Historia del Progreso Social De La Mujer:Vida de Notables Mujeres

Historia del Progreso Social De La Mujer:Vida de Notables Mujeres

LA VALORACION MUJER EN LA HISTORIA:

Muchos estudiosos coinciden en que la humanidad vivió una etapa inicial de matriarcado, donde se rendía culto a la Diosa Blanca, a la Madre Tierra y otras deidades que reflejaban la relación existente con la naturaleza.

Ella traía el rayo, las inundaciones y los animales feroces; pero, si se sabía honrarla, compensaba generosamente con otros dones.

Y el más importante era la propia continuidad del ser humano...

Todavía no se conocía el papel del hombre en la concepción, que solía atribuirse al viento o a los ríos; y la mujer era respetada como emblema de esa fertilidad misteriosa.

Rosa Montero propone en Historias de Mujeres: «Tal vez no fuera una etapa de matriarcado, sino simplemente de igualdad social entre los sexos, con dominios específicos para unas y otros.

La mujer paría, y esa asombrosa capacidad debió de hacerla muy poderosa.»

En cualquier caso, esa relación de fuerzas concluyó.

Aunque no de forma tajante y uniforme, y no sin que muchísimas mujeres dieran batalla, desde el principio de su sojuzgamiento histórico hasta hoy.

En La Biblia, Eva provoca la caída en desgracia de la incipiente humanidad por morder el fruto prohibido de la sabiduría; éste luego se asociaría con el sexo, y esta relación entre sabiduría y capacidad de disfrutar libremente del cuerpo no suena peregrina...

Más tarde, las mujeres siguen dando problemas: vean por ejemplo a la esposa de Lot, que desobedece la orden de no mirar hacia atrás al abandonar Sodoma, próxima a ser destruida por los ángeles, y por ese acto es convertida en estatua de sal.

Si vamos a La Riada, vemos que la expedición de los aqueos contra las lejanas murallas de Troya no es motivada por la religión, ni por un afán expansionista, sino por el rapto de una mujer.

Diez años de cruentas batallas en nombre de Helena.

Otros rostros femeninos fuertes impulsan el relato, como Briseida, favorita de Aquiles; Hécuba, madre de los vencidos; la altiva Casandra, Andrómana despidiendo a su esposo Héctor en uno de los momentos más conmovedores del poema, Penélope tejiendo y destejiendo...

Víctimas y excusas de la guerra, ellas toman una postura a veces desafiante, otras resignada, pero siempre digna frente a su destino.

Las diosas también intervienen activamente: la decisión de Zeus a favor de los troyanos sucumbe ante la terca desobediencia de su esposa Hera y su hija Atenea, simpatizantes de sus adversarios, que no hacen ningún caso de las tronantes amenazas del dios.

Pasó la Antigüedad, con su contradictoria valoración de la mujer; la Edad Media, donde tantas fueron quemadas y otras convertidas en esclavas, en relación muy superior a los hombres; pasó la Revolución Francesa, con sus ideales igualitarios que aún siguen pendientes; la incorporación masiva al mundo del trabajo en la Revolución Industrial...

También el siglo XX pasó, con todo tipo de acontecimientos movidos, entre ellos, las grandes conquistas femeninas, y el «sexo débil» sigue ganando territorio, a tal punto que ya nadie lo llama así.

¿Qué mejor momento para volver la vista hacia algunas mujeres que escaparon al molde en todas las épocas, mientras las mujeres legendarias del mañana pelean hoy sus vidas?.

Damas que buscaron influir en su mundo y en su tiempo, y consiguieron más que eso: siguen siendo referencia obligada del presente.

Antes del siglo XVIII, incluso en Europa era evidente que, aunque tal vez las mujeres tenían una posición legal más favorable, que tiempos anteriores, por ejemplo en sus derechos de propiedad, contaban con escasas oportunidades para librarse de unos patrones de vida muy estrechos.

La única profesión a la que podían dedicarse era la de monja, o bien como ama de llaves, o criada en alguna casa de familia.

Otra posibilidad, pero muy dura esa trabajar codo a codo con su marido en tareas de cultivo y labranzas.

En la medida que fueron logrando algunos reconocimientos en la sociedad, respecto al trato igualitario de sus derechos, fueron sumando su lucha, muchas veces  pacíficamente y otras veces no tanto,  quiérase o no, a partir de 1879 con la Revolución Francesa se inicia  un proceso que pone en marcha las fuerzas que llevaban a las mujeres hacia una igualdad y libertad mayores.

Entre 1800 y 1914, la difusión de la idea de que las mujeres podían ser correctamente educadas igual que los hombres revolucionó la vida de muchas familias pudientes.

En 1914 las mujeres ingresaron en universidades de los principales países europeos y ya se había creado una amplia estructura de escuelas para señoritas.

Las mujeres empezaron a dejar huella en las ciencias. Marie Curie, científica de origen polaco que en 1903 compartió el Premio Nobel de Física, sucedió en 1906 a su marido como profesor de la Sorbona y cinco años más tarde obtuvo otro Premio Nobel en Química por sus investigaciones sobre el radio.

(Conviene recordar que, en Francia —país de adopción de Marie Curie—, las mujeres no conquistaron el voto hasta 1946.).

La educación —desde luego, al más alto nivel sólo era accesible para una reducida minoría de muchachas— contribuyó a cambiar las opciones profesionales de las mujeres.

En 1914 había médicas, abogadas, profesoras universitarias y asistentas sociales.

El acceso a dichas profesiones se obtuvo superando no sólo las barreras impuestas por la falta de medios educativos sino los obstáculos planteados por la mojigatería y los temores respecto del pudor de las mujeres.

En este sentido, la principal valedora de su sexo fue Florence Nightingale, la inglesa públicamente conocida gracias a la creación, casi sin ayuda, de servicios hospitalarios adecuados para los soldados británicos que combatieron en la guerra de Crimea y sus posteriores esfuerzos constantes (y básicamente exitosos) por mejorar el destino del soldado raso.

Sin embargo, no sólo se beneficiaron las tropas sino, a largo plazo, las mujeres: Florence Nightingale volvió respetable la profesión de enfermera.

Hasta su época, las únicas mujeres respetables que atendían a los enfermos eran algunas comunidades de monjas católicas y algunos grupos de mujeres protestantes alemanas.

Si exceptuamos a estas religiosas, en líneas generales la atención de los enfermos no sólo había quedado en manos de ignorantes e inexpertos, sino de personas inescrupulosas y en ocasiones directamente criminales, ya que se consideraba que las escenas de la vida hospitalaria eran demasiado horribles para una muchacha de buena cuna, a menos que tuviera vocación religiosa y se hiciera monja.

Florence Nightingale no sólo reclamó a sus enfermeras un alto nivel de higiene y disciplina (para no hablar de su respetabilidad), sino que les dio una nueva formación para que pudieran contribuir seria y sistemáticamente al proceso de recuperación de los enfermos.

Obviamente, también proporcionó una contribución significativa a los progresos médicos del siglo.

En ciertos sentidos, los cambios más importantes en las vidas de las mujeres —importantes porque afectaron a un mayor número de mujeres— tuvieron lugar sin que nadie se detuviera a pensar en lo que significaban para el sexo femenino.

Entre ellos figura el crecimiento en tamaño y complejidad de la economía de las sociedades adelantadas.

En 1914 se habían creado veintenas de ocupaciones nuevas y millones de nuevos puestos de trabajo para mujeres como mecanógrafas, secretarias, telefonistas, dependientas y trabajadoras manuales.

Al ganarse la vida, las mujeres tenían mucha más libertad que en el viejo mundo de principios del siglo XIX, dominado por los hombres.

La mayoría de esos trabajos no existía un siglo antes (algunos estaban vinculados a adelantos tecnológicos como la máquina de escribir, que tenía muy pocos años de vida).

Otros, por ejemplo en la industria textil, poseían una historia más prolongada, pero su cantidad había aumentado enormemente.

En consecuencia, en 1900 un puesto de trabajo en la industria o el comercio dio a millones de mujeres la primera oportunidad de escapar de la supervisión paterna (que a menudo duraba hasta bien entrada la vida adulta) o de los trabajos pesados del matrimonio.

En otros sentidos, la tecnología también dio mayor libertad a las mujeres. Una enorme cantidad de inventos e innovaciones correspondientes a todos los aspectos de la vida simplificó deprisa las labores domésticas de las mujeres y redujo los trabajos pesados.

Hubo cosas tan sencillas como la llegada del gas para el alumbrado y para cocinar, lo que disminuyó la suciedad y los inconvenientes de las lámparas de aceite y las cocinas económicas.

El abaratamiento del jabón y de la sosa fueron logros de la industria química del siglo XIX y en 1914 ya habían aparecido los primeros electrodomésticos: aspiradoras y lavadoras para los ricos, máquinas de planchar para los pobres.

A menudo los historiadores han pasado por alto los cambios acelerados y generalizados que este tipo de humildes innovaciones llevaron a la vida de millones de mujeres.

Casi nunca se habla abiertamente de la fuerza más profunda y trascendental que cambió la vida de las mujeres (y de los hombres) antes de 1914, si bien sólo tuvo lugar en los países avanzados: la contracepción.

Consiste en el empleo de técnicas para evitar el embarazo luego de una relación sexual.

La contracepción (llamada también control de la natalidad o anticoncepción) se tornó mucho más viable a finales del siglo XIX, pues la tecnología la dotó de nuevos medios.

Simultáneamente, la gente estuvo más dispuesta a rechazar la secular idea de que estaba mal interferir de este modo en los designios de la naturaleza.

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Y el siglo XX termina con mujeres que trabajan cuando sus maridos están desocupados; con chicas de la calle que son explotadas y prostituidas a los once o doce años; con maestras todavía ayunando, junto a sus compañeros, en la carpa que se ha instalado como un monumento más de la Plaza frente al Congreso; con las abuelas de desaparecidos marcando el equilibrio siempre difícil entre la cólera por el hijo o la hija asesinados, que llama a la venganza, y el principio de que allí donde hubo violencia haya solamente justicia.

Las mujeres enfrentaron las prohibiciones y los límites.

Aprendieron a moverse solas por las ciudades, lejos de la vigilancia o la protección de los hombres.

Aprendieron a ejercer derechos y a conocer su propio cuerpo.

Aprendieron el precio y la responsabilidad de la independencia. Las mujeres son malabaristas: mantienen un equilibrio complicado entre el espacio de la familia, que sostienen, y la vocación pública que eligen.

Muchas veces padecen el conflicto de esos dos mundos, dudan ante los dilemas inevitables.

Pero se mueven con el deseo de estar a ambos lados de la línea.

Casi todos aceptan hoy que esa línea, entre familia y vida pública, puede cruzarse libremente de ida y vuelta.

En cuanto a su propia intimidad, pretendieron nada más y nada menos que gobernarla ellas; en muchos casos obtuvieron lo que querían con creces, y en otros tuvieron que afrontar terribles consecuencias.

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