía estar equivocado, mientras que su hipótesis, la teoría de la circulación, explicaba estos hechos. De ello dedujo que debían existir unos vasos de unión tan pequeños que habían pasado desapercibidos.
Harvey no vivió para ver su teoría corroborada, pues los microscopios de su tiempo no eran lo suficientemente potentes, pero en 1661 el fisiólogo italiano Malpighi, con un instrumento más moderno, confirmó la hipótesis de Harvey.
De este modo hipótesis y deducción, ayudadas por dispositivos cada vez más refinados que amplían el ámbito de lo observable, se combinan en un desarrollo constante del conocimiento científico.
El español Miguel Servet, nacido en 1511, había observado, con anterioridad a Harvey, la circulación pulmonar de la sangre.
En su época ninguno de estos avances se consideraba en principio como opuesto a la religión.
Galileo trató de salvar sus descubrimientos alegando apoyo bíblico para los mismos.
Newton había formulado concepciones teológicas que consideraba de gran importancia.
No obstante, tanto la Iglesia católica como la protestante se mostraban en general suspicaces ante la autonomía de la ciencia. Esta actitud creó una atmósfera hostil que abrió una brecha entre el movimiento científico y el religioso.
Hasta nuestros días no se ha empezado a comprender la falta de sentido de esta división.
La especulación teológica no puede abolir los hechos descubiertos por la investigación científica, aunque, por supuesto, puede haber opiniones diversas en cuanto a la veracidad de una formulación.
Hoy en día ningún eclesiástico en su sano juicio trataría de aconsejar a un astrónomo sobre los movimientos planetarios.
La gran revolución científica fue un retorno consciente al método de Platón.
Este no se limita a las ciencias naturales: es el fundamento de la investigación crítica en general y como tal se ha adoptado en todos los campos de estudio.
Al ser autónomo, choca con cualquier autoridad externa que trate de dirigirlo. Por otra parte, en sí mismo no nos ilumina en cuanto al bien y el mal.
La ciencia no posee la respuesta a todos los problemas; es neutral respecto a los fines y sólo nos guía en cuanto a los medios.
De hecho, Platón había afirmado que el conocimiento en sí mismo es bueno y la ignorancia es mala, por lo que la persecución del conocimiento debe conducir al bien.
Las grandes figuras científicas de los siglos XVI y XVII compartían esta opinión.
Hoy podríamos añadir una condición más, que también es de origen griego.
El bien no reside en el mero conocimiento, sino en un equilibrio armónico del mismo; de no ser así, los hombres se convierten en esclavos de sus descubrimientos, en lugar de ser sus amos.
Aunque la revolución científica empezó hace tantos siglos, todavía se sienten sus cambios en el siglo XX.
La adaptación de las disciplinas científicas a las necesidades del mundo moderno a menudo resulta penosa tanto para los científicos como para los profanos.
Pero el movimiento en pro de la redefinición de los fines de la ciencia y su lugar en la trama de la civilización, que empezó en los años cincuenta, es un indicio de que esta zona del esfuerzo intelectual encontrará al menos su lugar en el esquema general del conocimiento universal.
Fuente Consultada: La LLave del Saber Tomo II La Evolución Social - Ediciones Cisplatina-
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